Hemos reunido acá cuatro publicaciones recientes en las que se desarrollan algunas definiciones mínimas de orden teórico y político, que están en la base de este medio de información.

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Contenidos:

I. RADIOGRAFÍA DE LA IZQUIERDA COMPATIBLE

II. DE “FRENO DE EMERGENCIA” AL REALISMO COMUNISTA

III. EL POSICIONAMIENTO Y EL MÉTODO

IV. AVISO DEL COMISARIADO DE EDUCACIÓN Y AGITACIÓN


I. RADIOGRAFÍA DE LA IZQUIERDA COMPATIBLE

En el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, Marx y Engels advirtieron que “una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, sólo para garantizar la perduración de la sociedad burguesa”. Ellos identificaron dos variantes de esa tendencia:

Hay quienes ven el capitalismo como el mejor de los mundos posibles, y buscan que los trabajadores sólo luchen para adaptarse a él sin tratar de abolirlo (llamaremos a esto la variante reformista).

Por otro lado, hay quienes tienen ideas muy bellas sobre el comunismo, pero “intentan ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario”, reduciendo la emancipación a algo puramente retórico (llamaremos a esto la variante utópica).

A lo largo de la lucha de clases moderna, ambas tendencias han contribuido a anular los esfuerzos por superar el capitalismo. Más o menos hasta la época de la Segunda Guerra Mundial, el socialismo burgués se había presentado predominantemente como un movimiento de reformas, que desdeñaba la revolución comunista como un sueño utópico. Con tal de imponer esa política, los líderes del movimiento socialdemócrata alemán (el más importante en esa época), llevaron a los obreros de ese país a la gran guerra de 1914-18, y ahogaron en sangre la revolución de los obreros espartaquistas. Su enfoque quedó bien resumido en esta idea del líder revisionista Eduard Bernstein: EL OBJETIVO FINAL NO ES NADA, EL PROCESO ACTUAL LO ES TODO.

Tras la Segunda Guerra Mundial algo cambió: la variante reformista del socialismo burgués no desapareció, pero empezó a adquirir cada vez más importancia la variante utópica. La razón es ésta: cuando la URSS venció a los nazis y demostró que el socialismo podía ofrecer a los trabajadores buenas condiciones de vida, la burguesía occidental vio en ello una gran amenaza, y movilizó enormes recursos para contrarrestarla. Pero en vez de atacar frontalmente a la izquierda marxista, consideró más eficaz promover una izquierda que fuera compatible con los intereses capitalistas y que pudiera hegemonizar el paisaje cultural e intelectual de Occidente; una izquierda proclive al liberalismo, que tuviese una retórica maximalista y aparentemente radical sobre la emancipación, pero que al mismo tiempo condenara cualquier esfuerzo concreto por alcanzar esa emancipación en el mundo real.

Para fomentar ese tipo de izquierdismo, el Pentágono activó desde 1946 una “guerra fría cultural” a través de congresos, fundaciones, becas, programas académicos y publicaciones de alcance mundial. Esa vasta maquinaria de guerra psicológica se desplegó en todo el mundo durante décadas: los grandes medios de comunicación occidentales, las compañías cinematográficas, las principales universidades, editoriales y fundaciones culturales, colaboraron directa o indirectamente con la CIA, desde los años 50 hasta hoy. En todo este tiempo, la filosofía académica ha estado fuertemente condicionada por ese esfuerzo de guerra, debido a la fuerte inercia institucional que caracteriza a la vida universitaria. Este es el contexto intelectual en el que nació la izquierda compatible contemporánea.

Uno de los eslóganes centrales de la CIA en su guerra cultural, fue que el socialismo y el fascismo eran igualmente “totalitarios”, e infinitamente peores que el capitalismo, presentado como abierto, democrático y libre. Esa idea se vio favorecida por el hecho de que los países socialistas distaban de ser modelos ideales: además de nadar en un mundo capitalista hostil, debían lidiar con graves contradicciones internas y con los errores de sus líderes. Todo ello estimuló a una “nueva izquierda” radicalmente opuesta al reformismo y al socialismo real; una izquierda convencida de que ningún logro socialista concreto puede estar a la altura de sus concepciones ideales, inclinada a pensar que pese a sus defectos el capitalismo es preferible al socialismo real, y solidaria con las luchas socialistas sólo a condición de que fracasen. Una izquierda que perfectamente podría tener la consigna: EL PROCESO ACTUAL NO ES NADA, EL OBJETIVO FINAL LO ES TODO.

