Presentación del autor basada en su artículo Totalitarianism or Anarchy? Rethinking Mao’s Cultural Revolution and the Contradictions of “Anti-State” Politics, incluido en el libro Underground Theory.

Transcripción y traducción: REALCOM

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Nota del traductor: Quiero dejar claro aquí que las afirmaciones hechas en este artículo, respecto de que la China posterior a Mao habría “tomado un camino capitalista”, no las considero una verdad definitiva, sino una posibilidad a ser discutida. Acá no tenemos una posición ya definitva sobre la naturaleza del sistema social que se ha desarrollado en China en los últimos 45 años. Siendo un tema tan amplio y lleno de aristas complejas, sería irresponsable de nuestra parte atrincherarnos en una posición concluyente sin haber hecho una investigación exhaustiva. Esa investigación está en curso, pero aún en una etapa muy preliminar.


La Revolución Cultural china, que está a la altura de la Revolución rusa de 1917 y la toma de poder por los bolcheviques en octubre de ese año, pese a ser uno de los acontecimientos más importantes de la historia del comunismo, es uno de los menos estudiados. Este descuido se debe principalmente a dos razones. Para empezar, la Gran Revolución Cultural Proletaria representó un intento fallido de superar los problemas de la forma de partido leninista y el modelo de socialismo estatal implementado por la mayoría de los países alineados con la Unión Soviética. China, durante la Revolución Cultural, hizo surgir algo radicalmente diferente de ese modelo. En segundo lugar, y lo más importante, la Revolución Cultural contiene algunas de las lecciones más difíciles de tragar para la gente de izquierda. De hecho, muchas de las enseñanzas de la Revolución Cultural tienen una relevancia directa para algunos problemas que aún seguimos enfrentando hoy, temas candentes en el discurso contemporáneo.

El verdadero fracaso de la Revolución Cultural no fue solo que creó caos, ya que cierto grado de inestabilidad es inevitable al atravesar una transformación socialista tan radical. Su fracaso consistió más bien en que no cumplió su objetivo original de producir instituciones políticas democráticas que podrían haber permitido a las masas mantener el control sobre los medios de producción y, finalmente, lograr su propia emancipación y la emancipación de la sociedad en su conjunto. Si bien una tarea tan colosal es indudablemente difícil y habría tomado mucho tiempo, el producto final de la Revolución Cultural terminó siendo la expansión de las relaciones capitalistas. Las secuelas de ese proceso crearon un agotamiento político generalizado, que facilitó a los cuadros del partido que reemplazaron a Mao volver a centralizar el poder estatal y tomar el camino capitalista, precisamente lo que Mao quería evitar. Lo que ocurrió fue, literalmente, la peor pesadilla de Mao. Pero el fracaso de la Revolución Cultural no puede atribuirse simplemente a la posterior decisión de Mao de ponerse del lado del partido-estado, volviéndose contra las organizaciones independientes y llamando a los militares para detener sus revueltas. Fue el hecho de que el Movimiento de las Guardias Rojas cayera en violentas luchas de poder entre facciones, lo que creó una situación calamitosa que permitió al Ejército Popular de Liberación, con el consentimiento de Mao, presentarse como los agentes del orden frente a los “agentes del desorden”.

Pero la pregunta sigue en pie: ¿qué llevó a las organizaciones independientes a implosionar de esa forma? Porque lo cierto es que la Revolución Cultural y las organizaciones independientes que florecieron durante los primeros dos años de la Revolución Cultural, implosionaron desde dentro, debido a contradicciones no resueltas que siguen acechando a muchos movimientos políticos hasta el día de hoy.

Creación versus negación: política destituyente y pluralización

Como argumentó brillantemente el teórico Alessandro Russo en su libro Cultural Revolution and Revolutionary Culture, la Revolución Cultural implosionó en gran medida debido a una tensión que había estado allí desde el principio. Una contradicción entre dos tipos diferentes de política, la destitución y la pluralización, cuyo resultado fue que la destitución terminase prevaleciendo. La destitución es lo que se podría llamar una lógica estatista o autoritaria, que implica un deseo de ocupar posiciones de poder que le permitan a uno gobernar sobre otras personas. La psicología de la destitución implica el disfrute de decidir el destino de los demás.

