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Introducción
El genocidio que la entidad sionista de Israel está perpetrando en la Franja de Gaza contra el pueblo palestino, en el largo plazo tendrá una importancia histórica fundamental. Muchos recordarán este evento como uno de esos instantes -frecuentes en las últimas décadas- que de pronto brotan con el fulgor de la revelación: instantes que mientras hacen claramente visibles unas fuerzas geopolíticas globales que parecían estar actuando en segundo plano, nos muestran en el universo microscópico de la vida cotidiana en qué terminaron convirtiéndose los que toman la palabra a nuestro alrededor. Lloramos de rabia e impotencia al contemplar desde lejos la crueldad horripilante arrojada sobre gente que es como nosotros, gente que es nosotros; pero al mismo tiempo apreciamos que estos hechos terribles nos permitan saber mejor qué es este mundo que habitamos, quiénes son bajo sus máscaras estos seres que nos rodean, quiénes somos a pesar de lo que esta época ha hecho de nosotros, y qué tendrá que hacer cada cual para ir poniéndose a la altura de las circunstancias.
Este es un texto escrito velozmente para poner los puntos sobre las íes en relación con dos o tres cuestiones urgentes. No tiene pretensión alguna de objetividad ni de rigor académico: es un texto militante, partisano. En él quiero exponer de forma resumida algunas generalidades muy básicas sobre el genocidio sionista en Palestina, asumir el desafío político que este hecho plantea, y contrastarlo con la respuesta que ha asomado desde una cierta “teoría crítica radical” que, en mi opinión, tiene todas las características de lo que llamo “radicalismo abstracto”.1 No creo realmente que esta tendencia sea ni vaya a ser muy relevante para la evolución de la resistencia proletaria en esta región, pero en la medida en que refleja desarrollos sociales que subyacen a la crisis generalizada de la izquierda, pienso que vale la pena advertir sobre el callejón sin salida que representa. Por lo demás, esbozar aquí esta crítica me permite también referirme a algunos malentendidos frecuentes sobre la cuestión de la solidaridad internacionalista, la acción política y la violencia revolucionaria.
Cuando describo el radicalismo abstracto en términos de una “burbuja”, por supuesto estoy evocando el sentido que se le da a esta palabra en economía: una burbuja se produce cuando debido a maniobras especulativas un producto aumenta su precio de forma anormal e injustificada. Mientras la burbuja crece y resplandece, todo el mundo está muy feliz creyendo haber encontrado ahí la solución a sus problemas. Cuando la burbuja revienta (toda burbuja revienta tarde o temprano), vemos que dentro de ella no había más que aire: ese es el momento en que la realidad material y viviente del mundo se impone y reanuda su marcha dialéctica hacia lo mejor o lo peor, dependiendo de si hemos aprendido o no a desconfiar de los especuladores.
Un vistazo a la geopolítica
Estamos asistiendo a la aparatosa consolidación en Medio Oriente de un estado nacional de características peculiares, construido a la rápida y tardíamente a partir de una combinación de exigencias políticas, étnicas e ideológicas que no encajan suavemente en una época en que los estados-nación tienden a quedar reducidos a meras oficinas de intendencia capitalista y control policial. Este desfase histórico hace del estado de Israel un caso excepcional en el que la violencia física e ideológica inherente a la formación de todo estado se presenta en una forma hiper-concentrada, en un paroxismo de exclusión, racismo y brutalidad. Quienes en todo el mundo exigimos el fin del apartheid genocida perpetrado por la entidad sionista contra el pueblo palestino, estamos denunciando, lo sepamos o no, la brusca reaparición de nuestra propia historia negada, ese lecho de lodo y de sangre en el que ha chapoteado desde sus comienzos toda la gesta modernizadora.
Mirados desde este punto de vista, los acontecimientos de la última semana en Gaza se nos muestran con los colores de una normalidad desquiciante, como si efectivamente pudiéramos decir una vez más que “no hay nada nuevo bajo el sol”. Esto no debe hacernos perder de vista el sentido geopolítico de esta coyuntura precisa: tanto la guerra que Israel acaba de declarar en Gaza contra el mundo árabe, como la guerra iniciada por la OTAN en Ucrania en 2014, son maniobras de las potencias occidentales para socavar las fuerzas del bloque eurasiático encabezado por Rusia y China. Dado que la alianza atlántica no tiene ninguna posibilidad de ganar la guerra en Ucrania, y tampoco los Estados Unidos podrían vencer militarmente a China en el Pacífico, lo único que le queda a las potencias liberales es fortalecer posiciones de bloqueo geopolítico y militar en Europa oriental, Medio Oriente y Asia insular.
El analista Scott Ritter ha argumentado de forma convincente, en relación con el conflicto en Ucrania, que el objetivo de Estados Unidos y la OTAN nunca ha sido ganar esa guerra, sino perpetuarla a como de lugar a fin de drenar las capacidades de desarrollo interior y exterior de Rusia (de modo similar a como el continuo asedio periférico y la carrera espacial drenaron en el pasado las capacidades de la URSS). La reciente ayuda militar de 400 millones de dólares entregada por los Estados Unidos a Taiwán, aún siendo un mero gesto simbólico sin consecuencias militares decisivas, hace prever que una política similar de contención será aplicada en un futuro no muy distante en el mar de la China Meridional, a fin de erosionar el avance de Pekín en el terreno económico y en la arena política internacional. Por otra parte, la reciente oleada de relevos políticos violentos ocurrida en Burkina Faso, Guinea, Mali, Níger y Gabón -en su mayoría éstas han sido auténticas defecciones respecto de la alianza atlántica-, sumada a la persistente presencia militar rusa en Siria desde 2015, ha obligado a las potencias occidentales a adelantar un golpe de timón que en cualquier caso iban a tener que efectuar tarde o temprano. Este golpe debía necesariamente consistir en una ofensiva a partir del enclave israelí, el cual no ha sido ni será nunca (por relevante que sea el fundamentalismo sionista en todo esto) más que una cabeza de puente bien fortificada del Occidente liberal en el borde septentrional de África. Es por esto que ni Estados Unidos ni Israel hicieron nada para detener el ataque del 7 de octubre, planeado durante años por las fuerzas lideradas por Hamás con conocimiento del Mossad: no había nada que la alianza atlántica necesitara más que la justificación de una ofensiva aterradora en Medio Oriente. El objetivo, como en Ucrania, es establecer en el norte de África un estado de guerra permanente que contenga el avance eurasiático y que asegure a Occidente las reservas de petróleo de la región y las rutas marítimas hacia el hemisferio oriental.
De todo esto se puede concluir que, en definitiva, el polo de acumulación capitalista y de dominación imperial representado por los Estados Unidos y la Unión Europea está en franco declive, quizás dando sus últimos manotazos antes del derrumbe final. En efecto, a las potencias atlánticas ya no les queda nada que ofrecer al mundo que no sean los consuelos ideológicos de la democracia liberal y el libre mercado, mientras sus poblaciones envejecen y se empobrecen a un ritmo acelerado, sus infraestructuras colapsan a falta de inversión, y sus economías se convulsionan en el aire caliente de las burbujas financieras y de una deuda imposible de pagar. Como acabamos de ver en relación con los bloqueos estratégicos regionales, la única geopolítica de la que Estados Unidos y la Unión Europea son capaces en estas condiciones, consiste en evitar que sus competidores euroasiáticos crezcan y se legitimen a escala global, como si en un último frenesí agónico Occidente hubiera decidido que nadie más se tendrá en pie si él mismo está condenado a derrumbarse.
El límitede la lucha de clases en Palestina
Sin este contexto no se podría entender la analogía que algunos han hecho entre el ataque palestino a Israel el 7 de octubre, el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, y el atentado contra las Torres Gemelas en 2001. Sobre los tres eventos flota la misma sospecha, más que justificada, de ser al menos parcialmente operaciones de bandera blanca, motivadas por la necesidad de asegurar el dominio imperial estadounidense a escala global. Esta interpretación geopolítica refuerza el análisis ya canónico del choque entre un bloque agresivo unipolar y otro defensivo multipolar,2 pero no dice nada sobre el papel que en el desorden global tienen las luchas proletarias diseminadas por todas partes. Un enfoque exclusivamente geopolítico tiende a nublar la percepción de aquello que se desenvuelve en el suelo de las sociedades, haciendo ver en las revueltas y en los ciclos de protestas nada más que efectos colaterales de las maniobras de los Estados Unidos para contrarrestar la influencia de Rusia y China, o viceversa. Pero las irrupciones populares son mucho más que piezas en un ajedrez planetario: son respuestas al sufrimiento social y se desenvuelven según la capacidad política y las formas de lucha que cada comunidad ha aprendido a desarrollar; detonando no por la inducción premeditada de los detentadores del poder, sino porque las contradicciones de la sociedad de clases no permiten otra salida, y en gran parte, también, debido a la torpeza miope con que los dirigentes manejan sus chanchullos.
El ataque lanzado por las fuerzas de resistencia palestina el 7 de octubre debe ser entendido dentro de esta mixtura: los grupos gobernantes saben cómo direccionar y aprovechar políticamente los movimientos de resistencia, pero esa capacidad se despliega en un terreno que la propia resistencia popular y las tensiones internacionales vuelven extremadamente volátil. Es por eso que existe un abigarrado repertorio de doctrinas militares y análisis geoestratégicos que se ponen a prueba continuamente en la arena del conflicto interno e internacional: nadie puede aspirar a un control íntegro del curso de los acontecimientos, y cada toma de iniciativa es siempre una apuesta probabilística que se hace sin garantías. Es cierto que las grandes potencias capitalistas han creado o instigado a los principales grupos militares extremistas en Medio Oriente, y que el propio Netanyahu ha admitido la conveniencia de que Hamás se fortalezca en Palestina, porque ello ha ofrecido a Israel una inmejorable coartada para eludir los compromisos de Oslo y desbaratar toda opción diplomática desde entonces. Pero esto no implica en absoluto que el ataque del 7 de octubre pueda reducirse a una acción disparatada emprendida por un grupo de fanáticos descontrolados.
Que la prensa burguesa internacional presente los hechos de esta manera es completamente natural, pero hay que preguntarse por qué un anticapitalista querría iniciar una reflexión crítica repitiendo las fake news del momento, sumándose así al coro de voces reaccionarias que sólo tienen en cuenta a los palestinos cuando se trata de condenarlos por defenderse con las armas en la mano. Sucede que no sólo desde el 7 de octubre ha habido agitaciones entre la población palestina en Gaza y Cisjordania, sino que esas agitaciones han sido recurrentes durante décadas, en un contexto en que sólo a un pacifista dogmático se le ocurriría decir que la acción de las organizaciones armadas no tiene nada que ver con, o discurre a contracorriente de, la resistencia de los civiles desarmados. Cuando uno de estos llamativos críticos, a propósito de los sucesos del 7 de octubre, nos advierte del peligro de que “un levantamiento en las condiciones actuales podría ser aprovechado por Hamás para sus propios fines delirantes” (añadiendo que este peligro acecha no sólo en Israel sino en todo el mundo),3 uno se pregunta cuáles serían entonces las condiciones ideales para que tal levantamiento tenga lugar. ¿Deberían los proletarios palestinos abstenerse de resistir hasta que Hamás y los demás grupos militares palestinos se disuelvan voluntariamente en pos de un movimiento sin jefes y sin armas? Y dado que esta previsión “se aplica mutatis mutandis al resto del mundo”, ¿deberíamos habernos abstenido de salir a las calles en octubre de 2019, previendo que la socialdemocracia aprovecharía la rebelión para fortalecerse políticamente? Estas preguntas parecen absurdas solamente porque responden a un razonamiento absurdo. Si es antojadizo trazar una distinción tajante entre los movimientos espontáneos de rebelión y los grupos organizados que maniobran en pos del poder político y militar, elevar esa distinción al rango de precepto normativo en medio de un genocidio, es irrisorio. ¿Podría alguien en su sano juicio decirle a los palestinos que se lo piensen dos veces antes de levantarse en los territorios ocupados, porque hay entre ellos un grupo político-militar que podría aprovechar la ocasión para oprimirlos… mientras Israel les bombardea y prepara una incursión terrestre de limpieza étnica?
