En esta selección del libro Anarquismo y comunismo, publicado por primera vez en Rusia en 1921, hemos incluido la introducción de Preobrazhenski, los capítulos 4 y 5, y una nota editorial tomada de esta versión, en la que se explica el contexto en que Preobrazhenski concibió este escrito.

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Nota editorial

La guerra civil en Rusia termina, en diciembre de 1920, con la derrota del último ejército blanco. Los países capitalistas renuncian a una intervención armada contra la República soviética. La desaparición de peligros militares inminentes deja como tarea principal del nuevo régimen la reconstrucción de un país devastado y su reinserción en la economía mundial, superando un bloqueo aún defendido a ultranza por Francia.

Dentro de Rusia, el campo asedia por el hambre a las ciudades. En la Revolución de Octubre, la pequeña burguesía campesina se había integrado a la alianza entre el proletariado industrial y el conjunto del campesinado, gracias al reconocimiento por los bolcheviques de los repartos espontáneos de tierras realizados durante el gobierno provisional y a la perspectiva de un rápido final de la guerra con Alemania. Al iniciarse la guerra civil, en 1918, la revolución proletaria se extendió al campo: en base a las imperativas necesidades de avituallamiento de los ejércitos y las ciudades, se formaron comités de campesinos pobres que, con la ayuda de patrullas móviles de obreros, soldados y marineros, tenían como misión prioritaria requisar el excedente de las cosechas de los campesinos más acomodados. Durante la guerra civil, sólo el miedo a un regreso del zar y los terratenientes mantuvo relativamente neutralizada a la pequeña burguesía del campo, pero fue creciendo su resistencia a las requisas, en forma de huelgas de siembra, ocultación y destrucción de cosechas y sacrificios masivos de ganado, incluyendo bestias de labor. En el último año de la guerra, 1920, una especial eficacia de los métodos coactivos supuso un éxito en la requisa; pero este éxito, que estuvo muy lejos de bastar para la eliminación del hambre en las ciudades, llevó un hambre espantosa entre los campesinos de las regiones más ricas, acabando de afianzar al campesinado en una posición irreductiblemente hostil al régimen.

Los obreros de las ciudades estaban exhaustos cuando terminó la guerra. La devastación bélica, con la destrucción de vías de transporte y material productivo; el bloqueo capitalista, la falta de materias primas y de combustible, habían llevado a un colapso industrial. El proletariado industrial estaba debilitado por las penalidades, y sometido a un deterioro y un proceso de desclasamiento con el regreso al campo de casi la mitad de sus efectivos, la muerte o la invalidez de gran número de obreros en la guerra civil, y la incapacidad de las industrias para reabsorber mano de obra al terminar la guerra.

El comunismo de guerra, de 1918 a principios de 1921, pudo sostenerse gracias al entusiasmo revolucionario del proletariado urbano y sectores del campesinado pobre, pero algunas de sus características tuvieron efectos desmoralizadores.

Las imperativas necesidades bélicas, la imposibilidad de detenerse en formalismos democráticos cuando era preciso adoptar decisiones rápidas y drásticas, habían llevado a una progresiva concentración del poder en manos de organismos cada vez más restringidos. El afianzamiento de la dirección de la guerra por los bolcheviques había sido paralelo al abandono de la coalición gubernamental de las organizaciones políticas obreras y campesinas que estaban junto a los bolcheviques en Octubre. A mediados de 1918, los bolcheviques estaban ya solos en el poder. Durante el comunismo de guerra, la evolución de la política bolchevique y de la administración del Estado desembocó en la pérdida de muchas de las libertades democráticas revolucionarias, y los soviets, los sindicatos y los comités obreros y campesinos quedaron integrados en la maquinaria montada para ganar la guerra.

En contraposición a las necesidades de rapidez y eficacia, de concentración del poder y omisión de formalismos, se dio, durante el comunismo de guerra, un rápido desarrollo de fuertes hábitos burocráticos, relacionables tanto con la herencia burocrática del zarismo como con el ejercicio del poder estatal por un proletariado inexperto en asuntos de gobierno, inculto y de baja preparación técnica, que debía coordinar, en las condiciones dramáticas de la guerra y la ruina económica, complejas actividades bélicas, industriales, de avituallamiento, de política exterior. El acceso a puestos de responsabilidad de multitud de jóvenes, entusiastas, pero engreídos con poderes que a veces eran de vida y muerte, empeoraba la situación, deteriorando las relaciones entre el proletariado urbano y el campesinado, y entre los órganos de poder estatal y los obreros y soldados.

Al terminar la guerra civil, el comunismo de guerra perdía todo sentido. Sin embargo, la organización de la economía y el trabajo estaba tan condicionada por las necesidades bélicas y el aparato productivo tan deteriorado -en el campo por el sistema de requisas, y en las ciudades por el hambre y la ausencia de materias primas y de combustible-, que durante los primeros meses de paz los dirigentes del Partido y el Estado no supieron qué rumbo tornar para la restauración del país, y se dejaron arrastrar, hasta el inicio de la NEP, por la inercia del período anterior en espera de encontrar nuevas fórmulas.

La desaparición de peligros militares inmediatos radicalizó a los campesinos, al convertir las requisas en una vejación y en una carga económica insoportable a partir de entonces, y favoreció la manifestación del descontento de la población urbana, ya agotada por las privaciones, molesta por la pérdida de libertades, por el burocratismo creciente, por el mantenimiento del comunismo de guerra ya inútil.

No fue sino en el X Congreso del Partido, más de tres meses después del final de la guera civil, cuando el Partido entró en la vía de la liquidación del comunismo de guerra y del inicio del período de respiro de la NEP.

Poco antes del Congreso se desbordaron las distintas formas de descontento popular. En febrero de 1921 se desencadenó en Petrogrado una huelga general, seguida inmediatamente por los obreros de Moscú. El 1° de marzo, en los momentos culminantes de la huelga, estalló la insurrección de los marineros, soldados y obreros de la base naval de Kronstadt, situada en una isla cercana a Petrogrado.

La base de Kronstadt había sido uno de los principales motores de la revolución rusa, ya en 1905, y luego en febrero, julio y octubre de 1917. Los amotinados disponían de una flotilla de potentes buques de combate, aunque inmovilizados por el hielo; pero su fuerza militar era secundaria frente a las posibles repercusiones morales, propagandísticas y políticas. Kronstadt podía convertirse en el factor coagulante de un estado de ánimo popular generalizado, pero no concretado en consignas ni programas. Los insurrectos proponían una serie de medidas muy precisas: unas de orden económico, de necesidad tan evidente que muchas de ellas se adoptarían en el X Congreso del Partido, celebrado durante la insurrección: supresión de las medidas clave del comunismo de guerra, con abolición de las requisas y autorización a los propietarios campesinos para negociar libremente con el excedente de sus cosechas; y otras de orden político, directamente antibolcheviques, pero con posibilidades de cundir entre unas masas que, sin haber perdido la conciencia revolucionaria, estaban sin embargo agotadas y desmoralizadas, atribuían lógicamente buena parte de las penalidades a torpezas del único partido gobernante, y echaban de menos las conquistas democráticas de Octubre: Kronstadt exigía la legalización de todos los partidos y organizaciones obreros y campesinos, la supresión del monopolio bolchevique de los medios de información, la convocatoria de unas nuevas elecciones a los Soviets precedidas de una campaña electoral libre, la autonomía de los sindicatos, la recuperación del poder estatal por los Soviets; todo ello en vistas a una revitalización de la democracia obrera, contrapuesta a la ”comisariocracia” bolchevique.

El movimiento huelguístico de Petrogrado y Moscú fue controlado militarmente. El ataque a Kronstadt se retuvo durante algunos días, pero, ante la inminencia de que el hielo se derritiera y la flotilla de buques de combate quedara liberada, haciendo casi inexpugnable la base, el 7 de marzo tropas escogidas, formadas principalmente por alumnos de las escuelas de oficiales y suboficiales, atacaron la base sobre el mar helado, ocupándola el 16 de marzo tras una batalla muy sangrienta. Centenares de insurrectos fueron fusilados, encarcelados o deportados.

La represión de Kronstadt, más aún que la liquidación, consumada en el curso del mismo año 1921, del ejército campesino ucraniano dirigido por el anarquista Makhno, consagró la ruptura de los bolcheviques y aquellas corrientes anarquistas que, aun manteniendo serios enfoques críticos, habían apoyado hasta entonces al poder bolchevique contra la reacción blanca y el asedio del capitalismo internacional. Los anarquistas, igual que los mencheviques y los eseristas, negaron rotundamente haber desencadenado o dirigido la insurrección. Pero las características del programa de los insurrectos -democracia obrera, autonomía de las organizaciones obreras, traspaso del poder del Estado a Soviets libremente elegidos- llevaron a los anarquistas, desde el primer momento, a reclamarse de Kronstadt, a incorporarlo a la historia y al martirologio del anarquismo, y a condenar ya inapelablemente al régimen bolchevique, con tanta más energía cuanto que la represión de la insurrección de Kronstadt coincidía con el momento en que desaparecían las amenazas militares directas contra la perduración de la República soviética.

Mientras se libraba la batalla contra los insurrectos de Kronstadt, el X Congreso del Partido aprobaba las medidas iniciales de lo que poco más tarde se conocería como NEP (Nueva Política Económica). Las requisas de excedentes agrícolas eran reemplazadas por un impuesto único en especie, y los campesinos podían negociar libremente con el excedente de sus cosechas.