La destitución es algo así como ese policía que uno tiene dentro de la cabeza. Esta es la dinámica conductual que está en juego en casi todos los casos de luchas de poder dentro del Estado. Si bien la destitución es una regla general en los asuntos políticos, también hay excepciones equitativas, donde aquellos que generalmente están en la posición de ser gobernados comienzan a auto-organizarse y a crear relaciones igualitarias para sí mismos, separadas de las jerarquías y prácticas estatales existentes. El término que Russo utiliza para describir este proceso es pluralización. La secuencia de pluralización durante la Revolución Cultural ocurrió principalmente en los dos primeros años, cuando la revolución dio lugar a la construcción de varias formas novedosas de proyectos igualitarios. Lo que la Revolución Cultural mostró, sin embargo, es que la destitución y el goce de dominar a otros tienden a extenderse más allá del ámbito estatal. Para Russo, el triunfo de la destitución sobre la pluralización desempeñó un papel central en el hecho de que la Revolución Cultural cayera en el faccionalismo, un proceso en que las divisiones arbitrarias y las luchas de poder llevaron a las organizaciones igualitarias a colapsar.

Se podría pensar que la creación espontánea de organizaciones igualitarias, independientes del Estado, tendría que producir un movimiento más bien antiautoritario. El autoritarismo es un fenómeno que se asocia típicamente con el Estado. Sin embargo, durante la Revolución Cultural, cuando las masas excitadas tuvieron en sus manos el poder para rebelarse, muchas personas actuaron exactamente como el mismo Estado, participando en conductas dominantes y disfrutando de ello. Durante la Revolución Cultural, el placer de controlar las vidas de los demás se hizo evidente en los innumerables casos en que las personas se vigilaban unas a otras, en un proceso parecido a una caza de brujas medieval.

La conclusión más importante de todo esto es que la lógica de la destitución, el disfrute de decidir el destino de los demás, no es un rasgo exclusivo de quienes siguen una carrera política en el Estado. La práctica de la destitución es una característica distintiva de la política habitual dentro del gobierno, pero el hecho de que las propias masas la utilizaran como arma contra los demás, por fuera del Estado, es emblemático de un problema que muchas personas, sobre todo en la izquierda, pasan por alto: que las conductas policiales pueden seguir existiendo al margen de la policía oficial. El autoritarismo puede darse aún en quienes no detentan autoridad estatal. De ahí que la mentalidad destituyente fuera un factor importante en que la Revolución Cultural se transformase en una autodestructiva política de pura negación, en lugar de creación. Esto se evidenció en la preocupación por destruir a los viejos elementos, supuestos enemigos de clase, y en ejercer una intensa vigilancia moral entre unos y otros, lo cual terminó asfixiando la experimentación de nuevas formas políticas separadas de las estructuras estatales. Más tarde la lógica de la destitución resurgió bajo la forma de una lucha faccional, en la que las organizaciones independientes fueron absorbidas por las diferentes facciones de la Guardia Roja que intentaban tomar el poder y eliminar a los grupos rivales. En vez de mantener su independencia respecto del Partido-Estado, los grupos se enfrascaron en una lucha recíproca por la supremacía política o militar, lo que a menudo se tradujo en el dominio efectivo sobre diferentes áreas del país.

Alessandro Russo ilustra brillantemente el problema de la política destituyente de la pura negación, y cómo esto puede obstaculizar una política de la creación. En el caso de la Revolución Cultural el proceso destituyente no supuso ninguna experimentación política real: estaba intrínsecamente alineado con la toma del poder. Tomar el poder implica destituir a otro del poder. La destitución es lo que siempre han practicado los sujetos gubernamentales en todas las épocas y países. El hecho de que en la revolución socialista esto se hiciera en nombre de principios revolucionarios comunistas e igualitarios, sólo sirvió para hacer más ambigua la función destituyente. Sin embargo, la destitución no es en absoluto intrínseca a la experimentación igualitaria, tal como lo demostró dramáticamente la Revolución Cultural cuando los ensayos igualitarios de masas establecieron sus objetivos en torno a la toma del poder, es decir, cuando se propusieron destituir a ciertos poderes sustituyéndolos por otros. Lo que sucedió fue que más tarde esas experiencias innovadoras se aniquilaron a sí mismas. De hecho, sirvieron como palanca para el relevo entre entidades poderosas que no sabían qué hacer con la experimentación política igualitaria.