Sucede que hay momentos en que la necesidad de sobrevivir es tan apremiante y está tan amenazada, que nadie puede realmente demorarse mucho eligiendo el mejor plato del menú. Esto es difícil de comprender para quienes no conocen otra cosa que la paz democrática, y en consecuencia tienden a creer que la libre elección es un principio universal siempre disponible para todos y en todas partes. Olvidan que cuando un genocidio está en marcha y es transmitido en directo por televisión, si la gente no se detiene a hacer distinciones finas al denunciar la masacre esto no significa que “se dejan cegar por la violencia de las armas, y celebran cualquier bandera palestina que vaya de la mano de un AK-47”4. Significa, simplemente, que han comprendido la posición desesperada de quienes llevan décadas resistiendo a un apartheid genocida. Hamás es una organización político-militar fundamentalista que incurre en prácticas condenables, sí. Los medios sólo hablan de Hamás porque su protagonismo forma parte de la estrategia sionista-atlántica, también. Nadie está hablando del papel que han tenido en el levantamiento organizaciones como Al-Fatah5, el FDLP6, el FPLP7, las Brigadas de Abu Ali Mustapha8 y el partido Balad9, por supuesto que no. ¿Alguien ha reparado en el hecho de que estas organizaciones -que dependen para su existencia política del apoyo electoral de la población palestina- no han condenado la acción de Hamás, y se ha detenido a pensar en qué significa ese silencio? Al parecer, no. ¿Quién ha reportado algún tipo de acción de protesta de la población palestina en contra de las organizaciones políticas de la resistencia, en esta última semana? Nadie. La razón es obvia, y es la misma razón por la que no hubo protestas masivas en contra del FPMR o del MIR en Chile en los años 80; así como no hubo protestas masivas en contra del partido Black Panthers en Estados Unidos en los 60; ni hubo protestas masivas en Hanoi en contra del Việt Cộng10 o de las PLAF11 durante la guerra de Vietnam. Si esas protestas no ocurrieron no es porque los proletarios de esos países adoraran a dichas organizaciones (aunque en algunos casos las respetaban bastante), ni porque aceptaran de buena gana sus prácticas verticales o sus liderazgos burgueses. No hubo protestas por la sencilla razón de que los proletarios saben conducirse con un sentido de ventaja táctica en las situaciones de compromiso vital. La opresión que los palestinos vienen soportando por generaciones es tan horrenda, tan insostenible, que no pueden permitirse volcar su descontento inmediatamente contra las fuerzas que combaten a los sionistas, percibidos como los opresores más oprobiosos. Dadas las circunstancias, acogerán cualquier curso de acción que tenga aunque sea una remota posibilidad de sacarlos de esa situación, incluso si eso supone el riesgo de perder la vida en el intento o de que sus opresores palestinos se vean políticamente fortalecidos. Al actuar así tienen toda la razón del mundo, por supuesto. La gente entiende de las estructuras que determinan sus vidas. Cuando lo entiendes, no te pones a discutir sobre si es mejor usar botas o sandalias, mientras aún no has logrado quitarte de encima la bota que te pisa el cuello.
Retórica moralista en vez de análisis político
Nada de esto implica desconocer que en Palestina rige el capitalismo, que la burguesía palestina ha participado activamente en la organización del apartheid mientras hace buenos negocios con el empresariado sionista, y que tanto allí como en cualquier otro sitio los explotados no tienen ningún interés común con sus explotadores. El punto es que no hace falta tener intereses en común con alguien que te caga para saber que hay momentos buenos para atacarle y momentos en que es mejor no hacerlo. Los proletarios palestinos saben hacer la diferencia, y eso en modo alguno implica algún tipo de conformidad hacia Hamás o hacia cualquier otro opresor organizado -tal como lo atestiguan las protestas masivas contra el régimen islamista en marzo del 2019 y en agosto de este año-. Es cierto que llegado el momento decisivo, “un levantamiento emancipador de la población que vive en Palestina e Israel encontrará como principales enemigos a Hamás y al Estado de Israel”,12 pero decir eso justo en el instante en que los palestinos están materialmente imposibilitados de enfrentarse por igual a ambos enemigos, no pasa de ser un gesto retórico sin consecuencia política alguna.
Puestos en la circunstancia de un ataque militar contra Israel, por más que dicho ataque sea en principio funcional a los intereses imperialistas en la región, el principal interés de los proletarios palestinos es que esta coyuntura terrible dé algún giro en su favor, y eso requiere en primer lugar llamar la atención internacional para que se detenga el genocidio. En ese trance desesperado, cuentan con que los proletarios occidentales sepamos priorizar lo que es más urgente, y no vayamos en respaldo de la propaganda sionista sumándonos a la demonización de la población musulmana. Si es verdad que “sólo un movimiento de solidaridad y protesta internacional puede detener el asedio y masacre de la población de Gaza”,13 entonces lo lógico es que en principio potenciemos ese movimiento tal como brota espontáneamente de las masas proletarias conscientes, y no que tratemos de desanimarlas informándoles que “sólo una crítica social radical que busca su unidad con el movimiento real puede apuntar hacia la emancipación radical consciente”.14 Una amonestación así es en general desalentadora, porque no se refiere a nada que la gente común pueda aprehender en su vida diaria y en relación con las formas de protesta y solidaridad que están a su alcance. Decirles, mientras se estremecen de dolor por la masacre de gente que saben igual a ellos, que “no es necesario subir imágenes de Gaza cruelmente destruida para solidarizar con el pueblo Palestino”, cuando la socialización capitalista les ofrece tan pocas opciones y además la experiencia les ha enseñado que la viralización es un arma colectiva eficaz en la que pueden participar sin ser héroes partisanos ni intelectuales marxólogos… decirles eso es simplemente sermonearlos desde una despectiva posición de superioridad intelectual. ¿Qué puede significar exactamente que una “crítica social radical busque su unidad con el movimiento real”, cuando el “crítico social radical” no tiene nada que sugerirnos aparte de que evadamos el pago en el metro y leamos su blog? ¿En qué consiste la recomendada práctica de “cuestionar los propios fundamentos de la sociedad capitalista”, además de escribirlo con vehemencia en textos llenos de referencias bibliográficas? ¿En serio deberíamos tragarnos que esas frases grandilocuentes desprovistas de cualquier referencia empírica son algo que necesitamos para poder optar a una emancipación real?
Esa gestualidad altisonante sería simplemente ridícula si no pudiera también implicar algo mucho peor. Si para ostentarla tienes que repetir a coro con la BBC y Fox News que “militantes de Hamás agreden sexualmente a mujeres israelíes como venganza” (fake new que, como tantas otras, fue luego desmentida por sus propios propagadores), entonces deberías interrogar seriamente el trasfondo ideológico y anímico que en un momento acuciante te hizo coincidir con los intereses propagandísticos del imperialismo demoliberal. Si, por otro lado, teniendo una tribuna en la que puedes decir algo sobre la lucha desesperada de los palestinos por sobrevivir, decides usar ese espacio para lanzar advertencias admonitorias sobre el peligro del autoritarismo, todo en abstracto y sin referencia alguna a las condiciones reales en que está transcurriendo esa lucha… bueno, en ese caso ha llegado la hora de revisar críticamente tus supuestos éticos y políticos. No cuestionas el “autoritarismo” de que alguien le clave a otro un tenedor en los ojos, si ese alguien es una mujer que está siendo violada y ese otro un violador reiterativo. A menos, claro está, que sacar a relucir la cuestión del autoritarismo te proporcione la auto-satisfacción moral de quien está seguro que nunca tendrá que defenderse de una violación.
En vez de ese tipo de admoniciones abstractas, hay que preguntarse si realmente existía alguna posibilidad de que surgiera un movimiento internacional de apoyo, potencialmente capaz de convertir a Palestina en “el Vietnam de nuestra época”15, sin una acción como la del 7 de octubre. Por lo demás, ¿sería posible algo así como “el Vietnam de nuestra época” sin el concurso de organizaciones armadas análogas al PLAF, al PAVN16 y al MACV17, desplegadas esta vez en la aridez del territorio palestino en vez de la jungla tropical indochina? ¿Qué tan lejos habría podido llegar la lucha internacional inspirada en la resistencia del “Vietnam heroico” de 1967, si en ella hubieran predominado unos críticos sistemáticos del “autoritarismo” de las organizaciones militares vietnamitas, apologetas de su supuesta diferencia radical respecto del conjunto de las clases explotadas que luchaban allí por su liberación? ¿Habría existido alguna vez un movimiento de liberación en Vietnam sin la batalla de Ðiện Biên Phủ, en la que sin duda murieron civiles inocentes? Si te ofrecieran dar una conferencia sobre el genocidio de 60 millones de indígenas norteamericanos ¿la dedicarías a denunciar la práctica de los Sioux y Comanches de asesinar colonos y secuestrar a mujeres blancas? ¿Te habrías atrevido a enseñarle a los pobladores de Chile que combatían en las calles en 1987, que la violencia que podía emanciparlos era “radicalmente opuesta” a la violencia ejercida por el FPMR cuando disparó contra el vehículo en que viajaba Pinochet sabiendo que iba acompañado de su nieto? En la vida real, las diversas formas de resistencia social y de uso de la violencia política, se combinan y superponen sin seguir un plan de corrección moral previamente establecido. La gente que lucha por liberarse hace uso de los medios que se le van presentando en cada momento y que percibe como los más idóneos, de acuerdo con la evolución de las circunstancias y con sus objetivos concretos. Normalmente no pueden darse el lujo de sacrificar la eficacia en nombre de principios abstractos imaginados por alguien que pasaba más tiempo leyendo que luchando con ellos. Es la naturaleza de las cosas, y el hecho de que sea así no implica a priori que ello vaya a favorecer la perpetuación de la miseria y la violencia. Simplemente, la emancipación es una cuestión práctica que sigue su propia dinámica, que es la dinámica de la vida misma, y la teoría no está ahí para prescribirle reglas de conducta.
Precisamente porque la violencia liberadora “no es una violencia ideal que se encuentre en la cabeza de los críticos sociales”,18 es absurdo que un teórico quiera dictaminar que sólo es liberadora la violencia que él aprueba porque es la que le pareció adecuada en una circunstancia particular. La afirmación de que “la violencia emancipadora es aquella que critica en actos los fundamentos del entramado de socialización capitalista”19 es tan verdadera como abstracta: puede referirse tanto a evasiones masivas en el transporte público, como a un gobierno revolucionario decretando la expropiación de unas instalaciones industriales, o a la ejecución de unos burgueses organizados en milicias terroristas. No hay nada que nos permita reducir “la crítica en actos de la mercancía” a la acción sobre sus manifestaciones más concretas, como si el reino de la mercancía no fuera un conjunto de mediaciones sociales abstractas cuya transformación requiere algo más que una acumulación de intervenciones inmediatas. Tanto el acto de pagar cotidianamente por servicios de reproducción social, como el emplazamiento de infraestructuras extractivas a gran escala, y la organización de formas jurídicas que aseguran el metabolismo capitalista en su conjunto, constituyen cada una a su manera “formas sociales básicas del capital”, y no hay ninguna receta que pueda indicarnos previamente qué tipo de violencias se requerirán para abolir el capitalismo en cada uno de esos niveles.
Celebrar que la radicalidad de la revuelta chilena del 2019 consistió en que “no tuvo ninguna dirección centralizada” y que “no necesitó más que piedras, palos y bencina”,20 es la expresión de un deseo romántico, pero no explica el hecho de que esa revuelta tan anarquista y artesanal haya fracasado. Decir, a continuación, que “el Estado chileno organizó la contrarrevuelta como un enfrentamiento entre las masas y la policía en espacios geográficos delimitados y específicos”21 tampoco explica nada, sólo toma nota de una obviedad: todo estado capitalista existe entre otras cosas para organizar la contrarrevolución llegado el momento, y eso significa que todo movimiento insurgente tendrá que tarde o temprano luchar en el terreno del estado… además de plantear un combate en su propio terreno, donde el estado tiene todas las de perder. No es una cosa o la otra: son las dos cosas sucesiva y simultáneamente. Así son las revoluciones: en la medida en que los proletarios intentan emanciparse no pueden evitar la violencia física, y la cuestión nunca consiste en evitarla para poder tener una praxis radical, sino en tener una praxis radical a pesar de no poder evitarla.
Tal vez todos quisiéramos que las cosas fueran más simples de manera que podamos resolverlas por anticipado con una buena teoría, pero la vida no es así. La emancipación social nunca será el resultado de un enfrentamiento entre dos ejércitos, pero nada nos permite descartar que en determinados momentos del proceso que lleve a ella el enfrentamiento entre ejércitos constituya un factor a tener en cuenta. Y en cuanto a las revoluciones fallidas del pasado, tanto se puede culpar de su fracaso a la existencia de aparatos político-militares de carácter profesional, como a deficiencias y errores en su organización y en su articulación con otros aspectos de la lucha, y exactamente lo mismo se puede decir de las milicias irregulares o de cualquier otra forma de resistencia. Tomar de todos los factores de las luchas pasadas uno en particular para culparlo del fracaso, puede que sea un buen tranquilizador de la propia consciencia moral, pero no funciona ni como explicación materialista, ni como aprendizaje práctico para las luchas por venir. Nadie tiene una fórmula ya fijada de antemano que asegure el éxito futuro de unas formas de lucha y el fracaso de otras. La lucha de clases es precisamente una lucha, es decir, un campo de experimentación que cambia continuamente; y esto no habría siquiera necesidad de decirlo si estuviéramos lo bastante atentos al grado en que las condiciones sociales y materiales de hoy difieren de las que determinaron un enfoque como el del Qué hacer de Lenin hace más de cien años. Cuando uno empieza a tener en cuenta cosas tan simples como que ese texto se escribió en una época en que el principal medio de comunicación era el telégrafo y no internet, entonces uno empieza a tener cada vez menos ganas de luchar a manotazos contra fantasmas que sólo están dentro de su cabeza. El “leninismo”, la “inyección de la consciencia desde afuera”, “la toma del poder del Estado”. ¿De verdad queremos discutir en estos términos, en el instante mismo en que un genocidio imperialista está siendo retransmitido en tiempo real a 5 mil millones de dispositivos móviles, un colapso ecoclimático se asoma rápidamente a nuestras puertas, y las irrupciones de masas proletarias en revuelta saltan de un continente a otro con la misma velocidad que la gripe? En serio, los problemas de la praxis revolucionaria no se plantean hoy como lo hacían en la Rusia de 1903. Hay que dejar de desgastarse luchando contra fantasmas.