La guerra cultural de la CIA no fue la única causa de que surgiera esa “nueva izquierda” hiper-crítica y llena de aires utópicos, pero sin duda ayudó. A nivel institucional, una influencia destacada la tuvo la Escuela de Frankfurt, que estuvo ampliamente financiada por la CIA, y cuyos exponentes más notorios exigieron abandonar el “marxismo tradicional” en favor de una crítica de tintes liberales y marcadamente colonialistas. Por otro lado, las universidades francesas de la posguerra hicieron brotar un conjunto de teorías que pretendían cuestionar los fundamentos del mundo moderno, haciendo especial énfasis en condenar el materialismo dialéctico y cualquier rastro de una política proletaria anticapitalista. Las agitaciones de mayo de 1968 ayudaron a consolidar esas tendencias, y por pura inercia una parte de la ultraizquierda y del anarquismo se asimiló a esa atmósfera intelectual eurocéntrica, liberal y, en la práctica, anticomunista.

Tal como lo señaló Benjamin Noys, el radicalismo nacido de ese clima cultural tiene una profunda afinidad con la “gramática del neoliberalismo”, lo cual “es evidente en el slogan No hay futuro común tanto al punk de 1977 como al discurso neoliberal”. Grandes porciones de lo que hoy se presenta como “izquierda” y “crítica radical”, en realidad son síntesis avanzadas del socialismo burgués, y son un resultado del masivo realineamiento derechista de la intelectualidad occidental en los últimos 50 años. En esa izquierda compatible con el realismo capitalista, quienes no se vuelcan a una política abiertamente reaccionaria, suelen adoptar un hiper- criticismo abstracto que les aleja de cualquier política comunista y proletaria, y que en el mejor de los casos les abre las puertas de los claustros académicos burgueses.

La izquierda compatible, o se entrega a un crudo reformismo sin utopía, o cultiva un refinado utopismo sin política. En ambos casos, su renuncia al materialismo dialéctico la lleva a ponerse por fuera de la realidad y a condenarla en nombre de un ideal: el ideal espontaneísta del ultraizquierdismo ácrata universitario, o el ideal tecnocrático de los anarquistas renovados frenteamplistas; da igual, porque llegado el caso los primeros votarán por los segundos, y éstos les van a decepcionar, confirmando así que el orden reina pese a todo. Un orden en que todos reproducen, cada uno a su manera, eso que los chinos llaman báizuò: la servidumbre a lo políticamente correcto, y la arrogante obsesión por darle lecciones al mundo desde una imaginada superioridad intelectual y moral. Esa izquierda, compatible con todo lo que dice rechazar, no es compatible con una política comunista, de clase y revolucionaria.

Bolchebeat

Referencias:

Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto del Partido Comunista
Gabriel Rockhill, Teoría crítica y teoría revolucionaria
Gabriel Rockhill, Foucault, el falso radical
Domenico Losurdo, El marxismo occidental
Domenico Losurdo, La lucha de clases. Una historia política y filosófica
Wolfgang Harich, Crítica de la impaciencia revolucionaria
Benjamin Noys, La gramática del neoliberalismo


II. DE “FRENO DE EMERGENCIA” AL REALISMO COMUNISTA

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El cambio de nombre de este medio es el resultado visible de una evolución que ha tomado varios años.

A mediados de 2019 adoptamos la metáfora del “freno de emergencia”, del filósofo comunista Walter Benjamin, por su gran fuerza sugestiva, pero sin haber cuestionado los límites de su inspiración mesiánica. En ese momento recién empezábamos a articular una crítica de las posiciones ultraizquierdistas, y todavía no veíamos tan claro que si el enfoque mesiánico de Benjamin tiene un potencial rupturista, ese potencial no existe de espaldas a las circunstancias, ni depende del puro voluntarismo.

La rebelión popular de octubre del 2019 fue un estímulo esclarecedor para llevar esa crítica hasta el final, y la evolución que se aceleró desde entonces, nos ha traído al punto en que la metáfora del “freno” ya no es útil para describir la estrategia que necesitamos desarrollar.

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En la última década un sector de la izquierda radical hizo suyo hasta cierto punto el mesianismo de Walter Benjamin, y ese giro no ha ocurrido en un vacío. Es congruente con la tendencia academicista que ha ido apareciendo en ese sector, con su énfasis en el lado más especulativo de la teoría, y con su radicalismo abstracto.

La idea de una interrupción del tiempo histórico que súbitamente redimirá a la humanidad en un ardiente torbellino vindicativo, puede ser tan seductora que incluso haga olvidar el problema de qué le cabe hacer a un sujeto político en espera de tal acontecimiento. Ese olvido revela hasta qué punto la ultraizquierda contemporánea ha bebido en exceso del posmodernismo. Sobre todo, de la fantasía de una emancipación ética, estética e intransitiva que sería posible en los resquicios del capitalismo y que, por lo tanto, haría innecesarios el socialismo y la política revolucionaria. Esa fantasía ha fomentado una paralizante consciencia auto-satisfecha en quienes confunden el comunismo con el privilegio de pertenecer a una minoría virtuosa.

