Publicado en Šum, y en Vast Abrupt. Traducción híbrida.

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Hay una famosa escena en la película Alien en la que el ingeniero Brett, mientras persigue a un gato en la sala de máquinas del navío espacial, inesperadamente se topa con un alienígena. Lo mismo le ocurre a los espectadores, que ven por primera vez a un alien adulto, incluso un poco antes que el personaje, porque la criatura desciende del techo a espaldas de Brett mientras éste mira fijamente a la cámara llamando a Jones, el gato. Creo que nuestra actitud hacia el capital es bastante similar: somos Brett justo antes de darse la vuelta, percibimos algo insoportable y monstruosamente alienígena a nuestras espaldas, y aun así nos comportamos como si sólo estuviéramos persiguiendo a un gato. El capital alien evocado en el título representa lo alienígena, ese octavo pasajero a bordo de una nave espacial tripulada por siete humanos. La economía capitalista con la que estamos bien familiarizados incluye clases sociales, empresarios y trabajadores, bancos y finanzas, etc., y también algo más: algo alienígena.

Hay una metáfora que fue muy apreciada por Marx según la cual en el capitalismo algo sucede a espaldas de quienes participan en él. Podríamos llevar esta metáfora un paso más allá: que el capital haga algo a nuestras espaldas no sólo significa que las consecuencias de la actividad económica capitalista son impredecibles y no necesariamente acordes con las intenciones y expectativas de quienes la llevan a cabo, y no sólo que tanto capitalistas como trabajadores no se dan cuenta plenamente del alcance de lo que están haciendo, sino también que el capital opera según su propia lógica, independiente de las intenciones, deseos y expectativas humanas. El capital nos es ajeno no (sólo) en el sentido de que es una dimensión inconsciente o imprevista de la actividad humana, sino también en el sentido de que es otro actor, el “octavo” pasajero de la economía capitalista: alien.

Intentaré abordar la alienidad del capital desde un ángulo de visión diferente del que subyace al estudio de la economía capitalista, que por lo general pone el foco en los actores e instituciones humanos y en la ganancia (dado que la ganancia es -desde la perspectiva humana- la esencia del capitalismo), lo cual la convierte en una disciplina antropocéntrica y centrada en el beneficio. Ahora bien, en cuanto modificamos aunque sólo sea ligeramente el punto de vista, enfocándonos en la competencia en vez de en la ganancia, experimentamos algo similar a lo que Brett experimenta cuando mira por encima de su hombro: dejamos de perseguir al familiar gato domesticado y, en cambio, empezamos a enfrentarnos a algo radicalmente ajeno a nosotros: es la competencia la que aparece ahora como elemento determinante del funcionamiento del capital, y no ya la ganancia, que el punto de vista antropocéntrico había elevado al centro del análisis al considerarla como la motivación u objetivo central de los ejecutores humanos de la producción capitalista.

La perspectiva orientada a la competencia se orienta simultáneamente hacia el capital, considerándolo ya no (solamente) como resultado de la acción humana (aún cuando esta última esté ideológicamente velada), sino también como una lógica especial de funcionamiento tecnológico y económico que hasta cierto punto saca provecho del trabajo y el intelecto humanos sin depender de ellos (en tanto aparecen como su efecto secundario/imprevisto). Ya no partimos de las prácticas humanas para investigar sus consecuencias imprevistas o no deseadas, sino que tomamos como punto de partida el capital para investigar la forma particular en que hace uso del trabajo y el intelecto humanos. En el siglo XXI esta forma ha ido cambiando debido al desarrollo de máquinas autónomas e inteligencia artificial, en una dirección que las teorías antropocéntricas del capital son incapaces de captar, es decir, en dirección hacia una independencia cada vez mayor del capital respecto de la humanidad. Si la explotación fue el gran problema económico en el siglo XIX, y la regulación lo fue en el siglo XX, el problema del siglo XXI es la redundancia de la humanidad desde la perspectiva del capital, redundancia que se traduce en devastación social (pobreza extrema de más de mil millones de residentes en barrios marginales), [1] y en actividad desbocada del propio capital (automatización industrial, bots financieros, avances en el campo de la IA, robots autónomos y aprendizaje automático).