El problema irresuelto que dejó la Revolución Cultural fue, en primer lugar, cómo hallar y mantener la necesaria distancia política entre ambos procesos. La tirantez entre el impulso destituyente y la política de la creación se puede interpretar de diferentes maneras. Para Alessandro Russo el hecho de que tantos rebeldes acabaran adoptando la práctica de la destitución, que normalmente es una lógica del Estado, estaba directamente relacionada con la interferencia del Partido-Estado en el movimiento, y con su papel dominante en la sociedad china en su conjunto. Russo sostiene que los intentos del Partido-Estado de gestionar las condiciones de la Revolución Cultural y contenerla, empujaron a las organizaciones rebeldes a tratar de orientar sus objetivos en torno a la toma del poder, en lugar de centrarse en experimentos productivos por fuera del Estado. Recordemos que la Revolución Cultural comenzó originalmente con purgas desde arriba, que se iniciaron con en el caso Hai Rui. Se podría argumentar, como lo hace Russo, que las masas de rebeldes terminaron emulado esa lógica de destitución, aplicándola unos contra otros.

Mao intentó promover la pluralización y la destitución, simultáneamente. Por un lado, alentó el florecimiento de organizaciones independientes e igualitarias, pero a medida que estas organizaciones rebeldes se volvieron más fracturadas y anárquicas, Mao y el Grupo de la Revolución Cultural (Central) instaron a las diferentes organizaciones rebeldes que habían comenzado a escindirse a que, en cambio, se unificaran y derrocaran a las fuerzas revisionistas en el seno de la burocracia estatal. Pero esto
terminó siendo un tiro por la culata. Como Mao y el GRCC terminaron presentando la Revolución Cultural como una expropiación del poder de manos de las autoridades revisionistas, esto implantó una cierta lógica en los diferentes grupos de guardias rojos, que los preparó para enfrentarse entre sí y arrebatarse el poder unos a otros. La lección clave aquí es que el objetivo principal de una revolución socialista debe basarse en lo que busca construir, y no sólo en lo que quiere destruir. Esto plantea la siguiente interrogante: si suscribiéramos la interpretación de Alessandro Russo, que es bastante comprensiva con las Guardias Rojas y más bien le echa la culpa al Estado, ¿podría la Revolución Cultural haber ido en una mejor dirección si no hubiese puesto en marcha las purgas de funcionarios estatales desde arriba?

¿Y si las masas hubieran tenido desde mucho antes el poder para actuar de manera autónoma del Estado? Personalmente, no estoy tan convencido. Si los rebeldes de la Revolución Cultural adoptaron las prácticas de destitución contra sí mismos, y se orientaron de forma prioritaria hacia la toma del poder, ¿esto se debió simplemente a las decisiones de Mao Zedong y a las prácticas del Estado? ¿O es la destitución un mero síntoma de un problema mucho más profundo? ¿Es la destitución realmente el reflejo de una mentalidad estatista? ¿O es sencillamente un rasgo humano? ¿Es acaso el comportamiento autodestructivo de la destitución parte de la naturaleza humana? ¿O es más bien un condicionamiento profundo debido a que hemos vivido bajo autoridades estatales durante siglos? Consideremos que China es una de las civilizaciones más antiguas, con una gran parte de su población viviendo bajo estados autoritarios durante largos períodos históricos. Los acontecimientos de la Revolución Cultural fácilmente podrían interpretarse como una evidencia de que la naturaleza humana hace imposible la política emancipadora. Sin embargo, también se puede argumentar que, siendo productos de sus condiciones socioeconómicas, los humanos emulan las lógicas y los hábitos que heredan de su sociedad y de sus amos. Estas son preguntas muy importantes que les animo a que se planteen, porque nos obligan a enfrentar los dilemas críticos que probablemente enfrentará una política revolucionaria y que tenemos que abordar de manera activa, en vez de atribuir el fracaso de los movimientos revolucionarios únicamente a causas externas como el imperialismo, los golpes de Estado extranjeros, los traidores revisionistas o los líderes totalitarios corruptos que abusan de su poder.