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La academización y parálisis política de una parte de la izquierda radical en Chile, probablemente tiene que ver con el hecho de que la matrícula universitaria casi se ha sextuplicado en poco más de 30 años, lo cual contribuyó a disolver la conciencia proletaria en el “efecto clase media”, descrito por Emmanuel Rodríguez en su libro homónimo.

Pero el imaginario anti-político de esa izquierda también ha sido una respuesta simétrica al fraude progresista que pretende combatir al capital mediante reformas bienintencionadas y acuerdos parlamentarios. En todo caso, es una respuesta impotente: precisamente porque se define en oposición al reformismo y casi nada más, esa izquierda tiende a recrear las condiciones que justifican su permanencia en esa posición. De ahí que vaya con la mirada perdida en un horizonte utópico lejano, regalándole el “ser realista” a los reaccionarios, y proponiendo en los instantes de crisis destituirlo todo sin instituir nada en su lugar. El término que mejor describe esa actitud es socialnihilismo, y su resultado práctico no es otro que la hegemonización del campo social por parte de los sectores más reaccionarios.

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La conciencia de clase no es el fruto de una investigación académica, sino de una lucha política. Por más que esa lucha tenga una dimensión intelectual, espiritual si se quiere, tal dimensión expresa siempre un tipo de práctica social, que o bien reproduce pasivamente la ideología burguesa dominante, o bien la combate. Ese combate es político.

El proletariado necesita de una política que de manera realista le lleve a romper la reproducción material basada en la propiedad privada, la mercantilización y el salario. Quienes adhieren a un anticapitalismo metafísico, o se limitan a un virtuosismo ético anti-autoritario, necesitan dejar de eludir el problema del poder, el problema revolucionario, que es el de la organización y la escala. Necesitan desarrollar análisis estratégicos y adoptar un enfoque sistemático y ejecutable del fin de la ganancia, del salario y de las finanzas como principios estructuradores de la vida social. Tal evolución no es rápida ni sencilla, pero es absolutamente indispensable. A esta evolución es a lo que se refiere el concepto de realismo comunista.

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Realismo comunista no es una expresión que hayamos inventado nosotros. La empleó Mark Fisher en sus últimos escritos sobre la cultura neoliberal, Frédéric Lordon la usó en sus análisis críticos de la extrema izquierda, y en torno a ella Eduard Ibañez Jofre tejió una reflexión estratégica.

Para nosotros, realismo comunista es el término que mejor describe el abandono de toda esperanza en una futura transformación repentina y definitiva, que sobrevendría sin la acción de un partido revolucionario bien equipado y organizado. Por el contrario, el realismo comunista evalúa con sobriedad y pragmatismo los recursos disponibles en el presente, y piensa en cómo emplearlos, acrecentarlos y mejorarlos para avanzar desde aquí hacia un lugar donde ese partido exista, y pueda hacerse con el poder.

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En vez de regodearse en su propia virtud evadiendo los problemas que la complican, los comunistas realistas se esfuerzan por construir una intransigente oposición política al capitalismo, sin hacerse ilusiones sobre el material colectivo, psíquico y antropológico con el que deben trabajar. Asumen que deben lidiar con poderes, con conflictos y con números, y se preparan para ello. A contracorriente de los prejuicios anarquistas que brotan espontáneamente de la visión liberal del mundo, asumen que lo colectivo sólo aparece cuando un poder común lleva a sus miembros a hacer algo, lo cual conforma un hecho institucional ineludible.

Los comunistas realistas retoman el problema del poder allí donde lo abandonaron quienes rechazan en nombre de nada la organización colectiva y la necesidad del partido como institución formal y visible. Entienden que ese rechazo es en sí mismo un hecho institucional con efectos políticos, y tratan de averiguar qué tipo de hecho institucional es, y a qué intereses responde. Contra el socialnihilismo, empuñan los medios teóricos, políticos y estéticos que les permitan lidiar con esas cuestiones de manera efectiva.

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De este enfoque programático se derivan algunas tareas:

  • Revisitar el legado de la tradición marxista-leninista y de los socialismos reales, en el entendido de que un logro real defectuoso es mucho mejor que un logro ideal inexistente.
  • Reabsorber de un modo dialéctico la contradicción históricamente determinada entre las experiencias de construcción del socialismo real, y la radicalidad proletaria expresada en la acción de clase inmediata.
  • Restablecer la centralidad del análisis estratégico y geopolítico en el quehacer militante, devolviéndole a la teoría el valor de uso que nunca debió haber perdido.
  • Aportar a la formación de la vanguardia intelectual y política que exige el desarrollo de una estrategia comunista realizable. Recuperar, con ese fin, la riqueza problemática de la cultura organizativa partidaria, tomando como un axioma la primacía del todo sobre las partes.