Plusvalía, productividad, competencia y tecnología

Antes de pasar al nuevo enfoque orientado a la competencia, comencemos, no obstante, con la teoría marxista clásica de la producción capitalista: el proceso capitalista de producción tiene un doble carácter, pues es al mismo tiempo un proceso de producción de determinados bienes y un proceso de creación de valor, [2] es decir, de producción de plusvalía. La producción de plusvalía es la forma social del proceso de producción en el capitalismo. El proceso de producción está subordinado al imperativo del aumento infinito del valor, que (para los partícipes humanos) significa o más bien engendra indiferencia (estructural) hacia lo que se está produciendo. Los empleados y empresarios pueden, por supuesto, estar emocionalmente vinculados a los bienes, incluso pueden haberse esforzado por encontrar empleo en una determinada industria o empresa porque disfrutan produciendo algo, pero si esas actividades no crean plusvalía, la empresa, independientemente de los factores subjetivos, irá a la quiebra. El planteamiento contrario puede producir el mismo resultado: puede que, por un golpe de buena fortuna, consigamos un empleo en una empresa en la que hacemos cosas que nos resultan interesantes y atractivas, pero seguimos trabajando esencialmente para sobrevivir, y cuanto más desesperados estemos menos exigentes seremos y más posibilidades tendremos de realizar cualquier tipo de trabajo. La flexibilidad no es algo que la ideología dominante haya inyectado en nuestro cerebro, es más bien la disposición subjetiva elemental e inevitable en el capitalismo, ya que tanto los capitalistas como los trabajadores son necesariamente indiferentes a los productos y, por tanto, flexibles, dispuestos a hacer cualquier cosa.

Aunque los resultados de la producción capitalista se destinen al consumo, en parte cotidiano y en parte capitalista (las empresas compran y utilizan maquinaria, instrumentos financieros, energía eléctrica, telecomunicaciones, etc.), en esta perspectiva el consumo es un momento subordinado del proceso de producción capitalista. El acto de comerciar en el mercado confirma el valor de los productos y permite que los ingresos fluyan hacia la empresa, y la producción capitalista no tiene otro fin que hacer que este flujo sea positivo, que la cantidad final de dinero tras la venta de los productos sea superior a la cantidad invertida inicialmente en materiales, maquinaria y equipos de trabajo (la clásica fórmula básica del capital de Marx: D → D’). El consumo no es más que un mal necesario, un paso molesto pero inevitable en el proceso de creación de valor. La producción en sí no está orientada hacia el consumo, sino hacia el circuito del dinero que aumenta cuantitativamente hasta el infinito (esto si el proceso es exitoso, lo cual no está dado ni garantizado de antemano).

Por otra parte, el consumo, aunque secundario desde la perspectiva de la producción, es sumamente importante en la vida cotidiana, en particular en lo concerniente a comprar y consumir alimentos, ropa, apartamentos, etc. El circuito que define la relación entre la gente común y el capital es el siguiente: dependencia estructural del acceso al dinero → participación en la producción capitalista → consumo cotidiano. En el nivel de la indiferencia, a la gente común le es indiferente cómo se produce algo, el propio proceso de producción (lo esencial es que puedan acceder al dinero) y a los bienes que producen ya sea como trabajadores o como capitalistas; pero al mismo tiempo los bienes en la esfera del consumo no les resultan en absoluto indiferentes (la elección del teléfono móvil, la comida, la ropa, etc. es una parte extremadamente importante de la vida cotidiana). Por su parte, el capital es indiferente a las mercancías, pero no a la forma en que se producen: es sumamente importante que el proceso de producción sea eficaz, rápido, de alto nivel tecnológico y, por tanto, competitivo.

Si tomamos en consideración el proceso capitalista de producción desde las dos perspectivas de clase elementales, la fórmula de Snoop Doggy Dogg vale para ambas: Mi mente está puesta en mi dinero y mi dinero está puesto en mi mente. Tanto a los trabajadores como a los capitalistas les importa (más o menos exclusivamente) el dinero, sólo que en formas diferentes: los trabajadores adquieren dinero en forma de salario, mientras que los capitalistas adquieren dinero en forma de beneficios que puedan reinvertir. Para los trabajadores, esta fijación en el dinero es un resultado histórico de la gradual destrucción capitalista de la vida independiente del salario (agricultura autosuficiente, etc.), mientras que para los capitalistas es el resultado del imperativo y la lógica de la competencia. Los capitalistas no acumulan beneficios por codicia personal o fascinación por el dinero (aunque estos son rasgos psicológicos frecuentes de los capitalistas de la vida real). Incluso si un capitalista es psicológicamente una persona buena y modesta, él, a menos que desee quebrar, debe esforzarse para que su empresa tenga la mayor ganancia posible y reinvertirla en la producción, de lo contrario será superado y eliminado por competidores con mejores estrategias comerciales, productos más baratos de mayor calidad y formas de producción más eficientes. A la inversa, si un capitalista fuera lo bastante codicioso como para ceder a la tentación del consumo personal lujoso y usara las ganancias para comprar demasiados cruceros de lujo, jets privados y diamantes, él, como capitalista, estaría en graves problemas, ya que no dispondría de medios suficientes para reinvertir.[3]