El radicalismo abstracto es un buen hijo de su época
Responder a una coyuntura grave con una retórica que nos invita a “criticar en actos los fundamentos del capitalismo”, sin apuntar a ningún tipo de acto concreto (excepto una práctica episódica en una rebelión trunca), sin señalar ninguna forma de movilización concreta ni reforzar alguna acción colectiva realmente existente… esto es un rasgo inherente al radicalismo abstracto. Sí, es radical, porque basa su discurso en la crítica sustantiva del capitalismo, tal como Marx la enunció al develar sus mecanismos básicos en la esfera de la producción y el intercambio. Pero es, al mismo tiempo, abstracta porque ignora, pasa por alto o subestima el conjunto de mediaciones que hacen de esas categorías fuerzas operantes en el metabolismo social. Esas mediaciones deben formar parte de cualquier teoría sobre el capitalismo y la lucha de clases, y de cualquier análisis que pretenda esclarecer y agitar un momento de la lucha, porque es a través de esas mediaciones que el modo de producción opera como un entramado de relaciones de poder y de reproducción social. No referirse a ese campo de mediaciones es no referirse a nada, y por extraño que esto pueda parecer, en el plano teórico es perfectamente posible hablar de nada: basta con hacer interactuar entre sí conceptos, categorías y palabras que parezcan lo bastante sofisticadas, para suscitar en el lector la impresión de que está asistiendo a la revelación de un arcano para el que no cualquiera está preparado. Basta con esto para generar la adhesión fetichista al texto como valor en sí mismo, costumbre que la fiebre posmodernista se encargó de implantar bien firmemente en nuestra cultura.
Tengo la impresión de que el radicalismo abstracto nace, o al menos se galvaniza, a partir de una conjunción ideológica reciente, que podría haber sido afortunada pero que ha demostrado ser una desgracia. Me refiero a la emigración de un cierto número de anarquistas hacia el marxismo, en un giro algo extraño que les ha hecho abrazar el materialismo histórico sin abandonar los aspectos más cuestionables del idealismo moralista ácrata. El resultado ha sido una serie de aciertos destacables a nivel puramente teórico, acompañados de una completa nulidad en lo que a la praxis política se refiere. Es un acierto, por ejemplo, afirmar que los proletarios y los capitalistas no tienen intereses en común porque la relación de explotación les enfrenta en un sentido fundamental; pero esta verdad teórica se vuelve una nulidad cuando se pretende que por sí sola ilumine una práctica consecuente, sin que se teoricen ni se aborden políticamente las mediaciones que constituyen la relación de explotación como una realidad práctica compleja. Algunos exponentes de la teoría de la comunización han querido resolver este problema afirmando que, aún cuando un teórico se pase la vida encerrado en su casa leyendo y escribiendo, sin implicarse en lucha proletaria alguna, está ligado a la lucha real por la sencilla razón de que sus conceptos se refieren a ella.22 Otros han dicho que su teorización es pertinente precisamente porque es abstracta, ya que la auto-abolición del proletariado requiere de una crítica negativa que no se comprometa con práctica alguna a menos que sea suicida, pues en caso contrario está condenada a reproducir lo existente, etc.23 Estas posiciones coinciden ostensiblemente con la actitud defendida por los “nuevos críticos del valor”, como Robert Kurz, Anselm Jappe y Moishe Postone, quienes afirman que la teoría debe mantenerse estrictamente separada de las luchas sociales si quiere decir algo significativo sobre ellas. Kurz sostiene, en este sentido, que la noción misma de praxis debe ser reexaminada, proponiendo que para ir más allá del universalismo androcéntrico moderno, la teoría debe abandonar su viejo vínculo con la “capacidad de acción” y con la praxis existente.24
Esta constelación ideológica ha terminado delineando el nicho específico de los anticapitalistas que se han propuesto superar la “falsa dicotomía” entre marxismo y anarquismo. Tal “superación” ha consistido, con muy pocas excepciones, en que algunas “minorías revolucionarias” han desertado resueltamente de la política y de los problemas de la praxis, hacia un teoricismo abstracto que sin embargo se rehúsa a dejar de hablar de la lucha de clases. El resultado es un discurso que habla de esta lucha sin poder decir nada sobre lo que los revolucionarios podrían aportarle en la práctica.
Con esta crítica no busco desacreditar personalmente a los anticapitalistas que suscriben dicha pasividad política. La conjunción que en los últimos veinte años se produjo entre el legado de las izquierdas comunistas históricas, la teoría de la comunización y la “nueva crítica del valor”, no es el fruto de los defectos personales de nadie, sino de las condiciones históricas creadas por la reestructuración neoliberal y la caída del socialismo real. Entre esas condiciones hay que incluir, en primer lugar, el hecho de que una generación completa creció bajo un asedio propagandístico compacto y envolvente, según el cual todo intento por hacer la revolución durante el siglo anterior había sido una catástrofe causada por el marxismo, la más totalitaria y criminal de las ideologías modernas. La idea de que, en consecuencia, toda revolución inspirada en las ideas de Marx había sido una deriva maligna, que todos los esfuerzos por construir relaciones sociales de transición hacia el comunismo habían resultado en algo peor que el capitalismo liberal, y que cualquier cosa sería preferible al socialismo, se incrustó muy profundamente en las consciencias del siglo XXI. Ni el colapso de los socialismos reales a fines de los 80, ni el levantamiento insurgente en Chiapas en 1994, ni el movimiento antiglobalización en la década del 2000, ni la oleada de revueltas e insurrecciones de la década del 2010, han sido suficientes para remover del todo el zeitgeist de fin de la historia que se implantó con la elevación de Estados Unidos a única gran potencia capitalista e imperial. Y como no podía ser de otra forma, las ideas de los anticapitalistas debían necesariamente ser condicionadas por este contexto, de igual modo que una flor cambiará de color si la pones en una jarra con agua teñida con un colorante.
Con todo, desde la crisis del 2008 parece estar aconteciendo un paulatino resquebrajamiento de este orden de cosas, lo que es visible en el campo teórico por el hecho de que, por ejemplo, Mark Fisher con su noción de “realismo capitalista”25 lograse conceptualizar la situación de una forma mucho más accesible y movilizadora de lo que pudo hacerlo Fredric Jameson cuando describió la lógica cultural del capitalismo tardío, treinta años antes.26 La reciente aparición de un concepto como el de “industria teórica global”, acuñado por Gabriel Rockhill para describir el proceso de producción de ideología controlado por los principales centros de poder burgués, señala también el debilitamiento de un sector ideológico que por largo tiempo ha acompañado acríticamente al realismo capitalista. Por último, una teoría que ve las categorías básicas del modo de producción capitalista como un sistema de poder, tal como propone Søren Mau,27 parece sugerir que nos estamos acercando al momento en que la teoría marxista vuelva al fin a ser una fuerza material actuante en la lucha proletaria real. De momento, estas no son más que tendencias incipientes cuyo desarrollo ulterior no depende tanto del valor intrínseco de las teorías como del uso que puedan darles los movimientos de resistencia proletaria actuales y por venir. Lo que parece claro, en todo caso, es que la burbuja del radicalismo abstracto que empezó a inflarse con la lectura anarquista de Marx, ya no está en condiciones de dar frutos nutritivos.
El caso de la teoría de la comunización
Dado el declive y derrumbe de las tradiciones revolucionarias marxistas del siglo pasado, las condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo impuestas por la reestructuración neoliberal desde los años 70 y 80, con su séquito de mutaciones socioculturales e ideológicas, imprimieron al inconformismo social un sello acentuadamente anarquista. Esto, por un lado, porque tradicionalmente el anarquismo se ha avenido bien con el rechazo oficial a todo lo que huela a marxismo y a socialismo revolucionario; y, por otro, porque tanto el liberalismo como el radicalismo antiestatista comparten una misma gramática social centrada en “delimitar el poder del estado respecto del poder de ‘lo social’ (…), ‘liberando’ las actividades autónomas y locales de un modo explícitamente centrífugo”, lo cual naturalmente tiende hacia una “tensa convergencia [que] es evidente en el slogan ‘No hay futuro’ común tanto al punk de 1977 como al discurso neoliberal.»28
En efecto, las diversas formas de oposición que desde hace medio siglo convergen (tensamente, conflictivamente, pero convergentemente al fin y al cabo) con la lógica cultural posmoderna, tienen en común su casi total falta de orientación hacia el porvenir, coincidiendo así con el rasgo fundamental del realismo capitalista que es la cancelación del futuro. La teoría de la comunización, por ejemplo, surgida a principios de los años 70, gravita en torno a la premisa fundamental de que en adelante la revolución sólo puede consistir en la producción inmediata del comunismo y que ya no es posible ni deseable ninguna forma de transición entre capitalismo y comunismo. Tras cincuenta años de acalorados debates en torno a esta cuestión, la legión de grupos que conforman la “corriente comunizadora” no ha conseguido extraer de esta premisa ninguna conclusión que habilite una praxis política comunista. A lo sumo, y en el mejor de los casos, la tesis comunizadora ha dado lugar a un nicho académico capaz de seguir produciendo debates con un altísimo nivel de abstracción, al tiempo que ven en la irrelevancia política de esos debates la confirmación segura de que su teoría tiene razón. Esta actitud recuerda bastante a “la estrategia seguida por los académicos de Frankfurt que consiste en lanzar un ‘mensaje en una botella’ para las generaciones futuras, como si simplemente ellos fueran demasiado radicales para su contexto ‘no revolucionario’ inmediato”;29 actitud que por lo demás es la consecuencia obvia de pensar que el comunismo sólo puede ser un resultado inmediato de las luchas, sin que pueda ni deba haber ninguna transición entre el estado actual de cosas y ese resultado ideal. Por más que esta proposición parezca invitar a una praxis intransigentemente radical que sólo está dispuesta a establecer formas comunistas y ninguna otra cosa, en realidad se trata, una vez más, de un radicalismo puramente abstracto. Sucede que sin importar cómo se les conceptualice, todos los esfuerzos actuales y futuros encaminados a superar la lucha de clases y el metabolismo capitalista constituyen per se una transición hacia el comunismo plenamente establecido, razón por la que cuestionar la existencia misma de una transición no tiene ningún sentido. O, para decirlo de otra forma: hasta que no alcancemos un mundo íntegramente comunista, todo lo que hagamos para llegar allí forma parte de una transición pre-comunista, tan inevitable como la lucha de clases misma que debemos atravesar para conseguirlo.
Ahora bien, si esta obviedad no tiene ningún papel en la teoría de la comunización, es sencillamente porque su premisa “anti-transicional” se refiere en realidad a la transición socialista tal como fue conceptualizada y puesta en práctica por el movimiento comunista del siglo XX. El problema de los comunizadores es que extrapolan el legítimo balance crítico de aquel fracaso histórico, a una negación abstracta de cualquier proceso transicional que nos lleve desde donde estamos hacia el comunismo, y esto es literal: no puede ni debe haber transición alguna. Esta premisa les lleva, entre otras consecuencias problemáticas, a excluir a priori que los proletarios puedan y deban buscar una posición de dominancia social; de lo que se extrae la consecuencia lógica de que no deberían organizarse ni luchar por el poder, ya que cualquier intento en ese sentido les llevaría a establecer formas sociales transicionales, que como hemos visto quedan descartadas de plano en esta teoría. En consonancia con esta premisa, en este enfoque no se dice nada sobre las formas concretas en que la dominación de clase capitalista podría ser neutralizada a fin de hacer posible ese comunismo sin transición previa. Sin profundizar en una discusión que excede el alcance de este artículo, tan sólo tomemos nota de lo siguiente: una teoría que se ha construido íntegramente sobre la premisa de que la transición socialista del siglo XX había sido un error que afortunadamente las condiciones actuales no permiten volver a cometer, es una teoría que -conscientemente o no- se hace eco del núcleo discursivo mismo de la contrarrevolución triunfante en el último medio siglo, según el cual cualquier cosa es más aceptable que el socialismo realmente existente. Dado que los “comunizadores” no proponen ningún concepto de praxis que habilite el encuentro práctico entre la teoría comunista y las luchas en curso, este rechazo en bloque de las tentativas revolucionarias y las construcciones transicionales del pasado equivale simplemente a una cancelación del futuro, en nombre de un radicalismo verbal sin consecuencias.