No pretendo tener las respuestas definitivas a estas preguntas, y los animo a que discutan sobre qué interpretación les convence más. Pero tengo algunas hipótesis tentativas propias, que desarrollaré brevemente aquí.

Resentimiento, destitución y cultura de la cancelación

Como parte de su teoría de la moralidad y el resentimiento de los esclavos, Friedrich Nietzsche sostuvo que son los más impotentes quienes tienen mayor sed de poder. Pero la mayoría de las personas reprimen su voluntad de poder y lidian con su impotencia adoptando algún tipo de ideología religiosa, la que utilizan como un velo para convertir su impotencia en virtud, y para denunciar moralmente a quienes sí tienen poder.

El placer del poder nace del desagrado que se ha experimentado innumerables veces, debido a la dependencia que es inherente al estado de impotencia. Si no se tiene esta experiencia desagradable, tampoco se experimenta dicho placer. (Friedrich Nietzsche, Fragmentos inéditos 1875-1879)

Considerando cómo se desarrolló la Revolución Cultural, tal vez Nietzsche tenía razón cuando predijo que quienes tienen menos poder, en ocasiones pueden convertirse en los sujetos más peligrosos y destructivos cuando lo saborean. Esta lógica emergió visiblemente en la obsesión por convertir en un arma la etiqueta de “burgués”, y en la glorificación de la llamada “cultura proletaria”, elevando ambas nociones al estatus de categoría moral, lo que terminó popularizando el terrible estereotipo de que el comunismo es un culto a la pobreza. Después de haber perseguido incansablemente a los burócratas del partido, quedándose sin enemigos de clase imaginarios a los que perseguir, los Guardias Rojos pronto se enfrentaron entre sí en una amarga lucha de poder.

La Revolución Cultural muestra que el fenómeno que hoy en día conocemos como cultura de la cancelación no es exclusivo de la vida online, ni es realmente algo nuevo. Cultura de la cancelación es un término que se suele utilizar de forma abusiva y que la gente tiende a emplear para describir cosas muy diferentes. Personalmente, no creo que los casos de celebridades que se enfrentan a críticas por haber dicho cosas provocativas, sean realmente ejemplos de una cultura de la cancelación. No, J. K. Rowling y Dave Chappelle no han sido realmente cancelados. Creo que el problema que realmente debería importarnos en el fenómeno que describimos como “cultura de la cancelación”, es la vigilancia moral que prolifera en los espacios sociopolíticos y en las comunidades, donde los miembros del endogrupo son hostigados y expulsados si no adhieren a un determinado canon de pureza moral. Por eso cuando hablo de este problema de la vigilancia endogrupal, prefiero el término destitución en lugar de cultura de la cancelación. Lo prefiero porque no es necesariamente algo nuevo, y es una tendencia autodestructiva real que debe ser abordada por cualquier movimiento político que quiera prosperar y no hundirse.

La práctica de la destitución, que típicamente implica una pseudopolítica de la identidad y la adhesión a ciertas expectativas morales, puede reprimir diferencias subyacentes que las personas tienen demasiado miedo de expresar, y puede llevar a la canibalización de los movimientos debido a una expectativa irrazonable de pureza moral. A quienes quieran saber más sobre cómo la destitución en la Revolución Cultural se vincula con la actual cultura de la cancelación, les recomiendo encarecidamente que lean el excelente artículo de Asad Haider, Dismissal: The relevance of the Cultural Revolution.

La práctica de la destitución debe ser contenida, o balanceada, por una política de la pluralización y de la creación, que vaya más allá de la mera negación de las cosas, y sea más tolerante con las diferencias y los errores humanos. A muchas personas les toma bastante tiempo adaptarse al cambio, y no siempre podemos estar de acuerdo en todo.