Desde la perspectiva del capitalista, el circuito de la relación con el capital es, por tanto: dependencia estructural del dinero → gestión del proceso de producción según el imperativo de la competencia → ganancia, de la que sólo una pequeña parte se destina al consumo personal del capitalista (aunque sea un consumo extremadamente lujoso en comparación con el consumo personal de los empleados regulares) → reinversión de la ganancia en la producción.

La reinversión de las ganancias en la producción adopta sobre todo la forma de investigación, desarrollo e innovación tecnológicos. La razón por la que la tecnología es de gran importancia desde el punto de vista del capital es que la innovación tecnológica representa el medio básico para obtener una ventaja competitiva sobre otros capitalistas o empresas. Para ser más exactos, las empresas individuales obtienen ventajas competitivas aumentando la productividad (y la tecnología desempeña un papel importante en este proceso). El aumento de la productividad significa más productos en un periodo de tiempo determinado y, sobre todo, con unos salarios determinados: si los empleados producen inicialmente 5 artículos al día, y producen 7 artículos después de haber aumentado la productividad, el beneficio de la empresa -dado que los empleados reciben el mismo salario- aumenta de forma instantánea, ya que proporcionalmente los costos salariales por artículo producido se reducen. Como los productos fabricados de manera más productiva son más baratos desde el punto de vista de los costes, la empresa puede venderlos por debajo del precio de mercado y obtener así una ventaja competitiva, y al ser capaz de fabricarlos más rápidamente que otras empresas, puede colocar más productos a disposición de los compradores, aumentando así su cuota de mercado.

La productividad también puede aumentar sin recurrir a la tecnología, por ejemplo utilizando diversas técnicas de organización del proceso de trabajo, motivación psicológica (o intimidación) de los empleados, vigilancia y control de sus movimientos, división del trabajo, etc. Estos medios no carecen en absoluto de importancia, pero son limitados, ya que es imposible (al menos por ahora) “hackear” los rasgos fisiológicos mismos de los trabajadores (“no puedo trabajar más rápido, ¡sólo tengo dos manos!”), lo que significa que hay límites biológicos a la velocidad y resistencia que puedan ostentar. Por otra parte, la tecnología ofrece, en principio, infinitas posibilidades de aumentar la producción: cada máquina puede mejorarse, rehacerse o sustituirse por una nueva generación de máquinas más potentes. El desarrollo tecnológico no está limitado por la lenta e imprevisible evolución biológica. El capital subyuga, entre otras cosas, el cuerpo y la inteligencia humanos, pero éste no es más que el material con el que se encontró, un material que muta según las leyes de la evolución biológica, la cual es, desde la perspectiva del imperativo de una productividad cada vez mayor, demasiado lenta y poco fiable. Por otro lado, el capital saca provecho de las máquinas, cuya evolución es rápida y determinada por el propio capitalismo, y que permiten un aumento rápido, infinito e ilimitado de la productividad, razón por la cual el uso de la tecnología maquínica -bajo la presión de la competencia- es el medio más común y más importante de aumentar la productividad.

La introducción de la tecnología maquínica durante la revolución industrial es la encarnación material de las fuerzas económicas del capital. Una máquina no es una herramienta o un accesorio utilizado por el trabajador, más bien el trabajador es un apéndice de la máquina que dicta el ritmo y la organización de la producción; la supremacía del capital sobre la producción se materializa en el sistema maquínico.[4]

En el moderno proceso de producción capitalista de alta tecnología, el papel de los seres humanos se reduce a proporcionar servicio y mantenimiento a las máquinas. En este punto estamos todavía mucho más cerca de la teoría del capital centrada en la competencia. Las dos perspectivas antropocéntricas del capital corresponden a las dos posiciones de clase elementales en el capitalismo: la posición capitalista y la proletaria. La perspectiva y actitud proletaria hacia el capital es adquirir dinero en forma de salario para la supervivencia o el consumo cotidiano, mientras que la perspectiva capitalista es adquirir dinero en forma de beneficio para reinvertirlo. La perspectiva del capital, sin embargo, es diferente de ambas: es la perspectiva de utilizar tanto a los seres humanos como al dinero para la auto-superación tecnológica infinita. El capital es una cuestión de trabajo y dinero (en forma de salario o beneficio) sólo desde la perspectiva antropocéntrica. Sin embargo, lo crucial desde la perspectiva del capital es la lógica de la competencia que determina la innovación tecnológica infinita, es decir, la dinámica tecnológica que es propia del capitalismo.