En cualquier caso, tampoco esta teoría podía mantenerse incólume bajo los embates de la crisis de los últimos quince años, y al interior de la “corriente comunizadora” han empezado a manifestarse bifurcaciones teóricas que buscan salir del callejón sin salida. Tal es el caso, por ejemplo, de las discusiones desarrolladas por Jasper Bernes y Alberto Toscano acerca de los problemas logísticos, administrativos y de planificación que supondría la implementación de medidas comunistas;30 así como las discusiones en el entorno de la revista Endnotes sobre las formas de la reproducción inmediata implicadas en un proceso de comunización de la vida social.31 Por supuesto, estas discusiones tienden a hacer irrelevante la premisa de su propia matriz teórica, porque ya sea que se discuta sobre logística y contralogística, sobre planificación y reconversión tecnológica, sobre la transformación o abolición de la familia, etc.; en todos estos casos lo que está en discusión es el contenido y las formas de la transición hacia el comunismo. Dicho sea de paso, si en estos debates sigue estando ausente la transformación a gran escala de la infraestructura energética y alimentaria, la cuestión del aparato estatal o el problema militar, es simplemente porque dichos temas evocan demasiado intensamente los problemas de la transición tal como se plantearon en las revoluciones del siglo pasado, y el radicalismo abstracto sigue disuadiendo poderosamente cualquier intento por hacerse cargo de ellos. Sin embargo, sólo es cuestión de tiempo para que los comunistas aborden estas temáticas, y cuando lo hagan la idea de “no-transición” se habrá diluido por completo en la realidad de un movimiento que estará obligado a dejar de ignorar -como ha hecho hasta hoy- el problema de la praxis política.
El caso de la “nueva teoría del valor”
Algo parecido se puede decir de la llamada “nueva teoría del valor”, cuya genealogía la emparenta directamente con la Escuela de Frankfurt y con la “nueva lectura de Marx” nacida en Alemania en los años 60, de la mano de Hans-Georg Backhaus, Helmut Reichelt (ambos ex alumnos de Theodor Adorno) y Michael Heinrich. Como veremos, estas tres corrientes comparten una misma base conceptual que se remonta a los orígenes del aparato teórico que en los años 50 y 60 fue puesto en marcha por las instituciones capitalistas de Occidente. Por supuesto, no estamos diciendo que la “nueva lectura de Marx” de los 60-70 y la Wertkritik de los 80-90 hayan sido directamente creadas por la CIA o sus instituciones asociadas. Tal como señala Rockhill en su investigación sobre el funcionamiento del “aparato intelectual” burgués, el objetivo de esas agencias nunca ha sido eliminar por completo toda oposición marxista, sino más bien fomentar el desarrollo de un polo intelectual “marxiano”, o “marxológico”, que en la práctica opere como una oposición teórica a cualquier esfuerzo tendiente a una praxis comunista real y a la revolución proletaria. Dada la consistencia de los esfuerzos hechos en pos de ese objetivo y la enorme magnitud de los recursos desplegados con ese fin en la segunda mitad del siglo XX, hace tiempo que la CIA y sus satélites dejaron de necesitar comprar directamente a los intelectuales de izquierda, porque éstos han seguido reproduciendo el esquema ideológico inicial simplemente dejándose arrastrar por la inercia del sistema institucional de becas, financiamientos, viajes, publicaciones y promociones profesionales. Es importante recalcar esto para que no se piense que acá estamos sugiriendo algún tipo de visión conspirativa.
En otras palabras: la “nueva teoría del valor” expuesta por Robert Kurz, Moishe Postone, Roswitha Scholz, Anselm Jappe y Ernst Lohoff, entre otros, es tan hija de su época como lo es la teoría de la comunización que analicé un poco antes. Sus limitaciones teóricas no provienen del hecho de haber sido fabricadas expresamente como instrumentos reaccionarios, ni mucho menos, sino de que nacieron del suelo de una sociedad en que la perspectiva comunista, la posibilidad de la revolución, y la praxis proletaria consecuente, estaban clausuradas casi por completo. Así se explica que los comunizadores, queriendo renovar radicalmente la teoría del proletariado y de la revolución, terminaran sepultando ambos términos bajo la lápida de una conceptualización extremadamente abstracta de la transición como un asunto ya superado; y que los nuevos críticos del valor, en su afán por reelaborar conceptos de Marx para llegar a una teoría “adecuada” y “suficiente”, terminaran liquidando el núcleo mismo de la teoría de Marx, que es su intencionalidad. Porque, en efecto, si hay algo que unifica la teoría de Marx desde la primera hasta la última página, no es un arcano teórico que sólo una hiper-sofisticada marxología hermética sería capaz de develar, sino el hecho de que Marx nunca entendió su labor teórica como otra cosa que un arma desarrollada para la emancipación del proletariado. Siendo la premisa de la “nueva crítica del valor” la idea de que hasta la llegada de Adorno, Backhaus y Kurz el “marxismo tradicional” había sido fundamentalmente erróneo, no es de extrañar que junto con el agua sucia de la lucha de clases arrojaran también por la ventana ese núcleo de intencionalidad, sin poder responder más a la pregunta de ¿para qué debería ser “adecuada” y “suficiente” la teoría?
En realidad sí la responden, a su manera: la teoría debería servir para que la humanidad se emancipe del fetichismo de la mercancía. De la explotación, sí claro; de la dominación de clase, por supuesto; de la violencia y la irracionalidad, desde luego. Pero nada de esto puede ser superado a menos que superemos primero el fetichismo. Esta idea tiene su historia. Como explica Jan Hoff en su voluminoso estudio sobre los desarrollos contemporáneos del marxismo,32 las discusiones emprendidas por la “nueva lectura de Marx” en los años 60, centradas en la supuesta necesidad de reelaborar las nociones básicas de la teoría y en particular el concepto de “forma del valor”, habían hundido a sus exponentes en la más oscura de las confusiones (admitida por ellos mismos en sus intercambios). El legado que ellos dejaron a la siguiente generación de intelectuales marxistas (la generación de Kurz, Postone y compañía), fue poco más que una teoría esotérica que parece tener un profundo significado, pero que deja a los lectores tan desarmados como estaban antes de leerla. Los nuevos wertkritiker, perseverando en el empeño de dejar atrás el “marxismo tradicional” (es decir, el marxismo ligado al movimiento proletario y ocupado en esclarecer la lucha de clases), se propusieron superar toda esa confusión abandonando el intento de diferenciar conceptualmente los componentes de la “forma del valor”, para en cambio extraer de este concepto la categoría de “fetichismo” como clave explicativa universal. Si en la teoría de Marx la noción de fetiche ilustra el simple hecho de que la relación del capital se representa a sí misma como algo diferente de lo que es (como un dato objetivo a priori y no como un vínculo social contingente), la “nueva crítica del valor” tiende a fetichizar el fetiche mismo, subsumiendo al ser social a nivel ontológico en la lógica de la mercancía y su fetichismo. En este esquema la lucha de clases no tiene sentido y nada de lo que esa lucha pueda suscitar podría romper el engaño fetichista: siendo todos los sujetos, en todas las clases sociales, meras personificaciones de las diversas caras del “sujeto automático” que es el capital, nada -excepto los teóricos de la “nueva crítica del valor” que nos aportan un poco de luz en la oscuridad- puede trastocar la opaca e inmóvil trama fetichista que mantiene a la gente cautiva en la ignorancia y la incomprensión.
En esta perspectiva la lucha de clases incluso adopta matices cuestionables: si la resistencia y la lucha proletaria no tienen en cuenta la teoría esclarecedora que los “nuevos críticos del valor” nos ofrecen, corren el grave riesgo de convertirse en simples erupciones de resentimiento, odio irracional y… antisemitismo. De entrada, quienes luchan “meramente” por aumentos salariales no están en condiciones de comprender realmente las estructuras y formas del capitalismo, lo cual garantiza que sea cual sea el resultado de su lucha, ésta no podrá suscitar nada que no sea una forma renovada de las relaciones fetichistas y de dominación puestas por el capitalismo. Con esto, los wertkritiker quieren subrayar el hecho (en realidad banal) de que toda forma de dominación social está sustentada en condiciones subyacentes que no pueden ser modificadas de buenas a primeras. A partir de esta constatación afirman que, dado que tales limitaciones objetivas restringen también la acción de las clases dominantes, esto significa que la dominación social no puede ser superada a través de la relación conflictiva entre explotados y explotadores, todos ellos igualmente sometidos a la ley del valor. Lo que olvidan -o fingen olvidar, no se sabe- es que la compulsión de vender fuerza de trabajo y de comprar productos del trabajo en forma de mercancías es una limitación objetiva y práctica que no se causa a sí misma, sino que tiene su origen en las relaciones de clases y, por lo tanto, es una compulsión que se puede modificar. No es que las cosas nos dominen, son los seres humanos los que dominan a otros seres humanos a través de las cosas, especialmente a través de instituciones tales como las mercancías, el dinero y la propiedad. Si las relaciones de dominación aparecen “disfrazadas de relaciones sociales entre cosas”, la función de la teoría no es ontologizar esa apariencia, sino descubrir cómo opera la dominación de clase a través de leyes políticas y económicas, la gestión del espacio, la ideología… cosas que están notoriamente ausentes en el mundo conceptual de la “nueva crítica del valor”.
De vuelta a Palestina
Lo primero que salta a la vista en la actual interpretación de la Wertkritik, es que a la siempre acechante pregunta de para qué sirve la teoría, la respuesta nunca se refiere a la lucha de clases realmente existente ni a las exigencias políticas que ésta le impone a quienes están luchando. En cambio, los “nuevos críticos del valor” privilegian la crítica de “formas constitutivas de una subjetividad históricamente específica”, “el conformismo”, “los comportamientos barbáricos”, “la menesterosidad narcisista generalizada”,33 “el antisemitismo”. Este énfasis en el aspecto subjetivo es el efecto lógico de considerar la lucha de clases no como la base constitutiva de las categorías del valor, sino como una excrecencia secundaria que estaría ella misma constituida por la lógica de la mercancía y que por lo tanto sería incapaz de superarla. La consecuencia de este modo de ver las cosas, es que ni la dinámica social que determina las magnitudes del valor y el tiempo de trabajo necesario, ni las relaciones de clase que subyacen a esta determinación, reciben ni la más mínima atención. El teórico adscrito a este enfoque no tiene interés en saber cómo se determina la jornada laboral, cómo se manifiesta la lucha por la ampliación y el control del tiempo libre, o cómo los detentadores del poder de explotar reconfiguran continuamente el marco jurídico, legal e institucional que les permite seguir explotando. Nada de esto parece tener que ver con el hecho de que a veces estallen revueltas, que éstas presenten determinadas características y no otras, y que terminen extinguiéndose con la misma rapidez con que empezaron, sin aparentemente dejar mucho tras de sí.
A la hora de examinar esta dinámica de la lucha de clases actual, nuestro teórico crítico más bien pone el foco en lo horribles que se han vuelto las personas por dentro, en lo barbáricas que son sus luchas cuando no coinciden con la teoría crítica que él propone, y en el peligro del narcisismo y la violencia irracional de quienes no han comprendido los fundamentos del orden capitalista. Ante condiciones subjetivas tan adversas, el camino hacia la emancipación pasa por “constituirse en una fuerza social capaz de navegar con éxito en medio de las aguas tormentosas”, de modo tal que “una praxis social con objetivos emancipatorios” debe partir por “constituir seres humanos libres para realizar la liberación”.34 ¿Cómo se produce este cambio? Hay que hacer la “critica en actos de los fundamentos del entramado de socialización capitalista”,35 y “comprender los fundamentos reales de este proceso y actuar en consecuencia”.36 Desde luego, para “comprender los fundamentos reales de este proceso” lo que tenemos que hacer es leer a los críticos del valor. En cuanto a la “crítica en actos” que se propone en este análisis, las únicas referencias concretas, empíricas, son que “para sostener su momento radical” la revuelta del 2019 “no necesitó más que piedras, palos y bencina”; y que “negarse a pagar el Metro y tomarlo directamente en masa fue una praxis auténticamente subversiva”.37
Curiosamente, nuestro teórico crítico nos había advertido, en otro escrito, que debemos hacer “una (auto)crítica implacable de todas las concepciones de la emancipación social que se estrellaron ante el desarrollo real de la revuelta de 2019”.38 Todo indica que esa (auto)crítica no contempla en absoluto la posibilidad de que las piedras, palos y bencina sean insuficientes para escalar una insurrección sobrepasando a los cuerpos de infantería ligera desplegados por el estado; y tampoco parece considerar que las evasiones en el transporte y los saqueos encuentran un límite infranqueable exactamente allí donde las masas proletarias carecen de instrumentos organizativos extensos y eficaces, de estrategias consensuadas viables, y de horizontes concretos de transformación social a gran escala. La “(auto)crítica implacable” que se nos propone parece excluir a priori cualquier referencia a las cuestiones propiamente políticas de la organización de un poder de clase, del desmantelamiento y reconversión de las infraestructuras, de qué hacer con el aparato estatal y de cómo asumir el enfrentamiento militar. Estas estrepitosas omisiones son lo que mejor define a este tipo de crítica, hija directa del subjetivismo moralizante ácrata, e incansablemente abstracta.