Clase y dictadura del proletariado

Por último, pero no por ello menos importante, la lección final de la Revolución Cultural se refiere a la cuestión de la clase como categoría política, y a la viabilidad de la dictadura proletaria. La dictadura del proletariado es una idea clave en la teoría marxista, y la mayoría de los marxistas suscriben a ella de una forma u otra. La idea básica de la dictadura del proletariado es que la transición socialista entre el capitalismo y el comunismo debe estar encabezada por un Estado gobernado por las clases previamente explotadas, es decir, la clase obrera (en alianza con el campesinado) que constituye la mayoría de la población que nunca tuvo mucha voz en la democracia burguesa. Sin embargo, la Revolución Cultural hizo brotar algunos problemas imprevistos de la dictadura proletaria.

En su libro La China de Mao y después, una historia de la República Popular, el historiador Maurice Meisner resume elocuentemente un fenómeno de clase que ha sido bastante descuidado por los estudiosos de la China revolucionaria. Una de las ironías de la historia contemporánea de China, que se hizo muy evidente durante la Revolución Cultural, es que los revolucionarios provenientes de las clases oprimidas bajo el antiguo régimen, en el nuevo régimen se volvieron social y políticamente conservadores, cada vez más a medida que pasaban los años; mientras que en la China liberada los elementos más radicales en lo social y político tendían a ser hijos de familias que conformaban las clases privilegiadas en la China anterior a 1949. No hace falta ser un gran experto en sociología para descifrar esta paradoja: los revolucionarios de antaño, que provenían en su mayoría de los sectores más pobres del campesinado y de la clase obrera, fueron, junto con sus hijos, los más favorecidos para ocupar los puestos políticos, las oportunidades educativas y de empleo después de 1949. El nuevo régimen les proporcionó un estatus social elevado al que no estaban acostumbrados.

Por otra parte, los hijos de los antiguos capitalistas, terratenientes e intelectuales sufrieron diversas formas de discriminación social, económica y política, sobre todo en el sistema de enseñanza. Mientras que quienes podían reivindicar orígenes de clase baja, al menos los que tenían acceso al poder político, tenían interés en conservar el orden post-revolucionario y sus nuevas desigualdades; los hijos de las antiguas clases dominantes eran ahora los nuevos desfavorecidos. No es de extrañar que estos últimos respondieran con tanto entusiasmo a las radicales críticas de Mao contra los privilegios burocráticos, y a los llamamientos en pro de una mayor igualdad; mientras que los primeros se unieron en defensa del partido y canalizaron sus energías revolucionarias en ataques contra los hijos de las antiguas clases sociales privilegiadas. Dado este resultado bastante paradójico, no sorprende que Mao, en sus últimos años de vida, estuviera tan obsesionado con repensar la dictadura del proletariado.

Lo que está claro es que una de las lecciones clave que se pueden sacar de la Revolución Cultural, es que la dictadura del proletariado es un concepto que necesita ser repensado y reformulado. También creo que Mao Zedong tenía razón al detectar un estancamiento burocrático y un declive de la creatividad revolucionaria entre la élite del partido. Él pensaba que el partido y las masas necesitaban re-politizarse para no olvidar su misión revolucionaria original, que era lograr la emancipación y la transformación socialista de la sociedad, aunque de forma un poco más gradual. Sin embargo, a diferencia de Mao, no creo que la respuesta para revitalizar la transición revolucionaria al socialismo sea simplemente seguir intensificando la lucha de clases, sino que es más bien facilitar continuamente la creación de nuevas estructuras y organizaciones socialistas alternativas, que sean más deseables que las capitalistas. La lucha de clases y la purga interminable de burócratas no conducen necesariamente a una política de creación. Por sí sola, la lucha de clases solo conduce a una política identitaria autodestructiva de pura negación. Desde luego, la lucha de clases es absolutamente necesaria durante el período en que sigue habiendo clases reales; pero la lucha de clases, sin un antídoto político claramente definido, puede tener un efecto altamente despolitizador.