Con esta medida se restablecían en Rusia las condiciones para el desarrollo de un mercado capitalista, aunque bajo el control político del Partido Comunista y el Estado soviético. En el III Congreso de la Internacional Comunista, en julio del mismo año 1921, Lenin afirmaba que la NEP era, evidentemente, una regresión respecto al comunismo de guerra; pero no se conformaba con subrayar su necesidad coyuntural, sino que señalaba al mismo tiempo que entrar en la NEP significaba entrar en el camino que lógicamente se habría seguido después de Octubre, de no mediar la guerra civil. La nueva política derechista se asumía pues a fondo; se saltaba por encima de la presión de las circunstancias, que era el factor determinante del descontento popular, para convertir a la NEP en camino hacia la reconstrucción.

El giro hacia la derecha en política interior coincidía con un giro hacia la derecha en política internacional. El año anterior, 1920, había sido el último en que era posible aún, incluso para los elementos más clarividentes del comunismo, el entusiasmo revolucionario basado en la esperanza en una revolución a escala europea. La guerra de Polonia, impulsada por el mismo Lenin, había marcado el punto culminante de ese entusiasmo que ahora estaba desapareciendo, y la derrota frente a Varsovia había cortado toda esperanza en que una ofensiva militar a gran escala, que tuviera por base la República Soviética, pudiera precipitar los acontecimientos revolucionarios internacionales.

La burguesía europea, cuando renunció a intervenir militarmente contra la República soviética, se había ya recuperado de la crisis de su poder tras la I Guerra Mundial. Empezaban a darse los signos que precedían el pleno cumplimiento de la profecía de Malatesta en 1918: “Si dejamos pasar el momento favorable, tendremos que pagar con lágrimas de sangre el miedo que hacemos pasar a la burguesía”. Las revoluciones en Alemania y Hungría, el poderoso movimiento de los consejos de fábrica en Italia, las innumerables acciones obreras en todo Occidente, habían sido aplastadas o estaban iniciando su reflujo. En el curso de muy pocos años, el régimen fascista del almirante Horthy sucedería a la República soviética de Hungría, la presidencia de Hindenburg a la República de Weimar en Alemania, el fascismo triunfaría en Italia con Mussolini, el régimen de Primo de Rivera neutralizaría los poderosos movimientos obreros en España.

A finales de 1921, Radek, que a principios de ese año figuraba todavía en el ala insurreccional del comunismo, afirmaba, como miembro del Ejecutivo de la Internacional Comunista, justificando la política de frente único con las demás organizaciones obreras para hacer frente a la reacción burguesa: “No se puede, desde 1919, contar con un gran movimiento revolucionario en Europa a corto plazo, y la tarea inmediata de la Internacional Comunista no es la organización de un nuevo asalto contra la sociedad burguesa, sino la preparación y el entrenamiento de las fuerzas que algún día darán ese asalto”. La toma de conciencia del retroceso revolucionario, sin embargo, se había dado a sacudidas, y la fecha de 1919 indicada por Radek no pudo delimitarse claramente hasta el mismo año 1921.

Ya en los momentos más agudos de la ofensiva revolucionaria europea, la política soviética había dejado la puerta abierta para acuerdos con los países capitalistas en vistas a una ruptura del bloqueo. En pleno comunismo de guerra, Lenin era el principal portavoz de la necesidad de concesiones comerciales al capital extranjero. La modificación de la relación de fuerzas, a favor de la burguesía, a partir de 1919, aceleró, ya antes del abandono formal de la política insurreccional, la aproximación de Rusia a Occidente. En marzo de 1921, el mismo mes del X Congreso, las negociaciones con Inglaterra desembocaban en un acuerdo comercial anglo-ruso. Durante todo ese año se desarrolló una intensa actividad diplomática que conduciría, en 1922, a la Conferencia de Génova, en la que Francia quedó aislada en la postura de mantener el bloqueo contra Rusia, y al tratado ruso-alemán de Rapallo. La ruptura del bloqueo, la reinserción de la economía rusa en la economía mundial, pasaban a ser objetivos prioritarios en la misma medida en que se hundían las esperanzas en que, sobre todo, la avanzada tecnología alemana pudiera acudir en ayuda de Rusia tras el acceso al poder del proletariado alemán.

En junio-julio de 1921, en el III Congreso de la Internacional Comunista, Lenin se erigió explícitamente en “ala derecha”, anti-insurreccional, seguido por Trotsky y algunos otros de los dirigentes más realistas del comunismo. Una corriente importante, dentro de la Internacional y de todas y cada una de sus secciones, defendía todavía la continuación de una política insurreccional a ultranza.

Poco antes, la Acción de Marzo en Alemania había sido un exponente del desconcierto del movimiento comunista ante el cambio de la relación de fuerzas en la lucha de clases. Bajo la dirección del Partido Comunista alemán se desencadenó uno de los últimos espasmos del movimiento revolucionario inaugurado cuatro años antes por la Revolución rusa. El levantamiento se inició con éxito en la cuenca hullera de Mansfeld, pero sólo fue seguido a medias en Turingia, Chemnitz y Sajonia, mientras estallaban acciones violentas y sin continuación en otras ciudades y regiones. El fracaso de la Acción de Marzo fue seguido de severas represalias de la burguesía, y condujo a la desmoralización del proletariado alemán y a la desarticulación de su vanguardia.

Es difícil precisar hasta qué punto la Internacional Comunista fue responsable del desencadenamiento de la Acción de Marzo. Zinoviev, presidente de la Internacional, era uno de los que encabezaban la tendencia de izquierda en el movimiento comunista, junto con Radek y otros militantes de alta responsabilidad. Bela Kun estaba directamente implicado en la Acción de Marzo, y trató, consiguiéndolo en alguna medida, de influir sobre las delegaciones al III Congreso de la Internacional en el sentido de presionar por la continuación de la política insurreccional. El Partido Comunista alemán envió delegados con el mandato expreso de conseguir una justificación oficial de su intervención en la Acción de Marzo.

En el polo opuesto, organizaciones adheridas a la Internacional casi a su pesar, como el Partido Comunista francés, aprovecharon la ocasión para protestar indignamente contra la injerencia de la Internacional en la política de una de sus secciones; y otros elementos, como en la misma Alemania Paul Levi, llevaban la crítica contra el izquierdismo hasta extremos que comportaban su expulsión.

En el III Congreso, la fracción de derecha de Lenin pudo controlar la situación, pero no quedó claramente superada la contradicción entre las corrientes de derecha e izquierda. El Congreso se cerró en un clima de incertidumbre y desaliento. Aunque el necesario giro hacia la derecha no quedó enteramente configurado, se adoptaron medidas anunciadoras de la política de “frente único”. Cuando el “frente único” se discutió, a finales de año, ya no surgió ninguna oposición seria a su adopción.

La redacción de Anarquismo y comunismo se encuadra, pues, en política internacional, en las coordenadas políticas de la época de transición entre la política insurreccional y la de “frente único”, y, en política interior rusa, en el paso del comunismo de guerra a la NEP; en una época de necesario giro político a la derecha, combinado con un endurecimiento de las medidas de gobierno dentro de Rusia, endurecimiento ilustrado por la represión del movimiento huelguístico de Petrogrado y Moscú, el aplastamiento militar de la insurrección de Kronstadt, la expulsión del país de los últimos dirigentes importantes del menchevismo de izquierda (Fedor Dan), la lucha contra las tendencias y la libertad de discusión en el X Congreso del Partido, hechos que habían conducido a la ruptura entre los bolcheviques y la última corriente obrera organizada dentro de Rusia que mantenía aún una colaboración con ellos: los sectores más conciliadores del anarquismo.

Los enfoques de Anarquismo y comunismo reflejan la complejidad, y el carácter aún confuso, de la situación. La perspectiva de la revolución internacional está presente con toda su fuerza en algunos pasajes, mientras que en otros hay ya un reconocimiento implícito y a veces explícito de la imposibilidad de confiar en ella a corto plazo.

Contra los anarquistas, e indirectamente contra todos los críticos por la izquierda de la política bolchevique, Preobrazhenski argumenta la necesidad del conjunto de las medidas adoptadas desde Octubre hasta el momento: aun admitiendo un margen de errores, sólo el enfoque bolchevique permitía, al abarcar, en su concepción, toda la complejidad del proceso revolucionario, desarrollar una política que condujera a la supervivencia del primer Estado obrero de la historia. La política bolchevique es presentada, ante todo, como una política realista: las condenas morales, las frases sobre la democracia obrera, que se habían desencadenado con redoblada energía después de la represión de Kronstadt, no pueden reflejar sino una incomprensión de las condiciones concretas en que se ha desarrollado la revolución. En el caso de los anarquistas, Preobrazhenski atribuye esta incomprensión al carácter pequeñoburgués y el utopismo de la ideología anarquista.

Pero al mismo tiempo Preobrazhenski tiende a conciliarse a los anarquistas, y, a la vez, a cuantos sean capaces de poder admitir que, sean cuales sean las críticas que puedan dirigirse contra los bolcheviques, ha sido bajo su dirección que se han superado las amenazas de los ejércitos blancos, de la intervención militar de la Entente en Rusia, del bloqueo internacional, y de reconocer que el mantenimiento de un Estado obrero justifica, por encima de cualquier error, el poder bolchevique. El carácter conciliador del libro queda subrayado por la distinción que se establece entre unos anarquistas más razonables (identificados, en general, con la tendencia de Malatesta) y otros irreconciliables, identificados con la tendencia de Kropotkin, mayoritaria en el anarquismo ruso. Algunas alusiones a la participación en elecciones burguesas hacen particularmente claro el encuadre del libro en el proceso de reflexión que conducirá al “frente único” a finales de año.