Es este rasgo encarnizadamente subjetivista y abstracto lo que ha llevado a nuestro teórico crítico a tomar parte en la actual coyuntura sólo para enseñarnos cómo deben comportarse las personas cuando se encuentran sitiadas por un régimen genocida, y cómo debemos nosotros comportarnos si realmente queremos apoyarlas en su lucha. Ante todo, nada de celebrar la violencia. La violencia es tan mala si viene de los colonos y el ejército sionista, como si viene de las guerrillas palestinas. Los proletarios pueden ejercer violencia, pero la suya es una violencia completamente diferente: consiste en tirar piedras, golpear con palos y lanzar botellas con bencina, evadir el pago en el transporte público y saquear comercios. Es contraria a cualquier forma de organización que incluya algún mecanismo vertical de toma de decisiones, y especialmente es contraria a las armas de fuego y a cualquier discurso que no parta por comprender los fundamentos del modo de producción capitalista. Por cierto, ¿mencioné que los exponentes de la “nueva crítica del valor” profesan un consistente apoyo al estado sionista de Israel y un rechazo enérgico a la lucha del pueblo palestino? Lo interesante del debate en que el leninista climático Andreas Malm y el crítico del valor Anselm Jappe se enfrentaron, no es que Malm haya descrito a Mohammed Deif como “líder de los héroes de la resistencia en Gaza”, sino el hecho de que Jappe haya reaccionado con irritación a la denuncia hecha por Malm del genocidio en Gaza, calificándolo sin más como un “discurso de odio”.39
Esto podría parecer un episodio simplemente anecdótico, si no fuera porque en el campo de la “nueva crítica del valor” hay una voluminosa y continua producción de textos dedicados a defender la existencia del estado de Israel y su política de expansionismo colonial, denunciando -a menudo con bastante ferocidad- la “violencia irracional y barbárica” de los árabes que se resisten al apartheid y genocidio sionista en Medio Oriente.40 Tal actitud no es algo nuevo ni es exclusiva de la Wertkritik: ya en los años 50 los abuelos teóricos de esta corriente, Adorno y Horkheimer, habían publicado un artículo en el que “defendían la agresión tripartita de Israel, Gran Bretaña y Francia, que habían invadido Egipto para recuperar el control occidental del Canal de Suez (acto condenado por las Naciones Unidas)”.41 Allí afirmaban que la agresión estaba justificada porque “estos estados árabes ladrones han estado buscando durante años una oportunidad para caer sobre Israel y masacrar a los judíos que han encontrado refugio allí”.42 En otras ocasiones, ambos teóricos “marxianos” describieron a los habitantes de la Unión Soviética y de China como “bárbaros orientales”, “bestias” que habían elegido la “esclavitud” (al leer esto es imposible no recordar al actual ministro de defensa Israelí, Yoav Galant, que en una declaración que dio la vuelta al mundo, describió a los palestinos como “animales”, tan sólo un día antes de que su fuerza aérea iniciara el genocidio en Gaza).
La “nueva crítica del valor”, cuyo principal cometido parece ser el de disuadirnos de que nos entreguemos de manera “irreflexiva”, “violenta” e “irracional” a la lucha de clases, tiene también algo importante que decirnos sobre nuestras ganas de apoyar públicamente la resistencia del pueblo palestino: “no hay que caer en la desesperación” ni hay que “reproducir el sentido común dominante”, cayendo en “el mediocre activismo que llora sus lágrimas de cocodrilo mientras sirve a la perpetuación de lo existente”.43 También se nos enseña que “no es necesario subir imágenes de Gaza cruelmente destruida para solidarizar con el pueblo palestino”, ya que “la única posible solidaridad real es contribuir a una crítica radical de ese movimiento social alienado que ha colonizado nuestra vida: la mercancía”.44 Hay que admitir que esta “teoría crítica radical” ha desarrollado formas bastante sutiles y elegantes de pedirle a sus lectores que se callen cuando se trata de Israel destruyendo a los palestinos. En cualquier caso, con estos comentarios no quiero insinuar que nuestro crítico en particular comparta el fanatismo pro-sionista de muchos exponentes de la Wertkritik: no me atrevería a poner en duda la sinceridad con que dice apoyar al pueblo palestino. La cuestión es otra. Lo que pasa es que cuando alguien adopta acríticamente una teoría, simplemente porque es más fácil y cómodo arrimarse a las correas de transmisión institucionales que la mantienen con vida, es prácticamente imposible no empaparse de sus lógicas internas y terminar reproduciéndolas involuntariamente, por pura inercia. Ese arrastre inercial es lo que te lleva a ignorar las urgencias singulares de una coyuntura específica, tratándola con la misma indiferencia que si fuera cualquier otro acontecimiento visto a la distancia y con una desinteresada objetividad académica. Por más que uno tenga críticas a Hamás y a los otros grupos político-militares organizados en Palestina (y esas críticas las compartimos, por supuesto), elegir el instante mismo en que sólo esos grupos pueden contener el ataque genocida para denunciarlos en nombre de una abstracta y sui generis “violencia proletaria” opuesta a la de esos grupos, es igual que exigir a los masacrados que abracen el pacifismo en vez de entregarse a la “violencia irracional y barbárica de la mercancía”. En un mundo donde la violencia tiene nombre y apellido, y pertenece casi exclusivamente a la clase capitalista, este tipo de pacifismo es siempre una toma de partido por el statu quo y un cheque en blanco entregado a los asesinos.
Academización de la política y más allá
El radicalismo abstracto es la consecuencia directa de una deriva que se inició hace más de medio siglo y que hoy se encuentra prácticamente consumada. En esa deriva los esfuerzos de los militantes revolucionarios que querían politizar la actividad académica, fueron reemplazados por una perseverante, bien financiada y exitosa campaña para academizar la política. Un poco en todas partes, pero especialmente en las corrientes teóricas que abordé en este artículo -la teoría de la comunización y la “nueva crítica del valor”-, esta deriva ha tenido el efecto desastroso de hacer creer a una generación entera de anticapitalistas que las teorizaciones abstractas son lo mismo que el análisis político, y que pueden sustituirlo. Una vez consolidada la inercia de una producción intelectual mediada por las universidades, la industria editorial y los medios de comunicación, el análisis propiamente político y de clase, es decir la teoría revolucionaria, ha perdido relevancia y visibilidad hasta el punto de que también fuera de esas instituciones, incluso en los ámbitos militantes, casi todos los intentos por producir teoría tienden a replicar la lógica, el estilo y la perspectiva de la política academizada.
Desde la óptica de la política academizada, el estilo imperativo, el énfasis en la acción y la agilidad táctica que siempre han caracterizado a la teoría revolucionaria, son percibidos como una rendición a las dinámicas de la sociedad alienada. Así, por ejemplo, si alguien está consciente de que las tendencias en redes sociales han llegado a tener relevancia política y en virtud de eso se esfuerza por viralizar denuncias y llamamientos a la acción en torno al genocidio en Palestina, el crítico académico verá en ello pura “desesperación” y “un culto irracional de la violencia”, en vez de ver ahí una actitud política modesta pero consecuente. Si alguien acude a una marcha en favor del pueblo Palestino, el crítico académico le acusará de ser un activista robótico que sigue la corriente sin detenerse a pensar en los fundamentos del modo de producción… y así sucesivamente. Una vez que la política se ha academizado, la única práctica válida consiste en cultivar una reflexión intelectual lo más pura, refinada y ecuánime posible. La escritura se vuelve entonces un medio para convencer a los lectores de que se abstengan de casi todo, excepto de leer a su crítico académico de cabecera, y de hacer una “crítica en actos” que en circunstancias normales no encuentra ningún asidero en la vida real.
El grado en que la política se ha academizado en los círculos radicales no sería posible en ningún contexto fuera del realismo capitalista descrito por Mark Fisher. Sólo en un mundo que ha decretado exitosamente el fin de la historia y la imposibilidad de cualquier alternativa, puede alguien pensar y escribir incesantemente sin incomodarse por el hecho de que sus ideas no tengan ningún efecto práctico en nada. En circunstancias así, el deseo de escribir y de ser leído, la persistente voluntad de hablar aún cuando no se tenga nada que decir, y la audacia para opinar sobre una coyuntura crítica tratándola como si fuera una situación de lo más corriente, revelan hasta qué punto el papel auto-asignado del intelectual crítico esconde la desesperación por validarse como merecedor del reconocimiento público. Da igual si para ello hay que fomentar la inacción contemplativa, el apoliticismo y la indiferencia ante la singularidad de las situaciones singulares: nada de eso será percibido como fuera de lugar o disfuncional por un público que de todas formas ya estaba despolitizado y sólo quería que le sorprendieran con una nueva prescripción moral por la que tomar partido.
La coyuntura abierta tras el ataque del 7 de octubre nos obliga a tratar de entender qué es lo que están haciendo los palestinos, no a decirles qué es lo que deberían o no deberían hacer. Conocer la diferencia entre una cosa y la otra es indispensable si de lo que se trata es de ofrecer un análisis político y no un comentario académico. El punto, durante la última semana, ha sido en el fondo muy simple: los palestinos no están luchando contra sus propios dirigentes políticos y eso es muy lamentable, pero se explica porque sus dirigentes políticos están conduciendo una guerra en contra de una potencia que se dispone a aniquilarlos físicamente; por lo tanto en esta coyuntura lo que corresponde hacer es exactamente lo que millones de personas empezaron a hacer en todo el mundo de forma instintiva y espontánea: usar sus redes sociales para denunciar el genocidio, organizar marchas y protestas, llamar al sabotaje, crear una situación que obligue a los poderes establecidos a pensárselo dos veces antes de avalar la masacre. Entre esos millones de agitadores anónimos no debe haber muchos que sientan aprecio por Hamás, y sin embargo han sido capaces de reconocer cuál es la prioridad absoluta planteada por la coyuntura, modulando su propia acción para intervenir en ella de la manera más eficaz posible, y dejando las críticas a la clase dirigente palestina para el momento en que ya no exista la amenaza del genocidio, porque en este momento esas críticas sólo podrían llevar agua al molino de la propaganda sionista, aumentar la confusión de las masas y propiciar su apatía y su inacción. Esta y no otra es la actitud correcta en una coyuntura como la actual, y atenerse a ella es el camino más seguro hacia el encuentro entre la teoría y la práctica. Este encuentro no consiste en que los teóricos le den lecciones a la pobre gente ignorante; consiste en la composición política de una colectividad capaz de comunicarse y organizarse sobre un terreno en común. Las coyunturas críticas son fundamentales, porque es entonces cuando cada quien se muestra tal cual es, habilitando así la comunicación, la confianza, la complicidad y el afecto que requiere toda comunidad política. Sólo un intelectual muy pagado de sí mismo puede creer que millones de proletarios han actuado como actuaron en esta última semana porque se han dejado “cegar por la violencia de las armas”, o porque son “conformistas”, “narcisistas” o “antisemitas”.
La discusión sobre cómo hay que entender la lucha de clases en este período, qué formas puede adoptar la organización de un poder de clase anticapitalista, qué objetivos inmediatos y mediatos habría de plantearse… en fin, la discusión política que hace falta para poner en marcha un movimiento comunista revolucionario, todavía no ha empezado. En las teorías críticas que he examinado aquí hay elementos valiosos que sin duda participarán de esa discusión, sin importar en qué grado hayan contribuido hasta ahora al auge del radicalismo abstracto. De la misma forma, esa discusión sabrá incluir de manera cautelosa y magnánima los aportes teóricos que el movimiento revolucionario del siglo XX puso en acción, más allá de sus disputas e incomprensiones recíprocas. En cualquier caso, la discusión colectiva que ayude a desbrozar el camino de la praxis política revolucionaria, no puede ser sino un proceso de largo aliento, íntimamente entrelazado con las luchas reales, y provisto de un agudo sentido táctico y estratégico. Difícilmente podría en ese marco tener eco un reduccionismo simplista que trate la insurgencia como un asunto abstractamente “social” y de “comprensión intelectual”, excluyendo por principio las cuestiones políticas, económicas y militares, bajo el argumento de que tales cuestiones no existen, o son simplemente resabios del viejo mundo que deberían desaparecer. Los resabios del viejo mundo que queremos ver desaparecer van a desaparecer cuando un avanzado movimiento revolucionario internacional los erradique, no porque los teóricos del presente decreten que son indeseables. En cuanto al “pacifismo insurreccional” que se insinuó de forma sugerente durante el último ciclo de revueltas, tiene un papel importante en la discusión política por venir y en las próximas luchas, pero sólo en la medida en que señale posibilidades insurgentes más allá de la captura violentista organizada por la contrarrevolución, y en ningún caso como coartada para condenar, relativizar, minimizar o excluir la legítima preocupación por la defensa militar de los logros revolucionarios.