Lo que desde la perspectiva humana no es más que acumulación sin sentido de lo mismo (en la fórmula elemental clásica del capital la cantidad inicial de dinero aumenta sólo en cantidad),desde la perspectiva del capital (que no es la misma que la del capitalista y no puede reducirse a ella) consiste en cambios cualitativos e innovación dirigida hacia una eficiencia y productividad cada vez mayores. Acontecimientos tales como la sustitución de las máquinas de vapor por máquinas electrónicas, o la revolución microelectrónica no constituyen solamente aumentos cuantitativos, y en ellos el mecanismo de acumulación y reinversión de beneficios desempeña un papel de mero intermediario: no es ni el objetivo ni la finalidad del proceso. Desde la perspectiva del capitalista, la innovación tecnológica es un medio para alcanzar el objetivo del aumento cuantitativo de los beneficios, mientras que desde la perspectiva del capital (y ésta es la diferencia decisiva entre ambas perspectivas) los beneficios son un medio para alcanzar una innovación tecnológica cualitativa interminable e infinita.

El fetiche del capital

El concepto de capital como alien parece figurar en la teoría de Marx en una especie de estado embrionario, pero los casos en los que el capital actúa como un tercero, una perspectiva alienígena son (al menos a primera vista) ambiguos: por un lado, el capital es caracterizado como un sujeto automático;[5] mientras que, por otro lado, el hecho de que se atribuya capacidades y rasgos autónomos al capital es descrito como fetichismo, por ejemplo cuando la producción industrial crea la ilusión de que el aumento de la fuerza productiva por sobre la suma de todas las fuerzas de trabajo individuales implicadas en el proceso de producción tendría su origen en una cualidad inherente del capital, o cuando las finanzas crean la ilusión de que el dinero tiene la capacidad inherente mística de multiplicarse a sí mismo. Marx advirtió que hay algo autónomo y monstruosamente alienígena en el capital, pero por otro lado rechazó esta premonición como fetichismo. Pero tal vez no se trate de un juego de suma cero (en el sentido de que para preservar la teoría del fetichismo tendríamos que abandonar la hipótesis de la autonomía/alienidad del capital, y viceversa). Quizás la alienidad del capital pueda pensarse más allá de las ilusiones fetichistas sin refutar por ello su existencia ni renunciar a la teoría del fetichismo.

Para este intento resulta crucial la intervención teórica de Ranciére en Leer El Capital. Si las dos intervenciones más conocidas, las de Althusser y Balibar, son bastante escépticas respecto a la teoría del fetichismo y ven en ella -tal como aparece en El Capital- un atavismo o un retorno a la problemática pre-teórica o ideológica, humanista, del joven Marx, un tema que el Marx adulto y científico habría superado; por su parte Ranciére interviene de un modo diferente, o más bien postula exactamente lo contrario. Althusser considera el corte epistemológico de Marx como un abandono de la cuestión del fetichismo, mientras que Ranciére intenta mostrar que dicho corte epistemológico también puede delinearse dentro del propio desarrollo marxiano de la teoría del fetichismo, lo cual significa que es posible desarrollar una teoría anti humanistaa del fetichismo y que el fetichismo no es necesariamente una “causa perdida” humanista. En su intento, Ranciére discute, en vez del famoso pasaje sobre el carácter fetichista de las mercancías en el primer volumen de El Capital, algunos capítulos menos conocidos y menos comentados del tercer volumen, donde muestra que el fetichismo es algo conectado no (sólo) a las mercancías sino al capital, y que todo el problema es mucho más complejo que el mero misterio de las mercancías.

Este es el punto de partida de Ranciére [6]: el fetichismo no es la alienación ni es un proceso antropológico (en el que algo humano se convierte en una cosa), y no es tampoco una ideología como representación de las relaciones económicas. En otras palabras, el fetichismo es un proceso real, no uno imaginario o ideológico, pero al mismo tiempo no se trata de una usurpación del sujeto por parte del objeto, ni de una supremacía de las cosas por sobre los humanos (el marxismo humanista, por otra parte, busca defender a los humanos frente a las cosas). El fetichismo no es algo que las cosas infligen a los humanos, sino una de las dimensiones del propio proceso capitalista de creación de valor. Al explorar formas de capital cada vez más complejas, mediadas y concretas (el método básico de El Capital es partir de conceptos básicos y abstractos para llegar a conceptos cada vez más determinados y concretos, que además se acercan más a la complejidad del capitalismo concreto y real) Marx descubre que a medida que se desarrollan formas más intrincadas de capital, los niveles anteriores se pierden o más bien el proceso (de convertirse en capital) se disuelve en su propio resultado, de lo cual el ejemplo más flagrante es el dinero o capital a interés.