“Queremos la abolición de las clases. ¿Cuál es el medio para alcanzarla? La dominación política del proletariado. Y cuando en todas partes los obreros se han puesto de acuerdo sobre ello, ¡se nos pide que no nos mezclemos en política! Todos los abstencionistas se llaman revolucionarios y hasta revolucionarios por excelencia. Pero la revolución es el acto supremo de la política; el que la quiere, debe querer el medio, la acción política que la prepara.” (F. Engels, Sobre la acción política de la Clase Obrera, 1871)

“Lo que hace de la prensa la palanca más poderosa para promover la cultura y la educación intelectual del pueblo es precisamente el hecho de que transfigura la lucha material en una lucha ideológica, la lucha de carne y sangre en una lucha de espíritus, la lucha de la necesidad, del deseo, del empirismo, en una lucha de teoría, de razón y de forma.” (K. Marx, Sobre las comisiones de los Estados en Prusia, 1842)

III. EL POSICIONAMIENTO Y EL MÉTODO

1

La mayoría de los marxistas actuales reconocen un tronco común que parte con Marx y Engels, pero luego empiezan a bifurcarse en varias ramas, a menudo opuestas entre sí. Desde el rojo intenso hasta el amarillo pálido, esas ramas incluyen a anti-revisionistas pro-soviéticos (“stalinistas”), maoístas, trotskistas, consejistas, anarcocomunistas y autonomistas, con varias sub-ramas híbridas entre ellos. Fuera de este espectro, pero aún ligados a él por matices retóricos, encontramos a profesores universitarios “marxianos”, oportunistas socialdemócratas, y uno que otro socioliberal despistado.

Últimamente nos han preguntado por qué compartimos contenidos provenientes de diversas ramas del espectro, como si obviáramos sus mutuas discrepancias. También hemos recibido algún reproche por compartir fragmentos de figuras que no tienen nada que ver con el marxismo revolucionario. Hace poco respondimos que “nosotros no compartimos personajes, compartimos ideas”, pero claramente esa no es una explicación suficiente.

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REALCOM es un medio concebido para la educación intelectual del pueblo, a través de la agitación de contenidos anticapitalistas y revolucionarios. No existimos para darle tribuna a personajes individuales, ni a un partido en particular en desmedro de otro dentro del espectro marxista. Queremos propagar ideas, y nos reservamos el derecho a reproducir las ideas que encontremos pertinentes y útiles, sin abanderarnos con los individuos o grupos que las expresan. Sabemos que esto puede acarrearnos la acusación de eclecticismo, pero estamos dispuestos a correr ese riesgo. Queremos ofrecer elementos educativos al mayor número posible de personas en torno a cuestiones básicas y generales del comunismo. Si quisiéramos convencerles de que se adhieran a una visión del marxismo excluyente de las otras, actuaríamos en consecuencia, pero ese no es nuestro objetivo. Ya existen organizaciones y cuentas virtuales enfocadas en ese tipo de reclutamiento, y eso está bien, pero no es nuestro propósito.

Eso no significa que no tengamos un posicionamiento en relación con el marxismo, la lucha de clases y el proyecto comunista. Nosotros nos movemos en el lado más rojo del espectro, e intentamos alejarnos tanto como sea posible del flanco que se va destiñendo hacia los tonos aguados del liberalismo de izquierda.

Pero la cuestión nunca se ha tratado simplemente de preferir unas etiquetas ideológicas por sobre otras. Eso sería lo de menos, porque no hay nada más fácil que adoptar una identidad excluyente y defenderla contra todos. Nuestro posicionamiento se trata de otra cosa. Es la expresión de una mirada estratégica, y supone una orientación definida, aunque quizás no muy obvia, en torno a cuestiones de organización, de discurso, y de decisión política frente a los problemas que la realidad va planteando continuamente.

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Estamos asistiendo, en todo el mundo, a un rápido crecimiento y rearme político de tendencias comunistas que habían permanecido en animación suspendida por varias décadas. Algunos síntomas, entre muchos otros menos visibles, de este retorno del marxismo revolucionario, son la reciente reconstitución del partido comunista de los Estados Unidos como American Communist Party, la fundación en ese mismo país del Revolutionary Communists of America, el crecimiento electoral del Partido Comunista (Acción Proletaria) y la creciente presencia mediática del Partido de los Trabajadores Revolucionarios en Chile, y la multiplicación de canales educativos y medios de agitación comunista desarrollados casi siempre por militantes no adscritos a ningún partido, pero tampoco opuestos a ellos.