A veces, la complejidad de los factores en juego lleva a Preobrazhenski a verdaderas contradicciones; así, algunos pasajes extremadamente agresivos, que contemplan la revolución internacional como único camino posible, se contraponen a otros en los que se establece ya, como objetivo prioritario, la “defensa y conservación” de las conquistas revolucionarias. Estas contradicciones, aunque deben verse principalmente como reflejo de un desconcierto inevitable, tanto teórico como psicológico, de cualquier dirigente bolchevique en la etapa de cambio de una política de izquierda por otra de derecha que comporta el abandono de la esperanza entusiasta en la revolución internacional inmediata, pueden relacionarse también con el desconcierto particular de Preobrazhenski: el punto de partida del libro es el conjunto de acontecimientos en torno al X Congreso del Partido, y fue precisamente en este Congreso cuando Preobrazhenski, después de permanecer en el Comité Central durante varios años, dejó de ser reelegido, tras haber mantenido en el Congreso una posición ambigua y ecléctica, sobre todo en la discusión sobre los sindicatos, en la que compartía puntos de vista de la Oposición Obrera, de Trotsky, de Lenin, y hasta de otros grupos intermedios, como el de Bujarin. A partir del año siguiente, Preobrazhenski se convertiría en el teórico más brillante de la NEP: pero Anarquismo y comunismo, escrito entre el X Congreso y el momento en que la NEP queda totalmente configurada, puede situarse en un momento descendente de la evolución política y teórica de Preobrazhenski.

De cualquier modo, hay que insistir en que Anarquismo y comunismo debe verse ante todo como una contundente defensa y exposición de la política bolchevique, valorada en un momento de balance y de cambio de rumbo, y considerada por el autor, abstracción hecha de inevitables errores concretos, como la única que respondía a una concepción global exacta del curso de la revolución; y, en segundo lugar, como un reflejo, espectacularmente ilustrativo, de la óptica de los dirigentes bolcheviques en el difícil momento en que, tras cuatro años de lucha y entusiasmo, se ven abocados no ya a defenderse de agresiones, sino a reconstruir, con un mínimo de elementos, un país exhausto, y a la vez a abandonar, por un período de duración imprevisible, su gran sueño de la revolución internacional. (…)


Introducción

El término ”anarquía”, procedente del griego, significa ausencia de todo poder. Los anarquistas, por consiguiente, son personas que aspiran a un régimen social donde no ha de existir ningún poder, ninguna imposición, donde ha de reinar la libertad completa.

¿Pero acaso los bolcheviques-comunistas -podrá preguntar algún lector- consideran que la libertad completa es peor que la vida con imposición, de cualquier parte que esta imposición viniere?

No, contestarán los comunistas; la libertad absoluta, para el hombre y para la sociedad, es mejor que la vida con libertad restringida, mejor que la necesidad de obrar en cualquier circunstancia obligado por la violencia y con-ta su voluntad. Pero si preguntamos, por ejemplo, a un liberal burgués cuál es el ideal último del partido liberal, también el liberal dirá que la libertad absoluta del hombre y de la humanidad constituye la finalidad más noble de su lucha. Resulta que la aspiración a la ”libertad absoluta” no da ninguna posibilidad de diferenciar al comunista del anarquista y, además, obliga a aceptar la compañía del liberal burgués y en general de todas las personas de partido, o sin partido, que reconozcan francamente los beneficios de la libertad en lugar de la imposición y la violencia, o que encuentren provechosas las pláticas y charlas sobre la libertad.

Por eso, debemos buscar otros puntos que puedan dejarnos entrever la principal divergencia entre anarquistas y comunistas. Aprovechémonos de la circunstancia de que los anarquistas repiten continuamente, en sus folletos, periódicos y discursos, la frase siguiente: ”Nosotros somos enemigos de toda violencia, somos enemigos de todo poder gubernamental como órgano de violencia.” Tomemos esta frase y planteemos ante los anarquistas la siguiente cuestión: Pero si el poder gubernamental ha sido conquistado por las masas trabajadoras, y lo aprovechan para el aniquilamiento de sus enemigos, ¿estarán ustedes también contra ese poder?

Aquí ya recibiremos distintas respuestas de los mismos anarquistas. Unos dirán: ”Nosotros no seremos enemigos de este poder, mientras realice una obra útil para las masas trabajadoras”. Otros contestarán: ”Nosotros estamos contra todo poder, e intentamos destruirlo, cualquiera que sea y en cualquier circunstancia.”

Así, pues, hemos encontrado una divergencia radical entre los bolcheviques-comunistas y los anarquistas. Es la diferencia de su concepto sobre el Estado, y no tanto con respecto al Estado en general, como veremos más adelante, sino con respecto al Estado-comuna, al Estado de obreros y campesinos.

Veamos, pues, qué es el Estado, y qué concepto tienen de él los comunistas. Que el Estado es un órgano de violencia lo sabe cualquier pequeño burgués cuando recibe la visita del recaudador de impuestos, el campesino a quien venden su única vaca por no haber abonado el impuesto, el obrero a quien por su huelga contra el capital encierran en la cárcel o fusilan. Que el Estado es un órgano de violencia lo sabe también hoy, felizmente, la burguesía, a la que el gobierno soviético ha quitado por la fuerza sus bancos, palacios, fábricas y capital.

La cuestión está en saber en interés de quién se realiza esta violencia, en manos de quién se encuentran estos órganos de violencia, y cómo ha ocurrido que contra el poder gubernamental de los obreros y campesinos se levanten no solamente todos los contrarrevolucionarios y toda la burguesía, sino también los anarquistas, que resultan ser así sus aliados.1

Capítulo 4: El estado proletario y su desaparición progresiva

¿Es o no eterno el Estado proletario, y absolutamente indispensable en todas las etapas del desarrollo del comunismo, o bien resultará superfluo después de haber llegado al comunismo integral? Los grandes maestros del comunismo, Karl Marx y Friedrich Engels, han dado más de una vez una respuesta perfectamente determinada. Esta respuesta se reduce a que el Estado proletario, a semejanza de todas las formas anteriores del Estado, constituye una organización provisional. Existirá hasta tanto no sean resueltas las tareas para el cumplimiento de las cuales ha sido creado, y dejará de existir cuando resulte superfluo. Friedrich Engels dice textualmente que el Estado será relegado a los museos al igual que el hacha de piedra y demás instrumentos de la prehistoria, cuando resulte cumplida la tarea para cuya realización surgió el Estado.

Pero se sobreentiende que no es posible entregar al museo el hacha de la edad de piedra, hasta tanto la humanidad no haya aprendido a usar el hacha de hierro o desempeñe con éxito su trabajo utilizando otros instrumentos en lugar del hacha. Y de la misma manera el Estado proletario morirá tan sólo después de haber realizado el trabajo para el cual fue creado, y en ningún caso antes de ello.

¿Qué es lo que incumbe realizar al Estado proletario? En primer lugar, debe aplastar definitivamente la resistencia de las clases pudientes que intentan recuperar el poder por medio de la ayuda del capital extranjero,2 destruir en su burguesía aún la idea de la posibilidad de la vuelta al viejo estado de cosas, haciendo imposible todo intento de sublevación interior, tanto para ella como para los elementos próximos a ella.

Mientras esta tarea no haya sido realizada, el Estado proletario debe existir, armado de todos sus medios de opresión y defensa. Y todo el que en tal momento se manifieste contra la existencia del Estado proletario es de hecho un contrarrevolucionario y compañero de ideas de los Wrangel y Miliukov.

El Estado proletario debe aplastar no solamente la resistencia armada de las clases pudientes, sino también cualquier resistencia de las mismas en forma de sabotaje, infringimiento de las leyes y otros aspectos ocultos de lucha. El Estado proletario debe existir hasta tanto no haya sido destruida la división de la sociedad en clases, hasta tanto todos los antiguos fabricantes, banqueros, terratenientes y pequeños burgueses no se conviertan en ciudadanos trabajadores de la sociedad socialista y no se fundan con el proletariado en un ejército único del trabajo.

Todos deben comprender que en este sentido el Estado proletario se encuentra frente a un enorme y prolongado trabajo. Primero es necesario liquidar las alta capas burguesas. Esto puede realizarse más o menos fácilmente. Más difícil es liquidar todas las capas de la burguesía media. Finalmente las dificultades más grandes se encontrarán durante la lucha contra la pequeña burguesía de todas especies y matices, con los millones de maestros artesanos, comerciantes, campesinos ricos. Especialmente difícil será esta lucha en Rusia, país en el cual prevalece la pequeña burguesía.3 Controlar al pequeño patrón no será muy fácil, porque éste, por su naturaleza misma, es un anarquista y considera con desconfianza al Estado aunque ese Estado sea obrero y campesino. Elaborar más barato y vender más caro, he aquí el programa del pequeño burgués, el cual se manifestará contra todo poder, incluso contra el poder socialista, si éste le molestara en sus actividades, aun cuando esto fuera en interés de toda la población trabajadora.