Posfacio: la trampa consumada y el quehacer de los comunistas
La consternación inicial provocada por el ataque islamista del 7 de octubre y por la propaganda occidental, ha empezado a ceder. Ahora es obvio que, desde cualquier ángulo que se mire la situación, las fuerzas palestinas que tomaron la iniciativa hace dos semanas consiguieron lo que querían y los dueños de Israel ya están derrotados. En el ámbito de la guerra y de la política, está derrotado todo aquel que se encuentra en una situación en la que, haga lo que haga, no puede obtener más ventaja de la que tendría si hubiese sabido evitar esa situación a tiempo. El gobierno de Netanyahu metió a Israel en una trampa de la que ya no puede salir.
Este es el motivo por el que algunos analistas han dicho en días recientes que la operación “Inundación de al-Aqsa” es la acción político-militar más inteligente y mejor planeada del último siglo: Hamás sabía de antemano cuál iba a ser el resultado de su ataque, y dos semanas después la situación geopolítica global es exactamente la que Hamás quería provocar: la entidad sionista de Israel es hoy más débil y está más deslegitimada que hace dos semanas, mientras que el mundo árabe ha recibido una súbita descarga de energía moral y política que le fortalece y unifica, validándole internacionalmente en su histórico rechazo al enclave judío. En este sentido, no importa cuánto repudiemos la efectivamente cuestionable táctica de Hamás, el hecho es que la correlación de fuerzas propiciada por su acción está lejos de interesar únicamente al fundamentalismo islámico. En lo que respecta al conflicto suscitado por la ocupación judía de Palestina, la situación abierta el 7 de octubre favorece a todo el mundo árabe, que ve debilitarse a un enclave sionista percibido desde el primer día como una amenaza militar directa y una cabeza de puente del imperialismo atlántico en la región.
Se entiende mejor este resultado si se revisan sus antecedentes previos. Para empezar, consideremos qué fue lo que llevó al ultraderechista Netanyahu a cometer la estupidez de responder al ataque de Hamás como si se tratase de una Intifada (no lo era). Desde hace algunos años Netanyahu ha sido protagonista del más espectacular juicio por corrupción del que se tenga memoria en Israel, enfrentando cargos por soborno, fraude y abuso de confianza. Estos cargos se relacionan con la compra por parte del gobierno israelí de submarinos fabricados en Alemania, y con beneficios fiscales otorgados ilegalmente a multimillonarios ligados a la industria cinematográfica, de televisión y de telecomunicaciones. Ya iniciada la persecución penal en 2019, Netanyahu no sólo no dimitió, sino que reafirmó su voluntad de seguir gobernando, bajo el argumento de que “nada me hará desviarme de esta sagrada misión”. Dentro de Israel esto fue interpretado mayoritariamente como prueba de “un egoísmo peligroso”, y como signo de una preocupante crisis de las instituciones y de la legalidad.
Nada de esto impidió a Netanyahu seguir adelante con su política, y a mediados de 2018 su sector consiguió que el parlamento aprobara la llamada Ley del Estado-nación, que consagra a Israel como un estado nacional en los territorios ocupados. La ortodoxia judía, que no carece de influencia política en el país, considera dicha ley como una herejía, ya que de acuerdo con sus preceptos no puede haber un estado de Israel antes de que el Mesías regrese y el Templo sea reconstruido. A continuación, como si su legitimidad no pudiera estar más cuestionada, Netanyahu impulsó una reforma judicial que debilita la autonomía del poder judicial y le facilita a él eludir los procesos penales en su contra. Esta maniobra hizo que en julio cientos de miles de israelíes protestaran en las calles, quedando el gobierno de Netanyahu en su punto más bajo de legitimidad.
Simultáneamente, en los últimos años el gobierno israelí ha dirigido importantes esfuerzos diplomáticos hacia los dirigentes de Arabia Saudita, a fin de fortalecer su posición geopolítica en el mundo árabe y asegurarse el acceso a las reservas fósiles en el Golfo Pérsico. Para lograr esto Israel necesitaba distender sus tensas relaciones con Hamás y la Autoridad Palestina, y con este objetivo aumentó significativamente en los últimos meses la cantidad de permisos de trabajo otorgados a palestinos para que puedan ingresar a territorio israelí desde Cisjordania. Con esta medida Netanyahu quería congraciarse con el empresariado judío dándole nuevas reservas de fuerza de trabajo barata; y al mismo tiempo aliviar la tensión con Hamás, que vería así mejorada su capacidad de gobernar a la población palestina y que supuestamente devolvería al favor reduciendo las hostilidades. Como lo dejó claro el 7 de octubre, dicha expectativa fue un grave error de cálculo: acostumbrado a negociar la rendición con dirigentes palestinos corruptos que viven en mansiones de lujo en Cisjordania y que acuden en jets privados a depositar en sus cuentas personales la ayuda internacional enviada a la resistencia, Netanyahu creyó que con Hamás las cosas serían igual de sencillas. Basados en ese cálculo erróneo, los servicios de inteligencia creyeron que el ataque que se preparaba sería uno más de tantos otros ataques de menor envergadura, algo completamente manejable y que además le daría a Netanyahu una excelente excusa para volver a validarse como garante de la seguridad de Israel.
Dos semanas después, el 80% de los israelíes culpa a Netanyahu por no haber previsto el ataque, y la poca legitimidad que le quedaba a su gobierno hoy está completamente destruida. Al ver rotas las defensas israelíes en la frontera sur -las más fortificadas y seguras de todo el perímetro ocupado- los dirigentes sionistas entraron en shock, y es ese estado de ánimo lo que les empujó hacia la respuesta completamente demencial que han efectuado: el bombardeo masivo sobre la población civil de Gaza y la ineficaz campaña de fake news que lo acompaña, no forman parte de ninguna estrategia premeditada, son la reacción exasperada de una dirigencia política que intenta conjurar a como de lugar su inminente colapso, movilizando detrás suyo a los elementos más fanáticos, oportunistas y moralmente descompuestos del chovinismo israelí. Y en eso precisamente consiste la trampa tendida por Hamás, que según todos los indicios preveía esta reacción y la imposibilidad de que Netanyahu pusiera marcha atrás una vez que hubiese pisado el palito. Dado que la mayoría de los israelíes ya no cree ni en la legitimidad de Netanyahu ni en la capacidad defensiva que sea capaz de ofrecerles, hoy no les queda más remedio que ponderar las consecuencias de haberse dejado gobernar por una pandilla de incompetentes, corruptos y mentirosos, y están descubriendo con horror que debido a esa equivocación son ellos los que están hoy en una posición desesperada: 10 millones de israelíes percibidos por casi todo el mundo como unos blanquitos racistas fanáticos, rodeados de más de 400 millones de árabes cuya furia crece con cada misil sionista que explota en los barrios sobrepoblados de Gaza.
La incursión terrestre israelí en Gaza es inminente. Dadas las condiciones descritas, de todos los escenarios improbables, el más improbable es que Netanyahu ponga marcha atrás. Retroceder significaría admitir que Israel es militarmente vulnerable, que Hamás está en posición de negociar como cara visible del islamismo árabe, y que Israel no tiene más opción que convivir con un estado palestino de pleno derecho. Así que la operación terrestre es inminente, pero sea cual sea su resultado, quien saldrá perdiendo será Israel, incluso si sus FDI consiguen erradicar a los militantes de Hamás de la zona norte de Gaza, o de la franja costera completa. Israel va a perder, en primer lugar, porque los líderes de Hamás no se encuentran en Gaza sino en otros países, y la aniquilación de algunos miles de sus combatientes en Gaza sólo tendrá el efecto de aumentar exponencialmente su capacidad de reclutamiento entre la población palestina masacrada y en los países vecinos. Esto, suponiendo que las FDI consiguieran desplegar una capacidad militar terrestre efectiva en Gaza, de lo que se puede dudar, porque si bien las FDI cuentan con algunos cuerpos de élite capaces de combatir en un área urbana con 6 mil habitantes por kilómetro cuadrado, la gran mayoría de sus efectivos son soldados que en los últimos treinta años han estado destinados a tareas de control policial y sólo se han dedicado a fracturar huesos de niños indefensos y a acosar a chicas palestinas de quince años. Hamás por su parte ha tenido años para construir una compleja red de búnkers subterráneos en los que ha almacenado agua, comida, armamento y municiones suficientes para enfrentarse a las FDI sin mayores inconvenientes, en su propio terreno y con el apoyo de una población civil a la que no le han dejado ninguna otra salida que volverse también combatiente.
Un dato particularmente revelador de la imbecilidad del partido ultraderechista Likud y de su líder Netanyahu, es que la táctica que hoy están empleando en Gaza ya había sido utilizada contra Líbano en 1982, y había demostrado ser un fracaso de proporciones. En aquel entonces, la “Operación Paz para Galilea” había consistido también en una campaña inicial de bombardeos rasantes sobre Beirut, seguida de una incursión terrestre en la que casi 80 mil soldados israelíes apoyados por 500 tanques se enfrentaron a 12 mil soldados libaneses. Después de una victoria táctica predecible y de 3 años de ocupación, Israel se retiró arrastrando consigo la mayor derrota estratégica de su historia: la guerra en Líbano había suscitado un enorme movimiento internacional de apoyo a Palestina, llevado a la ONU a emitir una condena oficial de Israel como “agresor”, y puesto a EEUU en una situación en la que no tuvo más remedio que obligar al primer ministro israelí Shimon Peres a sentarse en la mesa de negociaciones. Todo esto llevó a que una década más tarde Israel tuviese que firmar los Acuerdos de Oslo en los que reconocía la existencia legal de la OLP, la misma organización a la que durante años se había empeñado en presentar como “terrorista”, y que era precisamente a la que había intentado expulsar de Líbano en 1982. Todo el asunto le costó a los dirigentes israelíes un enorme gasto militar sin beneficios estratégicos, un desprestigio internacional e interno del que nunca se recuperó del todo, y el fortalecimiento a largo plazo del enemigo al que habían tratado de destruir.
El ascenso de Netanyahu y su sector político en los últimos años fue la réplica tardía de todo ese proceso. A mediados de los noventa Netanyahu había hecho una fervorosa campaña mediática para desacreditar a Yitzhak Rabin, el entonces primer ministro israelí que había puesto su firma en los Acuerdos de Oslo, acusándole de ser un nazi que había traicionado al pueblo judío al aliarse con sus enemigos islamistas. El resultado de esta campaña fue que en noviembre de 1995, durante un acto público en favor de la paz, Rabin fue asesinado por un sicario israelí que hasta el día de hoy sigue siendo defendido por la ultraderecha sionista. En las elecciones anticipadas que siguieron al atentado, el líder de ese sector, Netanyahu, ganó por primera vez el cargo de primer ministro, enarbolando la bandera de la seguridad y de la guerra contra los palestinos. Desde entonces la población israelí entró en un bucle creciente de pánico, sintiéndose cada vez más amenazada -al punto de aplaudir con entusiasmo la construcción de un muro descomunal-, y en consecuencia se ha vuelto cada vez más extremista: las escenas de colonos israelíes incendiando viviendas de palestinos en Cisjordania, las manifestaciones xenófobas, las burlas crueles que hoy se difunden de parte de ciudadanos israelíes hacia los palestinos masacrados, todo eso no tiene nada contentos a la mayoría de los judíos de Israel y del resto del mundo. No son pocos quienes recuerdan que fue Netanyahu quien convenció al Congreso de los Estados Unidos de que Irak poseía armas de destrucción masiva -aún cuando los servicios de inteligencia israelíes sabían que eso no era cierto-, para desatar una guerra que a la larga sólo hizo más vulnerable a Israel frente a los grupos fundamentalistas islámicos. También es de conocimiento público que Netanyahu maniobró hábilmente para que una guerra civil en Gaza llevara al poder al grupo político-militar Hamás, en una deriva que convirtió a Gaza en un campo de reclutamiento yihadista.