En la superficie de la sociedad capitalista, la forma más compleja del capital, D (→ D → B → proceso de producción → B’ → D’) → D”, donde la D inicial representa el crédito necesario para poner en marcha la producción y D” los tipos de interés (siendo lo que encontramos entre ambas la fórmula clásica del proceso de producción capitalista: inversión inicial, compra de fuerza de trabajo y medios de producción, proceso de producción propiamente dicho, ventas y beneficio), opera de la manera más simple, es decir, como D → D”: como dinero que genera más dinero. Es precisamente el hecho de que el proceso se oculte dentro del resultado lo que constituye el fetichismo. Las formas concretas de aparición del capital son al mismo tiempo las formas de su auto-ocultamiento,[7] y a medida que las formas del capital se hacen más complejas y desarrolladas, el proceso se difumina y parecen ser cada vez más simples. La forma más concreta, compleja y mediada del capital, es decir, el capital que devenga intereses, también parece ser su forma más abstracta, simple y no mediada, y se fetichiza al máximo. El proceso que determina estas formas de aparición del capital se difumina, desaparece el vínculo entre el capital a interés y las relaciones de producción capitalistas determinantes; la relación de capital se expresa de una determinada forma, pero al mismo tiempo esta misma forma la oculta. Lo que queda de las relaciones de producción capitalistas en el nivel superficial de las finanzas son sólo sumas de dinero que aumentan cuantitativamente; el vínculo entre las finanzas y la producción capitalista no es visible a simple vista. Este modo de entender la autonomía/alienidad del capital es fetichista, y sólo una delgada línea la separa de las teorías de la conspiración que postulan un complot de los banqueros en contra de los trabajadores, o de las reacciones antisemitas frente al poder demoníaco del dinero/las finanzas.

La alienidad del capital puede entenderse de otra manera, y es esta comprensión diferente de la autonomía del capital con la que tropieza Ranciére cuando intenta salvar la teoría del fetichismo de las interpretaciones humanistas/antropológicas. “El devenir alienado en cuestión no señala aquí la exteriorización de los predicados de un sujeto en una entidad ajena, sino que designa lo que deviene de las relaciones del capital en la forma más mediada del proceso”.[8]

La premisa básica de la crítica de Ranciére a las teorías humanistas del fetichismo es que ven a este último como una relación entre las personas y las cosas. De hecho, el problema con la teoría de la alienación no es realmente que sea humanista, sino que ella misma es fetichista. Si el fetichismo significa que, por ejemplo, la productividad y la rentabilidad/generación de intereses actúan como características intrínsecas pseudo-naturales del capital, entonces las teorías que consideran estas características intrínsecas como algo que habría sido arrebatado a los seres humanos pasando a ser propiedad de las cosas siguen formando parte de la problemática fetichista.

La diferencia entre la teoría de la alienación tal como la plantea el joven Marx y la teoría del fetichismo en El Capital es (según Ranciére) la siguiente: en el joven Marx el sujeto (humano) se convierte en objeto de su propio objeto y la alienación es una relación entre una persona y una cosa. En la teoría del fetichismo el sujeto ya no está separado de sí mismo, sus predicados ya no pasan a una cosa ajena; en cambio, es la forma misma del capital la que se aliena de la relación de capital que expresa: el proceso se desvanece en su resultado. Lo que se “objetiva” o “cosifica” en todo esto no son los predicados del sujeto, sino las propias relaciones de producción capitalistas. Así es como el capital-en tanto-cosa usurpa la función de fuerza motriz del proceso capitalista. Las características misteriosas y místicas que adquiere el capital en tanto cosa no son rasgos del sujeto que le hayan sido transmitidas o arrebatadas, sino que son las relaciones de producción capitalistas mismas. Mientras que en el joven Marx el sujeto pierde su predicado en el objeto y el objeto se convierte así en sujeto, en la teoría del fetichismo los determinantes de las relaciones de producción capitalistas se reducen a características de una cosa, y por eso el resultado, en el que el proceso ha desaparecido, aparece como un inquietante sujeto automático. El fetichismo no es una obra de teatro en la que intervienen un sujeto y un objeto, una persona y una cosa, sino un proceso inherente al propio capital: las relaciones determinantes se ocultan en la forma de apariencia del capital y actúan como sus rasgos inherentes.