El Estado proletario no tenderá a la expropiación de los pequeños propietarios, lo que necesita es solamente controlar la pequeña economía. Posteriormente, los pequeños propietarios se liquidarán gradualmente a sí mismos, por cuanto ser pequeño propietario durante el socialismo será poco beneficioso, conviniendo más convertirse en miembro de la comunidad socialista. Ser pequeño productor en estas condiciones significaría trabajar más y recibir menos, pero como nadie es enemigo de sí mismo, la pequeña economía se irá disolviendo gradualmente, sin que sean necesarias medidas de violencia por parte del Estado proletario. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en los primeros momentos los pequeños propietarios ofrecerán resistencia al control, particularmente, por ejemplo, a la realización en la práctica del monopolio del trigo4 y en estos momentos el Estado proletario deberá encontrarse en su puesto como roca inquebrantable.

El Estado surge cuando aparecen las clases. Esto significa que el Estado proletario deberá existir hasta tanto no se hayan destruido todas las clases definitivamente, para no volver.

Pero la lucha del poder proletario contra la burguesía del propio país no puede traer consigo la victoria definitiva, por cuanto esta burguesía recibe apoyo de las fuerzas contrarrevolucionarias del extranjero. Razón de más para que exista el Estado proletario en un país como Rusia, rodeado por las fuerzas enemigas del capital mundial, que intentan sofocar esta hoguera de la revolución proletaria universal. Pero si surge la cuestión de la defensa de la revolución, de la guerra socialista, es absolutamente claro que esta guerra no se podrá llevar a cabo con esperanzas de éxito sin una poderosa organización gubernamental. Pero allí donde hay guerra hay ejército, y allí donde hay ejército hay también disciplina y subordinación completa de los soldados al gobierno proletario, es decir, subordinación a toda la clase obrera en general. Si los imperialistas alemanes vencían a la Rusia zarista era debido, tan sólo, a su férrea organización gubernamental.

Si la Rusia Soviética rechazó a Denikin, Kolchak, Wrangel, tal fue debido a la fuerte organización de su Estado Obrero y Campesino y a la sólida disciplina de su ejército rojo, disciplina que nunca hubiera podido alcanzarse sin el aparato gubernamental que proveía al ejército rojo de todo lo necesario. Sin él nunca hubieran sido posibles sus gloriosas victorias.

Solamente el férreo Estado proletario está en situación de organizar las fuerzas de resistencia al capital internacional y de defender y conservar las conquistas de la revolución socialista.5

De esta manera la existencia del Estado proletario será indispensable, mientras no estén vencidas las clases pudientes en el interior del país, mientras no hayan sido aplastadas las clases burguesas de los demás países, mientras no se haya destruido la división de la sociedad en clases y mientras todos los grupos privilegiados de la sociedad no se hayan fundido en el ejército único del trabajo de la sociedad socialista. En el momento actual, es muy difícil representarse concretamente cómo se realizará la liquidación del Estado, y es todavía más difícil prever en qué plazo habrá concluido este proceso en sus líneas generales. En líneas generales, en el año 1921, el futuro próximo lo vemos bajo el aspecto siguiente: Debido a la incapacidad del capitalismo para restablecerse de las consecuencias de la guerra mundial, sobre la base de la miseria provocada por ella, decaimiento de la economía, desocupación e indignación de las masas proletarias de Europa, la sublevación socialista comenzará en los países occidentales, y Europa se convertirá después de una cruenta lucha civil en una Unión de Repúblicas Soviéticas. La lucha en el interior de Europa puede prolongarse y adquirir el aspecto de una guerra entre dos coaliciones: la Unión de países Soviéticos y la unión de naciones burguesas.6 Naturalmente, durante todo el período de la lucha en Europa, en la Unión Soviética no se podrá debilitar ni por un momento el aparato gubernamental, porque el proletariado ruso tendrá que ayudar tanto con fuerzas militares como con otros medios a los obreros de Occidente en su lucha por la destrucción del régimen capitalista. El debilitamiento del aparato gubernamental será imposible en este período, probablemente también por causas de carácter interno. Es dudoso que las fuerzas internas de la contrarrevolución hayan sido aplastadas para este entonces. Al contrario, es posible esperar conatos contrarrevolucionarios especialmente en el momento de las luchas decisivas en Occidente, porque el capitalismo europeo indiscutiblemente lanzará a la lucha todas sus reservas en todos los países incluso en Rusia, sin exceptuar a los señores Tchernov y su Asamblea Constituyente, y bandas de elementos maleantes.7

Al contrario, la victoria de la revolución proletaria en la Europa Occidental nos acercará en gran medida al momento de la liquidación gradual del Estado. Ciertamente, si durante este tiempo el capitalismo conserva todavía fortalezas en América y Japón, si estas dos fortalezas del capitalismo no se declaran la guerra y guerrean hasta llegar a la revolución social, no queda descartada la posibilidad de una guerra de la Europa socialista contra el Nuevo Mundo capitalista. Pero esto a su vez hará indispensable a Europa la conservación de un fuerte aparato gubernamental y la organización de un poderoso ejército y marina rojos. Pero aun en tal situación el estado de cosas en la Rusia Soviética será otro respecto a la cuestión que estamos considerando. Asegurándose por el Oeste, consolidándose dentro de una poderosa Unión de Repúblicas Soviéticas, dejando de estar en situación de fortaleza proletaria, rodeada de todos lados por las aves de rapiña capitalista, la República Soviética podrá comenzar ya, gradualmente, la reconstrucción de su aparato gubernamental en el sentido de la reducción de los órganos superfluos de represión, en el sentido de la transformación de algunos aparatos de violencia gubernamental en aparatos con funciones más próximas a las meramente económicas o bien exclusivamente económicas. Y esto será tanto más rápidamente factible cuanto más veloz sea la conversión en costumbre de la distribución socialista de la fuerza obrera y de las obligaciones del trabajo, de una parte, y de la distribución socialista del producto sobrante de la pequeña economía, de otra. Pues si bien se necesitarán órganos especiales para su realización, provocarán ciertamente una enorme reducción del aparato gubernamental.

Por último, cuando en los países más importantes del mundo, capaces de determinar la política mundial, pase el poder a manos del proletariado, la destrucción del Estado irá con paso acelerado en todas las Repúblicas socialistas, siguiendo una ruta paralela a la de la transformación de todas las clases pudientes e intermedias en trabajadores de la comunidad socialista.

Supongamos ahora que todo esto ha sido conseguido, que nadie piensa siquiera en volver al pasado, que toda la sociedad está compuesta por ciudadanos con los mismos derechos, y que se ven ya claras las enormes ventajas del nuevo régimen en comparación con el régimen capitalista.

¿Qué se deberá hacer en el caso de que grupos aislados, o, en general, una minoría, se separe de la mayoría, intente conseguir una posición privilegiada en contradicción con los intereses de la mayoría y de toda la sociedad?

Si la conciliación voluntaria es imposible, naturalmente la mayoría deberá hacer acatar su voluntad en la práctica por medio de la imposición. Y si es así debemos suponer que durante algún tiempo, en la nueva sociedad sin clases, que todavía no alcanza al grado de comunismo integral, pero que se acerca rápidamente a él, existirá cierto resto de Estado bajo el aspecto de órganos llamados a ejecutar las decisiones de la mayoría. Que estos restos de órganos del Estado proletario no han de tener ninguna semejanza con la policía de la sociedad burguesa, es evidente. El asunto se reducirá probablemente a que el órgano central de economía encargue por turno a tal o cual grupo de ciudadanos hacer ejecutar la decisión que el grupo aislado no haya querido acatar.

La necesidad de esta violencia desaparecerá rápidamente ya que, en la práctica, los grupos aislados de la sociedad, y toda la sociedad en general, se convencerán de que los intentos de la minoría para imponer su voluntad a la mayoría son completamente infructuosos. Posteriormente todos se acostumbrarán a que las decisiones de la mayoría sean siempre llevadas a la práctica, y será suficiente el solo hecho de la votación por la mayoría, para que el asunto en discusión sea puesto en práctica incluso por aquellos que no estaban conformes con esta decisión. Conquistar para sí la mayoría, he aquí el único medio para la minoría de llevar a la práctica sus decisiones.

Esta subordinación de la minoría a la mayoría será indispensable, naturalmente, sólo en el caso de que la cuestión no pueda ser resuelta por un acuerdo voluntario que satisfaga a ambas partes. Es evidentemente claro que el acuerdo es preferible a cualquier coacción, aunque sea moral. Allí donde la humanidad alcance una organización armoniosa, y capacidad para prescindir de las instituciones gubernamentales como órganos de violencia, el Estado estará de más, será poco beneficioso y denigrante para tal período del comunismo. Expliquemos esto con el ejemplo siguiente: cuando la masa de la población está profundamente relajada por el espíritu de picardía y robos en pequeña escala debido a la situación del zarismo y del capitalismo, en nuestros tranvías, por ejemplo, es necesario colocar empleados que vendan exclusivamente billetes, y controladores sobre estos empleados. Este impuesto a la poca sinceridad social es útil desde el punto de vista económico, e inevitable allí donde la administración del tranvía gasta, por ejemplo, para los vendedores de billetes y controladores, cien mil rublos anuales, salvando de esta manera un posible déficit de trescientos mil rublos a causa de la insinceridad del público. Pero si la población en su enorme mayoría es honrada y se puede confiar en que cada pasajero eche una moneda en una alcancía colocada en el tranvía, aunque el número de boletos no pagados alcance a diez y veinte mil, será más conveniente, sin embargo, eliminar el control. El control muere por innecesario y perjudicial para la economía, y constituye una ofensa para la enorme mayoría de personas conscientes y honradas. Lo mismo ocurrirá con el Estado. Desaparecerá íntegramente en la sociedad comunista desarrollada, incluso con los pocos restos que se hubieran conservado. Este será el momento de la madurez de hecho del hombre para el comunismo libre y completo, donde las obligaciones se cumplen solamente porque son consideradas como indispensables para la sociedad y no porque la sociedad impida por la violencia a algunos de sus miembros desviarse del cumplimiento de las mismas.