Ciertamente, Hamás puede ser derrotado militarmente en Gaza, pero eso sólo le va a fortalecer como ideología y como movimiento organizado en toda la región árabe. En una incursión terrestre las FDI perderán a miles de soldados, el costo político para Netanyahu y sus amigos será definitivo, y tras él caerá todo rastro de legitimidad de Joe Biden, Rishi Sunak y Ursula von der Leyen; sin contar con que en apenas dos semanas la ya deteriorada imagen internacional de Israel y de sus partidarios ha sido hecha pedazos. La mayoría de los estadounidenses desaprueba el envío de ayuda militar de Estados Unidos a Israel, y esa actitud negativa sólo refuerza las dudas que ya tenían sobre el apoyo militar y financiero a Ucrania, en circunstancias que las infraestructuras estatales en Estados Unidos están prácticamente colapsando y a duras penas se puede decir que exista algo así como un sistema de salud pública. Por otra parte, el principal activo que en esta guerra tenía Israel, es decir, su despliegue masivo de propaganda y desinformación, no está funcionando: la consistente respuesta de millones de usuarios de redes sociales y la acción de muchos medios independientes consiguieron en pocos días romper el cerco informativo y tecnológico, y debido a esto en los últimos días se han multiplicado en todo el mundo manifestaciones masivas de repudio que recuerdan a las protestas contra la guerra en Irak veinte años antes, e incluso hacen pensar en la movilización internacional contra la guerra en Vietnam en una época ya lejana. Esto quiere decir que Netanyahu está perdiendo la guerra de la información, y el ejemplo más claro de ello es la actual operación propagandística que se está llevando a cabo para acallar las protestas internacionales: veinte camiones con ayuda humanitaria fueron ingresados en Gaza mientras eran grabados en directo por las principales cadenas de televisión, a fin de edulcorar la imagen de Netanyahu como cara visible del genocidio. Comparada con los 600 camiones que atravesaban diariamente el paso de Rafa antes del 7 de octubre, esta “ayuda” es irrisoria, sobre todo considerando que se ha vuelto imposible reportar en tiempo real las atrocidades que las FDI siguen perpetrando en Gaza con la munición regalada por los Estados Unidos. Lo que sí está claro, a la vista de las tensiones explícitas entre Rusia y los Estados Unidos y la reciente movilización de recursos nucleares estratégicos en Siberia y Corea del Norte, es que la continuación del genocidio en Gaza y la inminente incursión terrestre sólo aumentan la posibilidad de que el conflicto escale hacia un enfrentamiento hemisférico generalizado, en cuyo caso es casi imposible que dicha escalada no contemple ataques nucleares tácticos, y posiblemente estratégicos.45
Naturalmente, como ya lo sugerí antes, en este contexto la tarea obvia de cualquier anticapitalista en general, de cualquier comunista en particular, y de cualquier ser humano decente, consiste en tomar parte en la campaña masiva de denuncia del genocidio en Gaza. Esta respuesta hay que verla bajo una luz desacostumbrada: no se trata de una opción equivalente a cualquier otra, sino de una necesidad objetiva tan imperiosa como la de socorrer a alguien que acaba de ser atropellado justo afuera de tu casa. En tal circunstancia, no te sientas a reflexionar sobre lo imprudente que fue esa persona al cruzar la calle en mitad de la cuadra, y no te asomas a la ventana para explicarle a los transeúntes que el accidentado habría hecho mejor en usar el paso de cebra de la esquina. En una situación así lo que haces es actuar lo más rápidamente posible para salvarle la vida, sabiendo que una vez superado el momento más difícil esa persona tendrá tiempo de sobra para aprender la lección, y que incluso podrías impartir talleres comunitarios de educación vial. En nuestra coyuntura, ponerse en acción pasa por asumir hasta qué punto los medios digitales se han convertido en un auténtico campo de batalla. Sin duda los señores de la guerra y del capital preferirían que hoy día un genocidio en Medio Oriente fuera tan invisible como el que perpetraron en Irak en 2003, pero dado que internet se desarrolló del modo en que lo ha hecho, hoy no tienen más remedio que desplegar en el campo digital una batalla encarnizada, convirtiendo a internet en una extensión del terreno donde despliegan sus operaciones militares. En este campo de batalla todas las acciones personales se suman ya sea a los efectos masivos de falsificación, de develamiento, de persuasión o de resistencia, y la consecuencia inmediatamente visible de esta batalla es que cientos de miles de personas se han manifestado en las calles de todo el mundo, y los gobiernos pro-israelíes han sido impotentes en detener la marea de protestas. Esto no ha bastado para detener el genocidio, pero sin esta primera irrupción masiva sería imposible pensar en ninguna escalada de movilizaciones que llegue a influir en ese sentido, y que suscite resistencias multifocales.
Tal como argumenté anteriormente, todos nuestros esfuerzos deberían ir dirigidos ahora a incrementar la presión política, diplomática y comercial sobre la entidad sionista de Israel, a fin de forzar su retirada de Gaza. Aún cuando sepamos que la administración de Netanyahu no tiene ningún motivo para retroceder, debemos exigir su retirada de Gaza simplemente porque eso es lo correcto en términos humanitarios, políticos y sociales. Si esto implica que circunstancialmente respaldemos los llamamientos genéricos en favor del pueblo palestino, sin especificar el contenido de clase de su resistencia, esto no debería disuadirnos. Cuando la gente defiende a “el pueblo palestino” sabe perfectamente que, como cualquier otro pueblo, es uno en el que conviven explotados y explotadores, y el hecho de que se lo recordemos en medio de la emergencia no va a hacer que se vuelvan más anticapitalistas de lo que ya eran, o no eran. Es un error partir siempre del supuesto de que la gente es estúpida o ignorante, y que debemos enseñarles cómo son las cosas en realidad.
Por supuesto, mientras agitamos contra el genocidio en Gaza nada nos impide incluir consideraciones sobre el conflicto de clases que atraviesa a Palestina, y nada nos obliga a guardar silencio sobre el papel reaccionario de la Autoridad Palestina, de Hamás, o de cualquier otra dirigencia política. Lo que está en discusión es la pertinencia táctica de tales denuncias. Esto no es un problema de principios, sino un problema práctico: en el instante en que denuncias a los dirigentes político-militares de la resistencia palestina, inevitablemente abres una discusión sobre quién es quién en ese campo, porque en el terreno del discurso público todos tienen derecho a saber de qué se está hablando exactamente, a exigir explicaciones sobre a quién se condena, y a refutar lo que sea basándose en sus propias premisas políticas. Esto significa que si en medio de un genocidio publicas un texto denunciando a los líderes de la resistencia palestina por su “autoritarismo” o por cualquier otro motivo, lo que estás haciendo es abrir una discusión que simplemente te desviará del objetivo prioritario que es detener el genocidio cuanto antes. La única consecuencia que eso tendrá es que serás marginado de la discusión principal, transmitiéndole a las personas involucradas en la lucha la idea de que ser comunista es algo que inevitablemente te convierte en un outsider. Desde luego, hay gente que ama ser outsider y antepondrá esa afición a cualquier posibilidad de influir efectivamente en el curso de los acontecimientos, pero un comunista serio debería tener la suficiente agilidad táctica como para participar en las luchas existentes de modo tal que esa misma participación haga surgir un terreno en común en el que pueda plantear discusiones más avanzadas.
Enfoquemos el asunto con mayor precisión: hasta el 7 de octubre muy poca gente sabía realmente qué es Hamás, incluso entre quienes tienen alguna idea de lo que sucede en Palestina. Explicarle a esa gente que Hamás es una fuerza político-militar fundamentalista islámica que gobierna Gaza por la fuerza y que atacó a Israel sabiendo que la respuesta sería brutal, está muy bien. Hacerles saber que Hamás considera a la población civil palestina de Gaza como corderos para el sacrificio en nombre de la guerra santa, también es útil si de lo que se trata es de que la gente entienda mejor el contexto de lo que está pasando allá. Pero centrar un comentario o un análisis en condenar de forma vaga y genérica a los grupos militares de la resistencia palestina por ser “leninistas”, “autoritarios” y… ¡por usar la violencia armada!… eso ya es otra cosa. Si planteas tal discusión en medio de una campaña internacional espontánea encaminada a frenar el genocidio en Gaza, lo que estás haciendo es plantear una discusión en la que potencialmente se enfrenten partidarios y detractores de organizaciones tan diversas como la Sala de Operaciones Conjuntas46, el Foso de los Leones47, las Brigadas Al-Quds48, la Brigada de los mártires de al Aqsa49, las Brigadas Al Nasser Salah al-Din50, las Fuerzas de Omar Al-Qasim51, las Brigadas Abu Ali Mustafa52, las Brigadas Mártir Izz El Din Al-Qassam53 y las Unidades Night Riot.54 Esa discusión, que inevitablemente es política, ideológica y teórica, por interesante que pueda resultarle a los militantes más comprometidos e informados, sólo introducirá ruido inútil y distractor en un movimiento de masas que tiene un objetivo muy preciso y que no va a participar en esa discusión si ve que no tiene ningún efecto práctico en lo que más importa, que es detener la masacre. Por cierto, es difícil distinguir entre la agitación política de masas y la discusión teórica partidaria cuando ambas cosas discurren indiscriminadamente por los mismos canales de información, y aún no está nada claro si ese efecto del informalismo político contribuye a una democratización de la teoría radical, o simplemente incrementa la confusión e indiferenciación generalizada que brota de los medios digitales.
Yendo un poco más lejos: si la denuncia abstracta del “militarismo”, del “autoritarismo” y del “leninismo” parece simplemente inoportuna e inoperante; aprovechar la coyuntura para darse el gusto de enseñarle al público ignorante que “Palestina es igual de capitalista e imperialista que Israel”,55 nos recuerda algo peor: el gesto oportunista y arrogante de alguien que en vez de ayudar a una persona recién atropellada se retira vociferando que ya sabía que eso iba a pasar porque el sistema vial es fruto del capitalismo. Ahora, si eso parece cuestionable, aprovechar el momento para explicarnos por qué sería un error oponernos al sionismo,56 es algo que se acerca mucho más a tomar partido por los genocidas. No por el refinado contenido intelectual de esas opiniones, sino por el hecho de que son difundidas dentro de una circunstancia precisa en la que tendrán un determinado efecto y no otro.
Puede que esto requiera de una explicación adicional. Hoy está muy extendida la percepción de que los textos tienen un sentido propio que se agota en ellos mismos y que es independiente de las circunstancias en que son producidos y leídos. Esta creencia es un rasgo esencial de la cultura académica posmoderna, en la que -tal como enseñó Derrida- la hermenéutica no puede nunca realmente concluir y dar paso a la acción transformadora de lo que está fuera del texto. En los ambientes anticapitalistas, esta cultura de la pasividad ilustrada prácticamente se ha convertido en el aire que respiramos, a tal extremo que alguien que se ve a sí mismo como “comunista” puede, a cuatro días de iniciado un genocidio sionista en Gaza, publicar un texto en el que se exculpa al sionismo, y hacerlo totalmente convencido de que actuó de forma intachable. Necesitamos mostrar que esa actitud aparentemente tan inocente nace en realidad de un ethos reaccionario que tiene una historia, que se ha vuelto ubicuo, y que fue implantado con premeditación en nuestra cultura a fin de disuadir la acción política comunista. En contra de ese ethos cínico y distante, necesitamos crear una cultura política en la que no sea posible adoptar una posición de neutralidad, incluso de apoyo encubierto a los opresores, fingiendo que eso forma parte de una radicalidad demasiado sui generis como para poder ser comprendida por cualquiera. El comunismo no es un movimiento de intelectuales sabihondos que flotan por sobre las urgencias prácticas y políticas inmediatas de la lucha de los oprimidos.
Producir un movimiento comunista requiere sin duda crear una cultura intelectual de resistencia, que sea crítica y creativa. Pero esto no puede reducirse al mero ejercicio de adquirir libros, leer, usar el tiempo personal para reflexionar, escribir y discutir. Estas prácticas por sí mismas no constituyen una militancia revolucionaria. En una cultura militante las elaboraciones intelectuales son un aspecto de algo que las trasciende y las sostiene: la lucha colectiva organizada de gente que sabe perfectamente bien que su liberación no es un problema académico.
Lenin observó que “hay décadas en que no pasa nada, y hay semanas en que pasan décadas”. Estas dos últimas han sido ese tipo de semanas, en las que las cuestiones fundamentales del período actual se plantean de forma ineludible. Los anticapitalistas que hoy afirman posiciones de crítica radical y que han aprendido a reconocer el valor de una teoría precisa, han tenido mucho tiempo para organizarse y crear medios de información y de educación capaces de instalar socialmente su verdad, pero en vez de eso se han conformado a menudo con crear minúsculas agrupaciones sectarias sin ninguna capacidad de influencia masiva. Cuando no han seguido ese camino, han optado en general por un tipo de acción basada en blogs individuales e iniciativas “hazlo tú mismo”, en un quehacer donde lo político se reduce estrictamente a lo personal. Esta combinación de sectarismo light e individualismo ha hecho que la perspectiva comunista casi no tenga relevancia social y esté a años luz de ejercer alguna influencia en el discurso público de masas, sin contar con que dentro de su ámbito aparecen con cierta frecuencia expresiones ideológicas que no se sabe si son partidarias del comunismo, de un fascismo estetizado, del sionismo, o de quién sabe qué. Desde ese lugar es fácil tener la sensación de que la gente común no entiende nada y que ser revolucionario significa enseñarle cuán equivocadas son sus prácticas espontáneas de lucha. Sólo los arribistas no encuentran ridícula esa petulancia.
Estos quince días le han mostrado a millones de personas, de forma lacerante, que el capitalismo incluye como parte de su funcionamiento normal el apartheid, el colonialismo, la guerra, el racismo, la mentira organizada, la explotación y el asesinato en masa. A quienes leen entre líneas el momento, les muestra que la aparente omnipotencia de los poderosos no es más que un espejismo proyectado con medios tecnológicos envolventes sobre todo el resto de nosotros, y que sus propias maniobras pueden hundirles con la misma facilidad con que les encumbraron.