Cuando la clase se convierte en una categoría identitaria ampliada para abarcar ciertas actitudes, es fácil utilizarla como arma para enmascarar lo que en realidad son meras diferencias políticas. Algo así como cuando Stalin utilizó términos como burgués y kulak para describir a todos sus enemigos, disfrazando lo que en realidad era sólo un intento de eliminar a quienes se oponían a su línea, como una cruzada moral anti-revisionista para el proletariado. Durante la Revolución Cultural, los Guardias Rojos hicieron algo similar para justificar sus acciones cuando luchaban entre sí por el poder. Las organizaciones igualitarias no pueden operar realmente de forma exitosa, independientemente del Estado, a menos que el pueblo rechace y supere la lógica de la destitución, en favor de la pluralización.

Pienso que la tendencia autodestructiva de la destitución se puede superar y des-aprender, pero gradualmente. Mientras tanto, debe ser contenida a través de instituciones legales democráticas. Mao realmente quería dar poder al pueblo, pero no tenía ningún plan sobre cómo se mediaría ese poder. Las vagas ideas de democracia radical, descentralización o simplemente la entrega del poder al pueblo, son antídotos intuitivos comunes que a menudo surgen en respuesta a los problemas del autoritarismo estatal y de la centralización burocrática en los países socialistas realmente existentes. Sin embargo, como hemos visto en la Revolución Cultural, las personas son capaces de actuar autoritariamente entre sí sin ayuda de ninguna autoridad estatal. La justicia de masas, sin ningún marco institucional que la regule, a veces no es mejor que la tiranía estatal. Creo que muchos teóricos liberales y los primeros pensadores de la Ilustración tenían razón al ser escépticos respecto de las masas y de cómo pueden imponer su propio tipo de tiranía. Excepto que los pensadores liberales, a diferencia de los marxistas y comunistas, no han considerado nunca ni remotamente emancipar a las masas de su servidumbre económica. Lo que se debe hacer es crear condiciones socioeconómicas que maximicen la evolución humana, y emancipen el potencial humano para la mayor cantidad posible de gente. En este sentido, lo que el marxismo hace es tomar en sus manos la antorcha de la Ilustración.

Conclusiones y reflexiones críticas

La Revolución Cultural nos anima a reflexionar más sobre las tensiones y riesgos de un movimiento de masas igualitario que busca crear poder fuera del Estado, independientemente del partido. Reflexionar sobre la experiencia de la Revolución Cultural y ponderar las soluciones a los problemas que planteó, es muy importante para los llamados socialistas libertarios y antiautoritarios que afirman creer en la democracia radical y la espontaneidad, en oposición a un partido leninista que toma el poder estatal. Tales reflexiones son igualmente útiles para los marxistas leninistas que creen que el comunismo puede construirse desde arriba, y para los maoístas que insisten en que ciertos aspectos de la experiencia revolucionaria china, como la Revolución Cultural, se pueden reproducir en otros contextos.

Los acontecimientos de la Revolución Cultural china no nos dejan un modelo o una hoja de ruta para una estrategia revolucionaria. Aunque el pensamiento de Mao Zedong ciertamente tiene muchas ideas valiosas, en última instancia, creo que la experiencia de la Revolución Cultural nos deja muchas más preguntas que respuestas. Parte de lo que hace que una Revolución Cultural sea un acontecimiento tan significativo es que nos obliga a repensar cuáles son algunas de las premisas más básicas de la política emancipadora. ¿Para qué sirve el comunismo? ¿Qué hace que el comunismo sea bueno específicamente? ¿Cuál es exactamente la buena sociedad que nos esforzamos por crear aboliendo todas las distinciones de clase?

Si el objetivo de la política emancipadora es alcanzar la libertad, entonces ¿cuáles son las condiciones para ello? ¿Cómo puede un movimiento revolucionario evitar la fosilización burocrática, y dar poder al pueblo sin que se autodestruya? Para revitalizar una política de la creación debemos pensar en los valores, y en la visión específica, de cómo debería ser una buena sociedad comunista.