REALCOM forma parte de esta tendencia. No somos anti-partido, en absoluto, pero tampoco creemos que en este período la adscripción a uno de los partidos marxistas revolucionarios existentes sea un requisito indispensable para desarrollar una actividad militante útil. Es más: desarrollar una agitación al margen de la adhesión partidaria puede ofrecer una cierta ventaja provisional y relativa, ya que esto nos permite abordar las tareas de la educación comunista, sin distraernos en los conflictos sectarios que aún persisten, herencia del largo período de irrelevancia de los partidos marxistas.

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Pero no es sólo que queramos evitar la esterilidad de esos conflictos. Sobre todo, queremos preservar un margen de maniobra lo bastante amplio como para poder señalar los problemas que subyacen a la persistencia de esos conflictos. El método fundamental de construcción de partidos, que hace depender el desarrollo de la organización de un pequeño núcleo políticamente homogéneo, tiene por supuesto el efecto positivo de permitir una educación política rigurosa, capaz de crear una base relativamente amplia de cuadros capacitados. Pero en la práctica la condición para lograr esto es la subordinación total de la militancia a un conjunto muy estrecho de perspectivas, según el esquema clásico de la secta agrupada en torno al teórico solitario que tiene respuesta para todas las preguntas.

Este modelo hace que la teoría defendida por la organización deje de contribuir a un movimiento más amplio, y se convierta en una forma de dogma incontrovertible. La discusión se convierte así en un esfuerzo por someter a otras tendencias, y esto, en vez de producir cuadros, produce militantes expertos en regurgitar el discurso oficial de la organización. Los inevitables desacuerdos no llevan entonces a discusiones abiertas, sino a una espiral de pureza donde el resultado inevitable es la división y el desperdicio de los cuadros preparados. La homogeneidad que proporcionaba unidad, se convierte de un momento a otro en su opuesto. De más está decir que esta dinámica hunde sus raíces en la prehistoria sectaria de todo partido revolucionario, y señala su fracaso en trascenderla.

Esa dinámica vuelve a las organizaciones militantes increíblemente vulnerables a las formas perversas de relación humana que predominan en la sociedad capitalista. La función estabilizadora y unificadora de los líderes hace que sea difícil exigirles responsabilidades, ya que suelen ser retratados como una fuente casi exclusiva de comprensión política, y cualquier cuestionamiento a su autoridad compromete la integridad del partido. Esto crea un caldo de cultivo para diversas formas de explotación, abuso y neutralización de las energías revolucionarias de los militantes. Esto podría explicar, al menos en parte, el hecho de que el American Communist Party haya resultado de una purga masiva llevada a cabo por una capa gerontocrática de burócratas sectarios aferrados a las palancas de mando del CPUSA. También podría explicar que el Revolutionary Communists of America, y otras organizaciones comunistas revolucionarias en varios países, estén experimentando un súbito crecimiento sólo después que su organización madre, la International Marxist Tendency, se cambiase de nombre (ahora es la Revolutionary Communist International) en un intento por sepultar los escándalos de abuso sexual que conmocionaron a sus grupos en media docena de países. En Chile, no está claro si la red de servidumbre sexual manejada por los líderes de los “Grupos de Acción Popular” es sólo la punta del iceberg, o un evento excepcional, pero tampoco hace falta ir tan lejos para admitir que las organizaciones marxistas necesitan fortalecer su sistema inmune frente a la miseria psíquica y social que satura el ambiente.

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Estos no son problemas inevitables de las organizaciones marxistas, ni efectos intrínsecos de la forma-partido. Son el resultado de métodos de organización que tienden a crear liderazgos burocráticos, y que llevan a las organizaciones marxistas a reproducir los patrones de comportamiento de los partidos burgueses y reformistas. El intento de evitar esos problemas rechazando de plano la organización y el partido, es sólo una medida desesperada que quizás ayude a preservar el sentimiento de la propia integridad moral, pero no promueve una superación colectiva de los problemas prácticos de la construcción de organizaciones militantes.