Estas obligaciones serán cumplidas por costumbre, por instinto social, como algo comprensible por sí mismo. Por ejemplo, el cumplimiento de las obligaciones del trabajo se habrá convertido en costumbre desde la edad escolar, y el trabajo será una función tan natural para cada uno, como el sueño, la alimentación, etc. Del mismo modo, la tendencia de los miembros de la sociedad al cumplimiento voluntario de todo aquello que hubiera sido reconocido por los órganos de la economía de la sociedad, se convertirá en instinto puramente social. La dirección de la economía probablemente constituirá un trabajo realizado por turno, por grupos aislados, quizá incluso con la posible exclusión de las elecciones para los cargos correspondientes. Un llamamiento del órgano de la economía que cuenta con la estadística necesaria de la mano de obra, instrumentos de producción, proporciones del consumo, reservas, etc., será suficiente para asegurar la cantidad indispensable de energía de trabajo para cualquier rama de la economía. Un pequeño ejemplo: Cuando el ganso que guía la bandada lanza un grito de alarma, toda ella, instintivamente, se levanta y vuela. De idéntica manera los trabajadores de la sociedad comunista seguirán instintivamente el llamamiento de la necesidad social. La estadística dirá: “diez mil brazos obreros para aumentar la producción del carbón”, y el número necesario de voluntarios pasará, de la realización de otros trabajos, a las minas de carbón. Es necesario reducir el consumo de arroz o de limones en un veinte por ciento: todos llevarán inmediatamente a la práctica esta directiva del órgano de la economía sin la creación de órganos incómodos de distribución del comisariado popular del abastecimiento. Los órganos de dominación social, aun en su aspecto más débil, como fuerza que obra desde afuera, desaparecerán por cuanto sus funciones habrán pasado al interior del hombre, se habrán diluido en los instintos sociales del ente colectivo altamente organizado y educado a la perfección. Los retrocesos aislados serán considerados como enfermedades sociales que exigen curación y no el restablecimiento de la organización de la violencia.

En su prólogo a La lucha de clases en Francia, Friedrich Engels subrayó con mucha claridad el carácter transitorio del Estado obrero, en los párrafos siguientes:

…El Estado no es otra cosa que el instrumento de dominación de una clase sobre otra; esto se refiere a la república democrática no menos que a la monarquía. En el mejor de los casos, el Estado es un mal que el proletariado recibió en herencia después de haber conseguido la victoria en su lucha por la eliminación de las clases. El proletariado deberá inevitablemente, al igual que la Comuna de París, reducir en cuanto sea posible los peores aspectos de este mal, hasta que la nueva generación educada en el nuevo régimen libre y social, resulte con fuerzas para apartarse de todo este desperdicio, de toda clase de instituciones estatales.8

Durante el período de la lucha por el comunismo, el Estado proletario deberá existir y existirá, y la prolongación de su existencia será determinada por la fuerza de resistencia de las clases pudientes. Y como ya actualmente se observa que la burguesía mundial es capaz de desarrollar enormes fuerzas de resistencia, ni la victoria de la revolución proletaria en Europa salvará a la clase obrera de la necesidad de acabar con la dominación burguesa en América y Japón, debiendo al principio, probablemente, defenderse de estos carniceros. Podemos afirmar que el Estado proletario tendrá que trabajar todavía tal vez decenas de años para la destrucción del reinado del capital en todos los rincones del mundo.

Veamos ahora qué opinan los anarquistas sobre el Estado proletario y cuál es su actitud respecto a él en la práctica.

Capítulo 5: Los anarquistas y el estado proletario

Los anarquistas se declaran enemigos de todo poder gubernamental y de toda violencia organizada.

He aquí lo que escribe, por ejemplo, sobre el Estado, P. Kropotkin:

Nosotros vemos en él una institución que en el transcurso de toda la historia de la sociedad humana sirvió para impedir la unión de todas las gentes entre sí, sirvió para obstaculizar el desarrollo de la iniciativa local, para ahogar las libertades ya existentes, y estorbar el surgimiento de nuevas libertades. Y nosotros sabemos que la institución que existió ya varios siglos y que se consolidó firmemente, adoptando una forma determinada con el objeto de cumplir determinado papel en la historia, no puede ser adaptada para un papel contrario. (P. Kropotkin: El Estado y su papel histórico)

Malatesta escribe:

El Estado no crea nada, aun llevado a la perfección es una institución superflua, que gasta inútilmente las fuerzas populares. (E. Malatesta: El sistema abreviado del anarquismo)

En los párrafos citados más arriba hay que diferenciar dos ideas. En primer lugar, la protesta contra el Estado explotador y el subrayado de la completa imposibilidad de aprovechar este viejo aparato de opresión para la emancipación de las clases trabajadoras. Sobre este punto entre los comunistas y los anarquistas no hay divergencias. En segundo lugar, la protesta contra todo Estado, incluso contra el Estado proletario.

Pero cuando los anarquistas intentan llevar la repugnancia que les inspira el Estado opresor contra el Estado proletario, que surge como organización combativa de las clases oprimidas, entre comunistas y anarquistas surge todo un abismo. El anarquista que, siguiendo a Malatesta, se pusiera a repetir como un loro, frente al Estado obrero que realiza la lucha desesperada contra el capital internacional, que también dicho Estado es una institución “que gasta inútilmente las fuerzas populares”, demostraría solamente que en su propia cabeza reina la anarquía más ideal. Ni a los niños hay necesidad de demostrarles que la lucha termina con el éxito de la parte mejor organizada. La organización de la clase en Estado es la forma más alta de organización accesible a la sociedad de clases y decuplica las fuerzas de la clase que consigue unirse de esta manera. Por esto el proletariado al organizar su Estado, no “gasta inútilmente las fuerzas populares”, sino que cuida estas fuerzas, tiende a conseguir la victoria sobre la burguesía con el menor gasto posible de ellas. Y al contrario, el mayor gasto de fuerzas lo proporciona la lucha con el método de los anarquistas. Pero sobre esto hablaremos más adelante.

Cuando los teóricos del anarquismo tuvieron que responder a la pregunta de cuál sería su actitud hacia el Estado de trabajadores si tal Estado surgiera, intentaron eludir la respuesta basándose en la afirmación de que el Estado proletario no puede existir: “El Estado siempre ha sido, es y será una organización de la minoría y nunca puede darse un caso en que la mayoría del pueblo pueda tomar en sus manos el poder”. Si las masas trabajadoras consiguieran vencer en la lucha contra sus opresores, la organización del Estado para estas masas hubiera sido completamente innecesaria. Pero la vida precisamente dio un ejemplo de la existencia de un Estado proletario, burlándose de esta manera de los teóricos del anarquismo y exigiendo de ellos una respuesta, que esta vez era ya imposible eludir.

Esta cuestión, planteada por la realidad misma, asestó un fuerte golpe a los anarquistas. Ahora, hay que reconocer que no todo Estado ni toda violencia organizada constituyen un daño para la clase obrera, sino solamente el Estado de los explotadores. Pero con esto mismo el anarquismo hubiera dejado que se abriera una brecha en el punto esencial de su teoría, hubiera tenido que bajar del cielo de las afirmaciones absolutas a la tierra de la verdadera realidad. O, en caso contrario, era necesario reconocer como dañino al Estado obrero, al Estado que aplasta a los explotadores, al Estado de la disciplina en las filas de los trabajadores mismos, declararle la guerra y de esta manera quedar en compañía de los contrarrevolucionarios burgueses.

Veamos cómo han intentado salir de esta situación los anarquistas.

La primera experiencia del Estado proletario la dio la Comuna de París. El anarquismo no ha podido negar el carácter emancipador de esta admirable organización. Y por eso vemos que Kropotkin, por ejemplo, presenta sencillamente la Comuna de París como una Comuna anarquista. Kropotkin recomienda aprender, a partir del ejemplo de la Comuna de París, cómo hay que realizar la revolución social, y trata de no ver, o sencillamente no comprende, cómo sobre el terreno despejado por la revolución comenzó a formarse un Estado proletario nuevo y nunca visto en la historia. En su folleto La anarquía, Piotr Kropotkin escribe:

En la revolución, la destrucción constituye solamente una parte del trabajo del revolucionario; el revolucionario necesita además comenzar a construir en seguida lo nuevo. Esta construcción puede llevarse a cabo, o bien según viejas recetas aprendidas en los libros e impuestas al pueblo por todos los defensores de lo viejo, por todos los incapaces de pensar en lo nuevo; o bien la reconstrucción comenzará sobre nuevas bases, es decir, que en cada aldea, en cada ciudad comenzará la construcción de la sociedad socialista bajo la influencia de algunas bases comunes asimiladas por la masa que va a buscar su realización práctica en cada lugar, dentro de las relaciones complicadas propias a cada región.