Aunque la relación de producción del capital (y no una relación entre personas, por ejemplo una relación de clase, ni entre personas y cosas, como en las teorías de la alienación) esté fetichizada y mistificada, es sin embargo la principal fuerza motriz de la producción capitalista. El esquema más elemental de Ranciére sobre el funcionamiento de la producción capitalista es:[9]

trabajo pasado ↔ trabajo vivo (función objetiva),

capital (↔) fuerza de trabajo,

capitalista ↔ trabajador (función subjetiva),

donde la relación más importante es la intermedia. La función objetiva del capital es la transformación de las ganancias pasadas en nuevas ganancias, mientras que la función subjetiva del capital es el capitalista (como máscara de carácter del capital). La función objetiva de la fuerza de trabajo es el trabajo vivo, mientras que la función subjetiva de la fuerza de trabajo es su pilar humano, el propio trabajador. La relación de producción, la relación entre capital y fuerza de trabajo, es la que produce tanto la función subjetiva como la función objetiva de la producción capitalista. La producción capitalista no es el escenario de un encuentro (alienante) entre el sujeto y el objeto, ya que lo que realmente tiene lugar es un encuentro entre funciones objetivas (el trabajo pasado en forma de capital constante forma una conexión con el trabajo vivo) o subjetivas (el capitalista contrata trabajadores y comanda el proceso de producción) de la relación de capital.

La alienidad del capital no es alienación. La relación de capital es lo real, es decir, lo alien no humano, el octavo pasajero, y no algo humano que nos fue arrebatado/alienado. Si por sujeto automático entendemos relación de capital, podemos conservar simultáneamente la teoría del fetichismo y de la autonomía real del capital. La fuerza motriz ya no es el capital-como-cosa-con-características-místicas, sino la propia relación de capital que aparece como una característica tanto de las cosas (la productividad o la capacidad de auto-incrementar las sumas de dinero) como de los seres humanos (por ejemplo, la diligencia o el espíritu empresarial), pero que no puede reducirse ni a la función objetiva ni a la subjetiva de la relación de capital.

Subsunción real de la producción y autonomía real del capital

El concepto de subsunción real de Marx[10] denota una apropiación y un sometimiento reales y completos de la producción al capital. Al principio (históricamente hablando) la subsunción es sólo formal, es decir, el capitalista se convierte en propietario privado de la “empresa” (o más bien del taller) y en el empleador oficial de los asalariados. Como tal, también es propietario privado de los productos y de los ingresos por ventas, pero aún no influye en el proceso de trabajo, que en el capitalismo temprano sigue siendo tradicional, artesanal. La relación del capital con la producción es externa o formal (las relaciones jurídicas de propiedad cambian, pero no la forma en que se realiza el trabajo). La subsunción real, en cambio, es una transformación de las propias técnicas de producción y de las tecnologías a la medida del capitalismo, adaptadas a él. La relación del capital con el proceso de producción en el capitalismo moderno es interna: la maquinaria industrial y las incesantes innovaciones tecnológicas funcionan como una materialización, una encarnación del imperativo de la competencia.

La subsunción real de la producción que comienza con la revolución industrial se desarrolla a diferente velocidad en los distintos ámbitos. Al principio, las máquinas se utilizan más fácilmente para sustituir y disciplinar al artesanado y al trabajo manual, y es más difícil aplicar su uso a las actividades intelectuales, por lo que la subsunción real de las actividades intelectuales no comienza hasta mucho más tarde, en la segunda mitad del siglo XX con la invención de los ordenadores. Con este proceso, que volveremos a considerar más adelante en el texto, las máquinas se convierten en una encarnación material, determinada por la competencia, no sólo de las funciones motrices del capital, sino también de sus funciones intelectuales.