Esos problemas no pueden ser resueltos por una teoría, sino únicamente a través de la experiencia real de tratar de organizarse, más allá de la escala doméstica del grupo de afinidad inmediato. Pero tampoco se trata de acometer esa experiencia sin nociones teóricas que guíen la acción. En las filas del marxismo revolucionario persiste la idea de que la unidad depende no sólo de la acción común y la dirección general, sino también de una capa homogénea de cuadros cuya tarea es educar a la militancia en una teoría ya acabada. Se asume que, dado que el bolchevismo clásico se fortaleció dando por superadas las diferencias en su interior, eso hace innecesario discutir las diferencias que puedan surgir en el desarrollo de las organizaciones actuales. El problema con esto es que lo que parecen ser etapas innecesarias en el desarrollo de los partidos revolucionarios anteriores, hoy día son indispensables para preservar los logros de estas organizaciones, si quieren liderar a la clase trabajadora en una revolución. El acceso de la militancia a una teoría elaborada al calor del proceso real de las luchas, y la consiguiente discusión entre diferentes perspectivas, presentadas como facciones abiertas y reconocidas, es esencial. Los bolcheviques no habrían logrado nada si hubieran prescindido de ella.

IV. AVISO DEL COMISARIADO DE EDUCACIÓN Y AGITACIÓN

REALCOM es un instrumento creado para educar en una visión del mundo materialista, histórica y dialéctica. Nuestro objetivo último es ayudar a los lectores a entender la totalidad social, para que puedan participar activamente en su transformación. Pensamos que la mejor forma de lograrlo es presentar una gama relativamente amplia de ideas marxistas, dentro del espectro de la teoría revolucionaria que apunta a la liberación colectiva. En este esfuerzo a veces traducimos textos que se contradicen entre sí, o que contienen ideas puntuales que no necesariamente compartimos. Esto no es un error involuntario, es un método deliberado. No queremos limitarnos a explicar de manera abstracta cómo la realidad se desenvuelve a través de contradicciones; queremos mostrar cómo ese desenvolvimiento real ocurre a nivel de la teoría. Nuestras traducciones cumplen la función de exponer algunos de los conceptos que van tomando parte en este proceso. Lo que escribimos nosotros mismos periódicamente, muestra la sedimentación provisional de esos conceptos críticamente digeridos.

Sabemos que hay personas que no entienden este enfoque, o que les perturba, o que hasta les enfurece. También sabemos que aquello es una de esas realidades tristes pero ineludibles en una sociedad enajenada, y que no debe afectar nuestro trabajo. Simplemente, ocurre que nuestro método molesta a quienes usan la teoría para producir una identidad fija y para estimular la adhesión de seguidores, ofreciéndoles un discurso que parece ya completamente resuelto, y que parece no tener fisuras. Nosotros sabemos que si actúan así, no es porque tengan malas intenciones, sino porque es la única forma que conocen para ofrecerle a los demás un punto de referencia estable en un caótico mar de contradicciones, permitiéndoles así sobreponerse a la confusión reinante. Esto sólo puede lograrse a costa de congelar el movimiento de la realidad en una imagen estática (lo que se suele llamar “ideología”). Quienes adhieren a esa imagen fija ganan en sentimientos de seguridad e identificación, pero pierden en capacidad para sostener con sus propias fuerzas la pesada tensión de las contradicciones. El resultado es que en vez de convertirse en maestros capaces de enseñarle a otros cómo pensar materialista y dialécticamente, se quedan en la posición de seguidores de una teoría que parece ya haberlo pensado todo por ellos.

Quizás ese modelo sea inevitable a la hora de producir agrupamientos políticos cohesionados. O quizás existan otras vías, no vamos a tratar de responder a eso ahora. Lo que acá nos interesa es explicar otros usos posibles de la teoría. El uso que nosotros le damos es éste: mientras nos abrirnos paso a través de las contradicciones y los temas conflictivos, estudiándolos con la mayor atención posible, intentando comprenderlos y vislumbrar su superación, procuramos compartir abiertamente ese proceso con los lectores. Como se trata justamente de un proceso, y no de un resultado ya dado, esto sólo puede adquirir un sentido claro a lo largo del tiempo, durante períodos lo bastante largos como para que se pueda captar la dirección de una búsqueda, el hallazgo de determinados hitos, la confrontación de ideas que friccionan entre sí, y el paso a nuevas síntesis. Ésa es la función precisa del instrumento que hemos llamado “realismo comunista”: compartir con los lectores interesados un proceso de esclarecimiento teórico y político en marcha, para que ellos puedan tomarlo como un modelo metodológico y se animen a emprender sus propios procesos de clarificación. No queremos seguidores, queremos contribuir a que el mayor número posible de personas a nuestro alrededor se formen a sí mismas como agentes del materialismo dialéctico. No para que le digan a los otros qué pensar, sino para que les muestren una manera fértil de usar el pensamiento. No creemos que haya otra base para los procesos de organización y lucha que deberán llevarnos a un mundo post-capitalista.