Y en calidad de ejemplo de tal construcción, Kropotkin cita la experiencia de la Comuna de París, agradándole más que todo el que París fuera proclamado entonces “ciudad independiente”. Que esta independencia era ante todo independencia de Thiers, del gobierno contrarrevolucionario burgués de Versalles y de los elementos reaccionarios del campo, Kropotkin lo silencia. En realidad la Comuna tendía a abarcar toda Francia, convertir todo el país en organización del Estado proletario, y fue vencida a consecuencia de las derrotas en esta dirección.9

En general, la Comuna de París representa, no un ejemplo de Comuna anárquica, sino un Estado-comuna en embrión.

Que esto era precisamente una experiencia de Estado, si bien de tipo nuevo y constituyendo una experiencia muy poco perfecta, está claro para cualquiera que conozca la historia de la Comuna de París y no tenga interés en denigrar o explicar al revés su esencia.

La Comuna tenía todas las características más importantes del Estado, tan odiado por los anarquistas. Era en primer lugar un órgano legislativo, y dictó una serie de decretos obligatorios para todos, y que se debían llevar a la práctica bajo pena de castigos. No eliminó el tribunal, sino que proclamó la elección de los jueces por el pueblo.

No destruyó los ejércitos y la disciplina militar, inevitable para cada ejército que no deseara sufrir solamente derrotas, sino que poseía un ejército basado en el armamento general de los obreros.

Y así sucesivamente.

En general, la Comuna representaba un embrión del Estado adaptado a los intereses del proletariado, a los fines de aplastar la burguesía; Estado de oprimidos que había declarado la guerra a los opresores.

Este Estado era muy imperfecto, y lo que a Kropotkin agrada en la Comuna era precisamente su defecto como órgano combativo del proletariado. Cuanto más fuertemente hubiera tendido la Comuna de París a organizar y subordinar a su dirección las fuerzas revolucionarias de Francia, cuanto más rápidamente hubiera creado una organización centralizada que actuara militarmente y que implantara más disciplina y orden en su ejército, tanto más éxito hubiera tenido su lucha contra el gobierno burgués de Thiers.

Pero Kropotkin no pudo o no quiso comprender la esencia de la Comuna de París, e intentando salvar la inconsistencia de su teoría, pasó por alto el elemento estatal de esta experiencia socialista de los obreros parisienses. Al contrario, nuestros maestros Karl Marx y Friedrich Engels, con perspicacia genial, determinaron que la Comuna era un tipo de Estado que creaba el proletariado victorioso. He aquí por ejemplo, lo que escribía Friedrich Engels sobre la Comuna de París en su prólogo al folleto de Karl Marx La lucha de clases en Francia:

Durante el último tiempo el filisteo alemán comienza de nuevo a sentir un enorme terror al oír las palabras: dictadura del proletariado. ¿Queréis saber, estimados señores, en qué consiste esta dictadura? Ved la Comuna de París. Esto era la dictadura del proletariado.

Karl Marx, en el mismo folleto, escribía sobre la Comuna:

El misterio de la misma [es decir, de la Comuna] consiste en que por su esencia era un gobierno de la clase obrera.

Karl Marx escribía también sobre la Comuna hablando de ella como de un gobierno obrero:

Las pocas pero importantes funciones que todavía habían quedado en manos del gobierno central no debían ser destruidas, como falsamente declaraban los enemigos de la Comuna, sino que debían ser entregadas a los funcionarios comunales, es decir, a funcionarios que tuvieran seria responsabilidad.

Podríamos presentar un número mucho mayor de citas de las opiniones de nuestros grandes maestros. Todas estas citas demostrarían que Karl Marx y Friedrich Engels no sólo consideraban la Comuna de París como un gobierno de la clase obrera, sino que demostraban esta afirmación con toda una serie de hechos de la vida y actividad de esta organización proletaria gubernamental.

El segundo ejemplo de Estado proletario nos lo dio la Rusia Soviética después del levantamiento de Octubre. ¿Cómo recibieron los anarquistas esta grandiosa experiencia de la creación de un Estado obrero y campesino?

Al igual que la Comuna de París, la Rusia Soviética, ya por el hecho mismo de su existencia, constituye la refutación más evidente del prejuicio anarquista de que todo poder es el poder de la minoría opresora, y de que la mayoría de trabajadores no tiene posibilidad ni necesidad de organizarse en Estado para el aplastamiento de la minoría burguesa. Pero si Kropotkin tuvo el atrevimiento de declarar que la Comuna de París era una Comuna anarquista, repetir la misma afirmación respecto a la Rusia Soviética era ya imposible. La revolución de Octubre se realizó bajo la consigna “todo el poder a los Soviets”. La palabra “poder”, tan odiada por los anarquistas, estaba a la vista, y esta palabra se convirtió en acción cuando fue derrocado el ministerio de coalición y comenzó a fortalecerse el aparato gubernamental soviético de la dictadura proletaria. Los anarquistas, junto con los bolcheviques, participaron en la revolución de Octubre. En la victoria conquistada hay también una parte de sus esfuerzos. Pero han jugado el papel revolucionario en el movimiento de Octubre, no gracias a su anarquismo, sino a pesar de él, es decir, que lo que los hacía aliados del proletariado, que luchaba no por la ausencia de todo poder sino por el paso del poder a sus manos, no fue la negación de todo poder en general, sino la lucha contra un determinado poder burgués. Naturalmente, los anarquistas siempre intentaban subrayar en sus actuaciones que luchan contra la burguesía en nombre de la anarquía, pero esto no molestaba la acción, porque ayudando a derrocar el poder de la burguesía ayudaban a la victoria del poder del proletariado.

Después de la revolución de Octubre, entre los anarquistas rusos se pueden diferenciar tres corrientes distintas con respecto al poder soviético. Una parte de los anarquistas razona aproximadamente del modo siguiente: El poder soviético lucha contra la policía rusa e internacional. Mientras esta lucha no esté terminada, es necesario apoyar al poder soviético, aunque la anarquía signifique un régimen social más perfecto. Luchar contra el poder soviético cuando la burguesía todavía no está vencida, significa ayudar a la burguesía. Así razona la parte más reducida de los anarquistas.

Otros anarquistas defienden una opinión completamente opuesta. Entienden que el poder soviético es ante todo poder, y los anarquistas deben siempre destruir el poder, cualquiera que sea y haga lo que haga. Así, pues, ¡Abajo todo poder, incluso el poder soviético! ¡Abajo inmediatamente! y !Viva la anarquía!

Entre estas dos corrientes extremas existe una corriente media que se acerca bien a un extremo bien al otro, según las circunstancias, y trata en todo momento de subrayar que una cosa es el poder soviético y otra completamente distinta los Soviets. Esta corriente intermedia, que probablemente comprende a la mayoría de los anarquistas rusos, en sus relaciones con el poder soviético, se guía por la regla siguiente: cuando los anarquistas encuentran que la política del poder soviético en determinado momento corresponde a los intereses del anarquismo, debilitan su ofensiva contra él y hasta le sostienen. Si, según su profunda convicción, esta política no es revolucionaria, actúan no sólo contra una u otra medida del gobierno soviético, sino principalmente contra el poder soviético en general. Debe ser claro para todos que tal actitud respecto al poder soviético demuestra una confusión completa de parte de los anarquistas y absoluta incapacidad para ocupar una posición fija de principio con respecto al Estado proletario.

El primer grupo de anarquistas de que hemos hablado se coloca abierta y honradamente de parte del gobierno soviético, que todavía no ha concluido su trabajo de aplastamiento de las clases explotadoras, con lo cual clara y francamente reconoce de hecho (aunque posiblemente silenciándolo de palabra) que el Estado proletario puede existir, que en la Rusia Soviética existe en la práctica, que el anarquismo resultó equivocado en el punto más esencial, en la cuestión del Estado. Este grupo obra tal cual le dicta su sano instinto revolucionario en la época revolucionaria, pero en cambio relega al olvido los razonamientos teóricos de los Kropotkin.

Otra es por completo la situación del grupo de anarquistas que repiten como loros aquello que fue escrito por los teóricos del anarquismo decenas de años atrás. Los teóricos del anarquismo se representaban el paso del Estado explotador a la sociedad sin Estado de una forma muy simplista: Comienza la revolución social, el Estado burgués es destruido, y surge el reinado de la libertad anárquica. Pero esto es fácil escribirlo en el papel, sobre todo cuando no se tienen en cuenta los obstáculos. En la práctica, el desarrollo histórico no siguió el camino que habían previsto Bakunin y Kropotkin, sino el del Manifiesto Comunista y sus autores. La lucha del proletariado por la destrucción del Estado burgués exigió la creación de un Estado proletario, y entre el Estado de la minoría explotadora y la futura sociedad, libre de Estado, se constituyó un eslabón intermedio, un Estado transitorio de la mayoría trabajadora. Así ocurrieron las cosas en la práctica. Pero para el anarquista “teorizante” esta verdad real no existe. Los prejuicios de los teóricos del anarquismo llevados al papel impreso, son para él más importantes que la experiencia de la vida de la revolución. El anarquista teorizante no distingue el Estado proletario, o mejor dicho, lo único que distingue del Estado proletario es el “Estado” que odia, y grita: “abajo el gobierno soviético” en los momentos en que más fuerte se oye el mismo grito lanzado por toda la contrarrevolución burguesa y monárquica. Cierto que el burgués o el monárquico, cuando grita “¡abajo el gobierno soviético!”, acentúa la palabra “soviético”, y el anarquista, en cambio, acentúa la palabra “gobierno”. En la práctica resulta, sin embargo, una verdadera alianza para derrocar el gobierno soviético, alianza que existe concretamente y que puede concluir por dar el triunfo a la burguesía.10