Sin embargo, para que la “ley coercitiva de la competencia” determine algo, primero la competencia debe existir y ser posible como relación tecno-económica. A diferencia de muchas teorías del capitalismo y el capital orientadas a la ganancia (Braudel sería quizá el mejor ejemplo), la perspectiva orientada a la competencia nos ayuda a explicar con mayor precisión no sólo cómo funciona el capital en nuestros días, sino también su excepcionalidad y génesis históricas. En las sociedades europeas pre-capitalistas de principios de la Edad Moderna (siglos XVII-XVIII) ya existían la ganancia y el comercio (tanto local como a largas distancias), así como existían unas finanzas (incluidos sistemas bancarios y las primeras bolsas de valores) extremadamente desarrollados. El dinero también se utilizaba ampliamente, para la recaudación de impuestos y el comercio, así como medio de pago de la artesanía y los servicios, pero aquello no era capitalismo (aunque así podría parecernos si pensáramos que el factor decisivo del capitalismo consistiera en buscar sistemáticamente el beneficio monetario, que en aquella época abundaba tanto en el comercio, sobre todo a larga distancia, como en las finanzas). No había fines estrictamente económicos ni actividades económicas auto-referenciales, la economía no existía como esfera social separada y específica. El comercio, las finanzas y la artesanía se gestionaban políticamente mediante la asignación de privilegios que excluían cualquier posibilidad de competencia (el privilegio de realizar una determinada actividad, por ejemplo importar seda de China, significa exactamente que dicha actividad sólo puede realizarla la empresa a la que se concedió el privilegio de realizarla, y nadie más). Un privilegio significa exclusividad.[11]

Por otra parte, allí los objetivos de las actividades “económicas” son externos a la economía, los beneficios se invierten en el consumo de lujo de la aristocracia o se destinan a fines políticos (desarrollo de tecnología militar, por ejemplo).

El giro histórico, la novedad y particularidad del capitalismo es precisamente la separación entre economía y política, cuya condición política es la destrucción del poder personal y del sistema de privilegios a finales del siglo XVIII y en el siglo XIX.[12]

El resultado de este proceso, es decir, la economía despolitizada, que no tiene fines externos a sí misma y es auto-referencial, permite que surja la competencia (y que ésta se convierta rápidamente, en apenas cien años, en el factor determinante de la economía mundial) y que los beneficios se reinviertan en la economía a través de la innovación tecnológica (que permite obtener aún más ganancias, etc.). La nueva y tentadora ley dominante de la competencia no sólo es independiente de la política, sino que también es inhumana, indiferente a las intenciones y necesidades humanas. El capitalismo desarrollado es un sistema global auto-referencial automatizado, no tiene fines (políticos o de otro tipo) externos a sí mismo y, a diferencia de la economía pre-capitalista, no está orientado a la guerra ni al consumo de lujo ni al consumo ordinario (el consumo es sólo un momento necesario pero secundario y subordinado del proceso de creación de valor).

La competencia también determina la dinámica tecnológica propia del capitalismo y funciona como fuerza determinante de la subsunción real de la producción. Si persistiéramos en la teoría del capitalismo orientada a la ganancia, no podríamos explicar el súbito impulso tecnológico provocado por el capitalismo (antes del siglo XVIII los mercados y las ganancias coexistían pacíficamente con una dinámica tecnológica mucho más lenta y no podemos encontrar nada en ellos que, por sí mismo, desencadenara una aceleración de esta dinámica en el período de la revolución industrial). Pero, al mismo tiempo, la subsunción real, determinada por la competencia, no se detiene en la producción, sino que acaba transformando también los mercados, el dinero y las finanzas. Volveremos sobre la subsunción real del dinero y las finanzas más adelante, pero incluso el uso de las ganancias como medio de competencia (innovación tecnológica con la que las empresas individuales aumentan su productividad y, por tanto, su competitividad) puede entenderse como una subsunción formal de las ganancias. No obstante, éstas siguen siendo ganancias en el sentido tradicional, excedentes en forma monetaria, mientras que en el capitalismo se convierten en un medio subordinado de la dinámica tecno-económica capitalista: no se gastan en consumo personal o en proyectos políticos y militares, sino que se utilizan para financiar continuamente nuevas innovaciones tecnológicas. La relación del capital con los excedentes de dinero sigue siendo en este caso externa (formal), pero éstos ya están subordinados al capital (subsunción), mientras que con los derivados, como veremos, el capital logra también la subsunción real del dinero.

Es ya en este punto (subsunción real de la producción) cuando el funcionamiento de la competencia puede entenderse como autonomía real del capital. La autonomía real (AR) del capital denota una dinámica tecnológica regulada y determinada por la competencia. En la expresión AR tenemos “autonomía” porque esta lógica no es humana, es independiente de las intenciones y/o necesidades humanas, y “real” porque se trata de una autonomía real, no de una ilusión fetichista, no es la atribución de características intrínsecas místicas a las cosas (al dinero o a las máquinas, por ejemplo), sino una descripción de cómo funciona realmente la relación de capital.