Esto supone un voto de confianza. Confiamos en que nuestros lectores ejerciten la misma paciencia, atención e interés que nosotros le dedicamos a tratar de entender la historia y el presente. Es decir: confiamos en que lean lo que publicamos sin esperar una respuesta instantánea y definitiva a los problemas que les inquietan. Dado que estamos tratando de educar en el materialismo histórico, dado que les estamos mostrando el proceso mismo de indagación y síntesis, y no invitándoles a abanderarse con un resultado final en cuya producción no tomaron parte, no deben esperar que les ahorremos molestias e incomodidades. Esto, por supuesto, supone también un voto de confianza en el sentido de que acá es inútil partir del recelo y la suspicacia. Sólo pueden compartir la experiencia de pensar materialista y dialécticamente, quienes se niegan a acomodarse en el pantano liberal de la guerra de todos contra todos. Es importante partir de esta mínima cordialidad, porque si no te limitas al confortable pasatiempo de leer solamente textos que te confirman tus convicciones, si en cambio haces una indagación teórica honesta, inevitablemente te vas a encontrar tarde o temprano con cuestiones molestas e incómodas. El punto es si eres capaz de estacionarte ahí por un tiempo, y en vez de zanjar el asunto con una rápida condena indignada, ver qué significan esas cuestiones y cómo se relacionan con el tema de conjunto que estás estudiando. Vamos a poner un ejemplo que ayude a ilustrar esto.

“Las tácticas empleadas por los proyectos de construcción de estados socialistas pueden parecer divergentes de la visión idealista del socialismo. Analizaremos esto más a fondo con ejemplos como la apertura a la inversión capitalista o la intensificación de ciertas formas de explotación para desarrollar las fuerzas productivas y mitigar al mismo tiempo el daño a los trabajadores. El socialismo debe entenderse como un proceso contradictorio, pero si el proyecto de construcción de estados socialistas sigue su curso, estas contradicciones se resolverán con el tiempo.” (Gabriel Rockhill, “Socialismo de asedio”. Las cursivas son nuestras)



Un párrafo como éste, de un texto que acabamos de publicar, es perturbador para quienquiera que esté visceralmente comprometido con el proyecto de emancipación social y haya leído selectivamente El Capital de Marx. Es perturbador porque nace de una perspectiva teórica que parece hacer mucho hincapié en el materialismo dialéctico, y menos en la crítica inmanente del capital en tanto modo de explotación. Para quienes entendemos el capitalismo fundamentalmente como un modo de explotación del trabajo vivo, y llegamos a esa crítica desde la experiencia en primera persona de la esclavitud salarial, frases como “apertura a la inversión capitalista” e “intensificación de ciertas formas de explotación” no son simplemente conceptos teóricos y estratégicos: son sinónimos de aquello que, precisamente, pensamos que debe ser abolido, para empezar.

Es esperable que al llegar a ese párrafo, alguien quiera simplemente dejar de leer y se indigne al pensar que tanto Rockhill como sus traductores están tratando de justificar la explotación laboral en nombre de una estrategia de liberación a largo plazo. Es esperable, pero no ayuda a responder las interrogantes que el texto en cuestión plantea en sus ochenta párrafos restantes. ¿Cómo puede una revolución proletaria desarrollar las infraestructuras y medios que necesitará para resistir los ataques capitalistas, sin acoger la inversión capitalista y sin intensificar ciertas formas de explotación? No podemos hablar por Gabriel Rockhill, pero sí podemos hablar por nosotros mismos, y decir que somos los primeros interesados en hallar alternativas mejores que las que él sugiere.

La teoría de la comunización, que propone la sencilla solución de saltarnos el período de transición entre el capitalismo y el comunismo, y que pretende concretar esa propuesta diciendo que serán los protagonistas de la revolución quienes irán creando sus propias soluciones, a las que no podemos anticiparnos, nos parece a estas alturas una teoría muy poco digna de atención. Su ya lejana inspiración en la experiencia de los consejos obreros, así como su gaseosa amalgama de anarquismo y bordiguismo, ha tenido décadas para dilucidar al menos una parte de ese problema concreto y actual, sin avanzar ni un paso en esa dirección. El motivo de fondo de esa omisión no reside en la teoría misma, por más que constituya una paradójica hibridación de utopismo y nihilismo. Reside en la práctica que le subyace: los teóricos “comunizadores”, convencidos de que la revolución comunista no tiene nada que ver con la política, ni con la actualidad, ni con nada que no sea la teoría misma en su variante más especulativa, han reemplazado tranquilamente la militancia política por la especialización académica.