Pero los anarquistas teorizantes y “consecuentes” tienen, sin embargo, un consuelo (¡no hay mal que por bien no venga!), y es que siguen siendo hasta el fin los conservadores de todos los legados del anarquismo; no se les puede echar en cara que se hayan apartado de sus “verdades” respecto a las relaciones con el Estado. Debemos reconocer a los anarquistas el derecho a este consuelo, tanto más cuanto que lo han pagado demasiado caro: con la alianza con la contrarrevolución…

En lo que respecta al grupo intermedio de los anarquistas, que oscila entre las sabidurías anticuadas de Kropotkin y las exigencias de la revolución verdadera, rechaza en la práctica la afirmación del anarquismo según la cual todo poder oprime al pueblo trabajador y no puede nunca estar a su servicio. Apoyando en la práctica una serie de medidas del gobierno soviético dirigidas contra la burguesía y el imperialismo, los anarquistas, sin muchas palabras, pero elocuentemente, reconocen que existe también un poder que oprime a los explotadores en interés de los trabajadores. Pero hacer esta confesión significaría para un anarquista dogmático el suicidio. En cuanto empiece a establecer diferencias entre el poder burgués y el poder proletario, ya puede darse por perdido. Tendrá que decidir, una vez planteada la lucha entre el poder de los Wrangel y los Lloyd George de un lado, y el poder soviético de otro, entre apartarse de toda lucha y de la revolución o colocarse de parte del poder de los trabajadores contra el poder de los verdugos burgueses. Pero la posibilidad de dicha elección no había sido prevista por los teóricos del anarquismo, y sus alumnos rusos se ven obligados a decidir con “su propia inteligencia” cómo salir de tal situación. Buscan la salida de diferentes maneras, pero a fin de cuentas siempre acaban por encontrarse ante dos caminos: permanecer fieles a los prejuicios anarquistas y servir a la contrarrevolución, o servir a la revolución, pero después de haber echado a un lado los prejuicios sobre el peligro que para el pueblo supone todo poder, en cualquier circunstancia y en cualquier tiempo.

Como hemos visto más arriba, Kropotkin, colocado frente al Estado proletario en embrión, la Comuna de París, encontró una decisión para el anarquismo digna de Salomón: expropiar, por así decirlo, a la Comuna de París, declarándola una comuna anárquica. La historia ha proporcionado a nuestros anarquistas una nuez más difícil de partir: los Soviets.

¿Qué son los Soviets?

Los partidos burgueses, los conciliadores y los anarquistas, veían los Soviets no como efectivamente eran, sino como querían que fuesen. Los partidos conciliadores no consideraban a los Soviets como órganos del poder proletario, los declaraban organizaciones profesionales de clase, aptas solamente para controlar el poder, y pusieron todas sus fuerzas por conservarlos en una posición tan lastimosa.11

Los anarquistas respondieron a esta cuestión casi en el mismo sentido: los Soviets no son órganos del poder, sino órganos de la voluntad del pueblo trabajador. Solamente los bolcheviques intentan alterar su naturaleza y convertirlos en órganos de poder.

Una respuesta tan lastimosa permite comprobar una vez más que el solo hecho de la existencia de los Soviets constituye una refutación clara a todas las teorías anarquistas sobre el problema del Estado, y demuestra su completa incompetencia para la apreciación de estos órganos.

El intento de reemplazar la palabra “poder” por la frase “voluntad del pueblo trabajador” no salva a los anarquistas, a quienes el curso mismo de nuestra evolución arrincona contra la pared.

Estamos conformes en que los Soviets son órganos de la voluntad del pueblo trabajador, ¿pero acaso la voluntad del pueblo trabajador no puede ser también voluntad de conseguir el poder?

En la práctica ha ocurrido que los órganos del pueblo trabajador manifestaron su voluntad de conseguir el poder, se convirtieron en órganos del poder, y no podían dejar de sufrir esta transformación, si habían de asegurar la victoria de la revolución proletaria. ¿Qué gana entonces el anarquismo declarando que los Soviets no son órganos del poder del proletariado sino de “la voluntad del proletariado”?

Nada absolutamente. Los anarquistas confunden las palabras y llegan frecuentemente a conclusiones verdaderamente asombrosas por lo absurdas; algunos de ellos tienen tendencia a razonar del modo siguiente: en cuanto los Soviets se transforman en órganos del poder y constituyen un poder soviético central, dejan de ser Soviets representativos de la voluntad del pueblo trabajador. En otras palabras: ¡como los Soviets no obran según la receta de los anarquistas, no expresan la voluntad del pueblo trabajador!12

¿Pero puede en general el Soviet, en calidad de asamblea de diputados elegidos por los trabajadores, expresar la voluntad de estos trabajadores? Para los anarquistas es ésta una cuestión muy seria. El lector debe recordar que Malatesta y una serie de teóricos del anarquismo demostraban siempre con mucho tesón que el elegido para una u otra institución puede expresar su propia voluntad, pero en ningún caso la voluntad de cientos y miles de personas diferentes. El anarquista consecuente debiera llegar, razonando así, a la conclusión de que los Soviets son órganos que no pueden tampoco expresar la voluntad de las masas. Pero en esta cuestión no todos los teorizantes del anarquismo se deciden a calumniar los Soviets y declararlos órganos que no expresan la voluntad del proletariado. De esta manera, el hecho mismo de la existencia de los Soviets y de su trabajo obligó a los anarquistas a abandonar uno de sus prejuicios.

Pero si el Soviet aislado constituye un órgano que expresa la voluntad del pueblo trabajador, ¿qué opinión tienen los anarquistas del Congreso de los Soviets?

Aquí una parte de los anarquistas pierde terreno y afirma que el Congreso de los Soviets ya no expresa la voluntad del pueblo. Cuando el Congreso de los Soviets elige el Comité Central y el Soviet de Comisarios del pueblo,13 todos los anarquistas están conformes en que no expresa la voluntad del pueblo trabajador, y que las instituciones por él elegidas lo expresan todavía menos.

Para que toda la inconsecuencia y absurdo del punto de vista de los anarquistas sea más evidente, aclarémosla con un pequeño ejemplo. Supongamos una provincia, llamémosla Ivanovska, en la cual existe un sobrante de pan y el Soviet electo de provincia ha establecido que este sobrante no debe ser entregado a la ciudad. Esto sería la expresión de la “voluntad del pueblo trabajador”. Pero si el Congreso Panruso de los Soviets, a fin de salvar del hambre a los obreros y campesinos de las provincias que han tenido mala cosecha, decreta que todos los sobrantes de pan en el país deben ser adquiridos de las aldeas, particularmente de la provincia Ivanovskaia, esto ya no sería la expresión de la voluntad del pueblo trabajador, sino la manifestación del poder y de la violencia.

Así pues, haciendo un balance de lo dicho con respecto a los anarquistas y al Estado proletario llegamos a la siguiente conclusión: como la aparición del Estado proletario no se había previsto en modo alguno por los anarquistas, y éstos se representaban el curso de la revolución social de una forma completamente distinta de la realidad, ya el solo hecho de la aparición de los Soviets como poder proletario en embrión obligó a los anarquistas a abandonar muchos de los prejuicios que durante medio siglo habían considerado como axiomas. Pero cuando la red de los Soviets, después de la revolución de octubre, formando una sola entidad, constituyó el fundamento del Estado proletario y campesino que daba principio a la lucha por la destrucción de las clases, la misma vida colocó a los anarquistas frente al siguiente dilema: o bien destruir los Soviets como órganos de poder o bien apoyarlos como instrumentos para la destrucción del régimen burgués.

Como resultado, los anarquistas no han podido mantenerse en una posición consecuente de principio, y en el momento actual se encuentran en una situación de absoluta confusión teórica.


Notas

1 La consigna del Partido de ”cerrar filas” para enfrentarse a la peligrosa situación creada por los brotes de derivación insurreccional del descontento popular, a principios de 1921 (insurrección de Kronstadt y huelgas de Petrogrado y Moscú, sumándose a un preexistente bandidaje campesino) fue seguida en bloque por el conjunto de los militantes, incluidos los de grupos del ala izquierda, como la Oposición Obrera. Podría fecharse en aquellos momentos el definitivo afianzamiento del silogismo bolchevique, aquí empleado por Preobrazhenski, y que será uno de los ”leit-motiv” de la obra, según el cual, siendo el poder bolchevique la única forma posible de mantenimiento de la dictadura del proletariado en Rusia, toda fuerza antibolichevique se convierte en un aliado objetivo de la contrarrevolución. Aun contando ya con numerosos precedentes, este razonamiento adquirió su forma más esquemática con la amalgama, a nivel propagandístico, entre generales zaristas, partidos burgueses, socialistas-revolucionarios, mencheviques y anarquistas, efectuada con la insurrección de Kronstadt.

2 Entiéndase: ”el capitalismo internacional”, no las inversione extranjeras en Rusia.

3 Era sobre todo en el campo donde dominaba la economía pequeño-burguesa. Tal como constata y prevé Preobrazhenski, la lucha contra la pequeña burguesía campesina había sido, durante el comunismo de guerra, y volvió a ser, con el Primer Plan Quinquenal (1928-1932), de proporciones gigantescas. Los ”sabotajes” a los que se hace referencia tomaron la forma, en los dos períodos citados, de ocultación o destrucción de cosechas, sacrificio y consumo inmediato de ganado, resistencia a sembrar por encima de lo que pudiera bastar a las necesidades familiares, etc. A nivel urbano, la supervivencia de las antiguas clases medias tomó la forma del empleo por el Estado soviético de técnicos, especialistas Y patronos de las industrias del antiguo régimen. Estas dos categorías sociales habían sido recientemente beneficiadas por las medidas que constituyeron la NEP.