La actual crisis en Medio Oriente podría desembocar en cuestión de semanas en una hecatombe nuclear que borre la civilización humana de un plumazo; o bien debilitar las ya declinantes fuerzas del capitalismo demoliberal, abriendo renovadas posibilidades a la insurgencia global. Si se da el segundo caso, esta coyuntura le plantea a los comunistas cuestiones que no podrán eludir y de las que tendrán que ocuparse por mucho tiempo, de aquí en adelante: cómo aportar a la construción de una fuerza colectiva, proletaria, que sea social y políticamente significativa, que sepa dotarse de medios para influir a escala masiva, con un fuerte sentido de orientación táctica y estratégica, haciendo que la teoría comunista se convierta en una fuerza material operativa a través de organizaciones creadas expresamente con ese fin.
Las tensiones geopolíticas acumuladas, el colapso ecoclimático y los desarrollos tecnológicos en curso nos están aproximando vertiginosamente a la “tormenta perfecta”: en los próximos años se va a decidir todo, y nada podría alejarnos más de la emancipación que reclamamos, que la fe ingenua en que no es necesario hacer nada porque el comunismo brotará espontánea e inevitablemente de todo ello.
@bolchebeat
Notas
1 El radicalismo abstracto es una actitud ideológica y política que ha crecido en la última década en torno a una red difusa de pequeños grupos e individuos que profesan un tipo singular de anarquismo, afín a la izquierda anti-bolchevique (comunistas de consejos), a la teoría de la comunización, y a la llamada “nueva crítica del valor”. No todos los que están en ese campo promueven el radicalismo abstracto, pero todos los que lo promueven sí están dentro de él. Mi crítica se refiere no tanto a sus fuentes teóricas en sí mismas (algunas de ellas ligadas a tradiciones militantes robustas) como al efecto que han tenido sobre una parte de la actual generación de anticapitalistas. Si describo esa actitud como una “burbuja” es porque conozco ese campo y entiendo su evolución en las últimas décadas: yo mismo contribuí durante un período a darle forma, estudiando sus fuentes, traduciendo textos y polemizando en su interior. Ahora bien, lejos de atrincherarme en una posición que en los últimos años he criticado como sectaria e inmovilizante, estoy intentando asumir los desafíos políticos planteados por la acelerada crisis de nuestro tiempo, tomando distancia de una teoría política que ha demostrado no tener mucho que ofrecer en relación con esos desafíos prácticos. Quienes sospechen en ello una renegación, harían bien en aprender que los revolucionarios a menudo deben hacer saltar las formas exteriores de su adhesión al comunismo, para poder revitalizar y fortalecer su contenido. A la inversa, quienes se atrincheran en formas ineficaces sólo porque les brindan la calma existencial de una identidad tribal o de una carrera académica, sólo renuncian al contenido de la praxis revolucionaria, que es siempre una lucha situada en el terreno real del dinamismo histórico.
2 Algunos ex miembros de una secta anarco-comunista hoy extinta, han aprovechado esta frase para acusarme de haberme vuelto “duginista” y de “fascistizar a la izquierda” esparciendo discursos reaccionarios. Tomaría un ensayo completo analizar la propensión fetichista de quienes le atribuyen tal poderío a las palabras, de modo que acá me limitaré a señalar únicamente esto: la idea de Dugin de que desde la caída de la URSS existiría un “choque entre un bloque agresivo unipolar y otro defensivo multipolar”, efectivamente se ha vuelto una idea canónica entre un sector más o menos amplio de la izquierda anti-imperialista. Por supuesto, se trata de una imagen que hasta cierto punto mistifica la vocación imperialista de todo polo de acumulación de capital importante, como es el caso de China y de Rusia hoy, en particular. Digo “hasta cierto punto” porque el concepto se vincula estrechamente con la noción de “siete imperios” del propio Dugin, que admite y propone la coexistencia “diplomática” de siete grandes polos geopolíticos coincidentes con las diversas áreas continentales: un imperialismo asumido y atemperado, se podría decir, al menos en el plano ideológico. Como sea, utilizar la expresión no equivale a defenderla, y no ponerla en discusión acá tampoco significa que no me parezca discutible. Simplemente estoy haciendo referencia al discurso de aquellos a quienes va dirigido mi análisis: la gente de izquierda, y entre ellos especialmente la que tiene convicciones anti-imperialistas. Llegado el momento, y con el espacio suficiente, tendremos tiempo para discutir en detalle la noción de multipolarismo, y otras ideas afines. (Nota añadida el 29/10/2023)
3 Pablo Jimenez Cea, Sobre la guerra Israel – Hamás en una perspectiva crítico-radical, 8/10/2023.
4 Ibid.
5 Al-Fatah: una organización político-militar socialista y laica, que en los años 60 impulsó una coalición amplia que desde entonces coordina a diversos grupos en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
6 FDLP: Frente Democrático por la Liberación de Palestina, organización político-militar maoísta creada en 1969.
7 FPLP: Frente Popular para la Liberación de Palestina, organización revolucionaria marxista-leninista laica de extrema izquierda fundada en 1967.
8 Las Brigadas de Abu Ali Mustapha son el brazo armado del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP).
9 Balad es un partido político árabe-israelí de carácter nacionalista y democrático, que ocasionalmente ha hecho alianza electoral con otros partidos árabes en Israel, tales como Jadash, Lista Árabe Unida y Ta’al.
10 Việt Cộng: Frente Nacional de Liberación de Vietnam.
11 PLAF: Fuerzas Armadas de Liberación Popular de Vietnam del Sur.
12Pablo Jimenez Cea, Sobre la guerra Israel – Hamás en una perspectiva crítico-radical, 8/10/2023.
13 Pablo Jimenez Cea, Sobre la violencia en una época de catástrofes, 16/10/2023.
14 Ibid.
15 Pablo Jimenez Cea, Sobre la violencia en una época de catástrofes, 16/10/2023.
16 PAVN: Ejército Popular de Vietnam.
17 MACV: Comando de Asistencia Militar de Vietnam.
18 Pablo Jimenez Cea, Sobre la violencia en una época de catástrofes, 16/10/2023.
19 Ibid.
20 Ibid.
21 Ibid.
22 Gilles Dauvé, “El ‘renegado’ Kautsky y su discípulo Lenin”, en Capitalismo y comunismo, Lazo Ediciones, Rosario, 2020, p. 130.
23 Dimitra Kotouza, Keepsakes: a response to Ray Brassier, en Mute, 28/12,/2014.
24 Robert Kurz, Grey is the golden tree of life, green is theory, en Libcom, 27/12/2014. Hay que hacer notar que este argumento de Kurz, generalmente compartido por los otros exponentes de la “teoría alemana”, tiene un precedente notorio en la teoría que Hannah Arendt expone en su ensayo Verdad y política. Según la concepción platónica de Arendt, existe una relación inversamente proporcional entre ambos términos, dado que mientras la política es el campo de las pasiones, la verdad es el de la contemplación desinteresada y ecuánime. Su conclusión es que es muy poco probable que ambos términos puedan acompañarse de manera fructífera, y que si existe algún lugar en la sociedad donde pueden hallarse elementos de verdad referidos a la política, no puede ser más que ¡en la judicatura, en el periodismo y en las universidades! La praxis política al interior de la lucha de clases no aparece en esta teoría ni remotamente. Dado que Hannah Arendt fue, de entre todos los intelectuales asociados a la Escuela de Frankfurt, la que tuvo lazos más directos con la CIA y el servicio de inteligencia británico en sus esfuerzos por activar un marxismo apolítico y ajeno al movimiento obrero (ver a este respecto los ensayos de Gabriel Rockhill Teoría crítica y teoría revolucionaria y La CIA y el anticomunismo de la Escuela de Frankfurt), sería interesante rastrear la influencia específica de sus ideas en la llamada “nueva crítica del valor” alemana.
25 Mark Fisher, Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, Caja Negra Editora, 2017.
26 Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado, Paidós, 1991.
27 Søren Mau, Compulsión muda, en Freno de emergencia, 3/10/2023.
28 Ray Brassier, La gramática del neoliberalismo, en Freno de emergencia, 13/9/2021.
29 Gabriel Rockhill, Teoría crítica y teoría revolucionaria, en Freno de emergencia, 4/9/2023.
30 Jasper Bernes, Logística, contralogística y perspectiva comunista, en Freno de emergencia, 8/10/2022.
31 Ver, por ejemplo, ME O’Brien, Comunizando los cuidados, en Freno de emergencia, 21/1/2020.
32 Jan Hoff, Marx global. Zur Entwicklung des internationalen Marx-Diskurses seit 1965, Gebundene Ausgabe, Berlin, 2009.
33 Un ejemplo ilustrativo de esto se encuentra en: Pablo Jiménez Cea, Breves apuntes sobre el proceso de contrainsurgencia y reestructuración de la relación social capitalista en Chile (2019-2023), en Nec Plus Ultra, 5/7/2023.
34 Ibid.
35 Pablo Jiménez Cea, Sobre la violencia en una época de catástrofes, en Nec Plus Ultra, 16/10/2023.
36 Pablo Jiménez Cea, Breves apuntes sobre el proceso de contrainsurgencia y reestructuración de la relación social capitalista en Chile (2019-2023), en Nec Plus Ultra, 5/7/2023.
37 Pablo Jiménez Cea, Sobre la violencia en una época de catástrofes, en Nec Plus Ultra, 16/10/2023.
38 Pablo Jiménez Cea, Breves apuntes sobre el proceso de contrainsurgencia y reestructuración de la relación social capitalista en Chile (2019-2023), en Nec Plus Ultra, 5/7/2023.
39 Covid, Climate, Chronic Emergency: Antinomies of the State | Red May 2021, minuto 23:02.
40 Dado que no voy a profundizar aquí en este tema, me limitaré a dejar este enlace a un cierto número de textos referidos a esta cuestión. El lector podrá juzgar por sí mismo.
41 Gabriel Rockhill, Teoría crítica y teoría revolucionaria, en Freno de emergencia, 4/9/2023.
42 Ibid.
43 Historia temporal publicada en el perfil de Instagram de Nec Plus Ultra, el 10/10/2023.
44 Ibid
45 Un ataque nuclear táctico es aquel en que se utiliza un número reducido de ojivas de corto alcance y poder destructivo limitado, en un escenario bélico circunscrito (por ejemplo el territorio en disputa en Ucrania, los países árabes que circundan a Israel, o el mar de Taiwan). Un ataque nuclear estratégico en cambio implica el lanzamiento masivo de proyectiles nucleares de alto poder destructivo, a través de largas distancias intercontinentales, a fin de destruir blancos militares y civiles que son centrales para la potencia enemiga. Hay pocas probabilidades de que un enfrentamiento nuclear táctico no escale rápidamente hacia un enfrentamiento intercontinental generalizado, escenario que en la jerga militar se denomina MAD: Mutual Assured Destruction, destrucción mutua asegurada. Este escenario equivale al fin de la civilización y a la extinción de la humanidad en un plazo relativamente breve.
46 La Sala de Operaciones Conjuntas agrupa las ramas militares de varias organizaciones en Gaza y Jenin, para coordinar sus acciones durante las batallas en terreno. Organiza entrenamientos militares conjuntos anuales y cuenta con armamento de guerra avanzado.
47 El Foso de los Leones es un grupo de resistencia armada sin afiliación política, formada en 2022 por miembros desprendidos de otras organizaciones político-militares. Opera con armamento ligero en los territorios ocupados.
48 Las Brigadas Al-Quds son el brazo armado de la organización Yihad Islámica. Operan en Gaza, en Siria y Líbano.
49 Brigada de los mártires de al-Aqsa: brazo militar de al-Fatah, que opera con independiencia de su liderazgo central. Coordina a varias brigadas específicas, en Cisjordania y Gaza. Usan armamento ligero y cohetes de corto alcance.
50 Brigadas Al Nasser Salah al-Din son el brazo militar de los Comités de Resistencia Popular, activos en la Franja de Gaza, han realizado acciones conjuntas con Hamás.
51 Fuerzas de Omar Al-Qasim, o Brigadas de Resistencia Nacional: son el ala militar del Frente Democrático por la Liberación de Palestina, de orientación marxista. Se especializan en el uso de cohetes.
52 Las Brigadas Abu Ali Mustafa son el brazo armado del Frente Popular para la Liberación de Palestina, organización marxista-leninista activa en los campamentos de refugiados y en las zonas ocupadas. Utilizan armamento ligero fabricado por ellos mismos.
53 Brigadas Mártir Izz El Din Al-Qassam: ala militar del movimiento Hamás. Operan en los territorios ocupados utilizando armamento pesado, misiles antiaéreos y cohetes antitanques, entre otros.
54 Night Riot son unidades combatientes formadas por jóvenes de los territorios palestinos ocupados en Gaza, Ramallah, Nablus y Cisjordania. No están afiliados a ninguna organización política, utilizan principalmente armamento casero, y se concentran atacar a los colonos sionistas ocupantes. El anterior recuento de organizaciones combatientes en Palestina proviene de la página en Instagram Frontflict.
55 Publicación en Instagram de la cuenta politicaproletaria.
56 Publicación en Instagram de la cuenta Mapas y Huellas.