Rockhill, que por el contrario instrumentaliza el quehacer académico en favor de una militancia política, no ha encontrado por su parte nada mejor que ofrecer que la solución tácticamente viable de “acoger la inversión capitalista” e “intensificar ciertas formas de explotación”, a fin de asegurar la defensa del proceso revolucionario frente a los ataques del capital. Él se basa en lo que considera experiencias previas relativamente exitosas desarrolladas bajo un intenso asedio. Nosotros no estamos de acuerdo en que atraer la inversión capitalista e intensificar ciertas formas de explotación constituya un éxito incuestionable, y anhelamos que las revoluciones por venir implementen otras soluciones mejores. Pero no nos atreveríamos a refutar la aseveración de Rockhill oponiéndole simplemente la formulación de un deseo abstracto de que las cosas resulten de otra manera. Socialismo de asedio, al elaborar ampliamente el problema del cerco capitalista contra todo intento revolucionario, nos desafía a pensar táctica y estratégicamente el problema de cómo acabar de la manera más rápida y expedita posible con las relaciones sociales de explotación. No llegaríamos muy lejos si frente a las propuestas de Rockhill nos limitásemos a expresar una condena indignada. Si tradujimos Socialismo de asedio fue, además de por sus propios méritos analíticos, porque permite abrir una discusión que es indispensable. Discusión que, en todo caso, sólo pueden tener quienes no deseen sustituir el materialismo histórico por una profesión de fe.

Algo parecido se puede decir en relación a las ideas de Rockhill sobre la “China socialista”. ¿Cómo podría tragarse fácilmente esas ideas alguien que entiende la poesía de Xu Lizhi, que ha prestado atención a las luchas de los obreros fabriles chinos desde los años 90, o que sabe cuánta humillación hay en tener que hacerse explotar en nombre de una etérea recompensa futura? Los argumentos de Domenico Losurdo, de Carlos Martínez, y de Gabriel Rockhill a favor del “socialismo con características chinas”, parecen irrefutables desde la dialéctica histórica que ellos proponen como marco explicativo, pero chocan frontalmente con la experiencia de quienes, en tanto trabajadores explotados, han sido llamados por el propio Marx a “liberarse a sí mismos” sin confiar en que alguien más lo hará por ellos. Atribuir ese choque al “nivel cognitivo muy bajo” de las personas que no tienen “un aparato conceptual para entender lo que están viendo”, como hace Rockhill, no resuelve nada, porque de lo que se trata el marxismo es de entregarle a esas personas las herramientas intelectuales que necesitan para liberarse a sí mismas, no para postergar su liberación hasta que sus dirigentes decidan que “las contradicciones se han resuelto con el tiempo”.

Sin embargo, tampoco resuelve nada contraponerle a los partidarios de la “China socialista” una solidaridad sentimental con la condición de los trabajadores explotados chinos, sin analizar el proceso histórico que llevó a una de las mayores revoluciones socialistas del siglo XX a convertirse en lo que China es hoy. Un análisis de esa naturaleza no puede, en todo caso, incurrir en el absurdo de zanjar el tema reduciéndolo todo a que “las revoluciones socialistas fueron modernizaciones rezagadas”, como si eso explicara algo; ni tampoco puede limitarse a condenar en bloque toda la experiencia calificándola sin más como “capitalismo de estado”. Las categorías de la ultraizquierda ya han dado todo lo que podían dar en ese terreno, y seguir repitiéndolas a falta de análisis reales, no es más que una coartada para la pereza intelectual. De lo que se trata, en el caso particular de China, es de comprender la especificidad de su proceso histórico, y eso implica tomar en cuenta, como mínimo, tanto los alcances y contradicciones de la Revolución Cultural Proletaria de 1966-76; como los elaborados argumentos esgrimidos por los dirigentes comunistas chinos para justificar su política desde el inicio de la “apertura y reforma”; y también los límites reales de la actividad proletaria en la actualidad, tal como los ha detallado el colectivo Chuang.

Atendiendo a nuestro método descrito al inicio de este “aviso”, pensamos que abordar con paciencia este arduo campo de investigación, reflexión y análisis, es mucho más fructífero que rechazar todo el asunto en una instantánea y abstracta declaración de incompatibilidad.

No necesitamos estar de acuerdo con todo lo que dice un autor para darle cabida en nuestra página, si consideramos que su trabajo contribuye a revelar contradicciones latentes, y a abrir discusiones posibles y necesarias. Tal vez esto no nos atraiga más seguidores, no nos proporcione necesariamente una mayor paz espiritual, ni nos haga más cómodo el abrirnos camino hacia una más completa teoría práctica de la emancipación proletaria. Pero sí nos permitirá darle a este instrumento de educación y agitación el uso para el que fue creado.

Con eso bastará por ahora.