4 El monopolio del trigo, una de las medidas clave del ”comunismo de guerra”, había tomado la forma de requisas ”manu militad” de los excedentes agrícolas, realizadas por destacamentos obreros móviles con la ayuda de los comités locales de campesinos pobres. El monopolio del trigo había sido abolido en el marco del X.° Congreso, poco antes de escribir Preobrazhenski estas líneas, medida que se encuadraba en el inicio de la NEP.

5 Esta referencia a ”defender y conservar las conquistas de la revolución” debe relacionarse con el reciente fracaso del Ejército Rojo en la guerra con Polonia y con el inicio del reflujo revolucionario en toda Europa. La contradicción de esta ”defensa y conservación” con los enfoques más optimistas y más agresivos reflejados en otros pasajes del libro podría considerarse una ilustración de la complejidad de factores y tomas de posición que intervenían en la visión estratégica de los dirigentes bolcheviques en el crucial año 1921.

6 La rápida pérdida de esperanzas, después del fracaso de la guerra de Polonia y de la Acción de Marzo en Alemania, en que un reguero de revoluciones proletarias triunfantes en Europa permitiera prever, a corto plazo, el inicio de una edificación socialista de la economía no implicaba aún, en 1921, un abandono de la óptica bolchevique según la cual el socialismo sólo era pensable si la Revolución rusa era el primer paso de una revolución internacional. Así, es sólo en apariencia que el planteamiento de todo este pasaje ofrece un notable paralelismo con lo que, un cuarto de siglo más tarde, sería la formulación staliniana de la ”guerra fría”: el capitalismo agonizante, devastado por la guerra, lanzará unos últimos y gigantescos coletazos, de los que el poder soviético deberá defenderse, cerrándose sobre sí mismo y acumulando fuerzas para una confrontación generalizada. La perspectiva de Preobrazhenski es muy distinta, como puede verificarse un texto suyo del año siguiente, 1922: la ”Doceava lección” de su originalísima obra De la NEP al socialismo, recientemente publicada en España (Ed. Fontanella, Barcelona, 1976), en la que enfoca, mediante una anticipación de ”política-ficción”, la creación de una Europa soviética como resultado de un proceso complejo de lucha de clases desarrollada sobre la base de la incapacidad capitalista de remontar la crisis consecutiva a la Primera Guerra Mundial. En el texto citado, Preobrazhenski hace intervenir militarmente a la Unión Soviética en apoyo de revoluciones obreras triunfantes en Alemania del Sur, Bulgaria, Austria, etc., contra los junkers nortealemanes, Francia, etc. La victoria revolucionaria y militar conduce a una articulación económica y política entre todos los países donde ha triunfado el proletariado, quedando Rusia en un papel económico secundario frente a los países industrializados. Desde el punto de vista de las necesidades rusas, esta visión agresiva y optimista se resume en una frase de De la NEP al socialismo: ”…el desarrollo de las fuerzas productivas en Rusia empujaba, en aquellos momentos, hacia Occidente, para acelerar el movimiento de Occidente hacia Rusia”.

7 La prolongada situación de hambre y desempleo había hecho subir en enormes proporciones la delincuencia común. La desmovilización después de la guerra civil, en 1920, supuso un aumento alarmante del bandidaje campesino, que ya durante la guerra civil se había nutrido abundantemente de desertores de los distintos ejércitos, de residuos de ejércitos derrotados, etc. En algunos casos, el bandidaje estaba fuertemente politizado, y así, en la región de Tambov, llegó a formarse un enorme, aunque desorganizado, ejército campesino controlado políticamente por eseristas de derecha.

8 Preobrazhenski cita a Marx según la edición de ”Priboi”, 1917. Al no poder cotejarla, hemos mantenido el texto incluido en la primera edición castellana de la obra de Preobrazhenski.

9 A ejemplo de París, varias ciudades francesas (Marsella, etc.) proclamaron la Comuna. París trató, mediante emisarios, de coordinar la acción con ellas. V. Marx: La guerra civil en Francia.

10 Ya no se trata aquí del razonamiento, típico ya entonces en las argumentaciones del poder bolchevique, de que ”objetivamente” las actividades de mencheviques, eseristas y anarquistas por un lado, y los burgueses y monárquicos por otro, convergían en la práctica, sino de una ”alianza que existe concretamente”. Probablemente la mayor ”concreción” del hecho podría encontrarse en que, durante la guerra civil, y en ciertas regiones, el Ejército Rojo se batió a veces, por ejemplo, simultáneamente contra tropas zaristas, nacionalistasburguesas y anarquistas. Pero debe tomarse en cuenta que, al mismo tiempo, anarquistas, burgueses y zaristas luchaban también entre sí. Éste fue el caso, en particular, de Ucrania, donde operaron, además del Ejército Rojo, el del anarquista Makhno, los de los generales zaristas Skoropadski, Denikin y Wrangel, y el nacionalista burgués de Petliura. Archinoff, en su historia del movimiento makhnovista, en el que participó, cuenta por ejemplo que en cierta ocasión llegó ante el estado mayor de Makhno un oficial que se presentó como portavoz del general blanco Wrangel y trató de negociar dando por sentado que existía entre Wrangel y Makhno algún tipo de acuerdo para combatir conjuntamente al poder bolchevique. El mismo estado mayor de Wrangel había escrito a Makhno para proponerle un acuerdo. La réplica fue fusilar al emisario (nos basamos en la edición francesa de la obra de Archinoff: Le mouvement makhnoviste, Bélibaste, Paris, 1969, pp. 247-249). Las alianzas ”concretas” después de la guerra civil habría que buscarlas en el hecho de que el poder soviético atribuyó varias veces los movimientos populares de descontento a manejos conspirativos de anarquistas, eseristas y mencheviques, y en que todo movimiento de descontento era capitalizado, a nivel propagandístico, por la emigración rusa antisoviética. Sin necesidad de negar el hecho de que, en muchos casos, la presencia de las organizaciones opositoras socialistas y anarquistas en los movimientos populares de descontento fuera perfectamente real, sería extremadamente difícil demostrar la existencia de acuerdos a nivel de estrategia política entre estos elementos y las organizaciones burguesas y el capitalismo internacional, al menos en el caso de anarquistas, eseristas de izquierda y mencheviques de izquierda. Así, cuando durante la insurrección de Kronstadt, en marzo de 1921, se acusó a los insurrectos de haber recibido apoyo de la emigración rusa y del capital internacional, parece ser que dicha ayuda se redujo a unos telegramas de apoyo de las organizaciones en el exilio (se puede mencionar, en particular, un telegrama de Tchernov ofreciendo asistencia militar y política, que fue rechazada), y a la presencia en Kronstadt de un representante de la Cruz Roja, probablemente el oficial de marina Vilken (ver, por ejemplo, Ida METT: La Commune de Cronstadt, Spartacus, Paris; VOLIN: La revolución desconocida; PETRICHENKO: artículo en ”Znamya Borby”, 1926, etc.).

11 Los partidos burgueses en la coalición gubernamental después de la Revolución de Febrero fueron, fundamentalmente, el Cadete y el Octubrista. Los partidos conciliadores en el gobierno, el eserista de derecha y el menchevique de derecha.

12 Sin entrar en el fondo del razonamiento, podría indicarse que, en la medida en que el descontento popular, provocado por la escasez, el desempleo y el desánimo, se politizaba, no estaban ausentes las tendencias a pedir un revitalización de los soviets. Así, en la varias veces mencionada insurrección de Kronstadt, se lanzaron consignas contraponiendo abiertamente el poder soviético y el poder bolchevique. Quizá sea el impulso polémico el que lleva a Preobrazhenski a utilizar contra los anarquistas una acusación reversible: puesto que, en 1921, todas las organizaciones no bolcheviques habían sido ya expulsadas de los soviets, podría no parecer absurda una réplica en el sentido de que, según los bolcheviques, los soviets expresaban la voluntad popular en la misma medida en que expresaban la voluntad bolchevique.

13 La constitución de 1918 disponía la celebración de reuniones trimestrales del Congreso Panruso de los Soviets, formado por un millar de delegados de todo el país, aunque las reuniones no tardaron en ser anuales. El Comité Ejecutivo Central Panruso de los Soviets (VTsIK) se compuso primero de 200, luego de 300 miembros, lo cual hacía difíciles las reuniones plenarias y dificultaba el desarrollo de sus funciones como organismo permanente. De hecho, el poder ejecutivo se fue concentrando rápidamente en el Consejo de Comisarios del Pueblo, proceso que fue acelerado por el ”comunismo de guerra”, durante el cual sucesivas medidas de excepción tendieron a favorecer, en orden a la urgencia y a la eficacia, a los órganos permanentes en detrimento de los Congresos. De hecho, buena parte de los mismos dirigentes bolcheviques reconocían ya en 1921 que la esclerotización burocrática de los soviets estaba muy avanzada, y, sin entrar en la validez de fondo del razonamiento de Preobrazhenski, podría objetársele, en base no sólo a textos de la Oposición Obrera dentro del Partido, sino incluso a declaraciones del mismo Lenin en el sentido de la necesidad de combatir el burocratismo creciente, el estar invocando unos mecanismos formales y constitucionales que, por lo menos en alguna medida, estaban dejando de corresponder a un funcionamiento real.