Autonomía real del capital significa también que en el proceso de subsunción real el capital reorganiza la producción según principios alienígenas, no humanos. Esto es lo que Camatte llama comunidad material del capital, aquello que partió por separarse de la comunidad humana para luego la domesticarla.[13]

Los capitalistas individuales como máscaras de carácter del capital no están impulsados por la codicia o por alguna otra intención humana o rasgo psicológico, sino que funcionan como portadores domesticados de la función subjetiva del capital, y acumulan ganancias porque se ven presionados por la competencia. Esto no significa que las intenciones subjetivas se sustituyan por intenciones sistémicas o “estructurales”, como si amasar beneficios fuera una coacción sistémica en lugar de un capricho personal de los capitalistas individuales. Si así fuera, esta perspectiva seguiría siendo demasiado antropocéntrica, sólo que la codicia se elevaría al nivel sistémico y, por tanto, se antropomorfizaría, como si el capital fuera un gran Tío Rico, aunque no humano, como si poseyera características e intenciones humanas, tales como la codicia. El capital obtiene ganancias, pero éstos no son el objetivo ni el destino final del proceso de producción capitalista, sino sólo un momento subordinado de su dinámica tecno-económica determinada por la competencia.

En este punto podemos invertir la fórmula básica de Marx del capital D → PP (proceso de producción) → D’ en PP → D → PP’, que se ajusta mucho mejor a la perspectiva del capital. En esta perspectiva, el proceso de producción da como resultado el beneficio, el cual proporciona la posibilidad de mejora, una actualización tecnológica del proceso de producción, y así sucesivamente hasta el infinito. La teoría del capital orientada a la competencia es así tecnocéntrica: el énfasis no está en los mercados y las ganancias (son un momento subordinado del proceso), sino en la dinámica tecnológica competitivamente determinada del capitalismo dentro de la cual se producen cambios cualitativos, es decir, la tecnología existente está siendo sustituida por una tecnología diferente, más productiva y mejorada, mientras que la acumulación cuantitativa de dinero es sólo un proceso intermedio, provisional. La acumulación de beneficios y la actividad humana organizada y disciplinada (trabajo) no son características centrales o determinantes del capitalismo, sino prácticas sociales con las que el capital tropezó inicialmente y comenzó a utilizarlas a su manera: la institución de la ganancia ha servido para financiar innovaciones tecnológicas infinitamente auto-incrementales, mientras que el trabajo y el intelecto humanos han sido inicialmente útiles para diseñar y fabricar estas innovaciones. Sin embargo, podríamos estar entrando en una era en la que el dinero y las finanzas, así como el trabajo humano y el intelecto, se están volviendo, desde el punto de vista del capital, cada vez más engorrosos, inertes y obsoletos y, por tanto, redundantes, una época en que las tecnologías del diseño, la producción y la multiplicación de la innovación tecnológica son inmanentes al propio capital (y no se toman ya prestadas de la humanidad).

Subsunción real de las finanzas (los derivados como dinero)

Como ya hemos señalado, cuando el capital se puso en marcha por primera vez se apropió de las formas existentes de dinero, instituciones financieras y beneficios a fin de generar una dinámica tecnológica determinada por la competencia. El sistema financiero como tal es mucho más antiguo que el capitalismo; el dinero y el comercio mediado por dinero existen desde hace muchos miles de años, los bancos desde hace casi mil, y ya existían en Europa a principios de la Edad Moderna instituciones financieras extremadamente sofisticadas y complejas, e incluso bolsas de valores. Lo especial del capitalismo no es que haya más mercados o más uso del dinero, sino un cambio en cómo se utilizan el dinero y los beneficios: ya no se destinan al consumo político o lujoso de la aristocracia (y más tarde de la burguesía), sino a la dinámica tecnológica capitalista determinada por la competencia (esto también conlleva una marginación sistémica del consumo, lo que no significa que haya menos -el capitalismo es, no obstante, una sociedad de consumo de masas-, sino que su importancia es secundaria, marginal con respecto al imperativo de reinversión incesante de las ganancias).

Con el tiempo, sin embargo, una nueva forma y finalidad de utilizar el dinero (su subsunción formal) empezó a transformar también al dinero y al propio sistema financiero. En una determinada fase del desarrollo del capitalismo -al igual que en la transición de la producción manual a la industrial- las formas pre-capitalistas de dinero y las instituciones financieras tradicionales resultaron anticuadas y demasiado engorrosas para un uso capitalista. Especialmente en las tres últimas décadas del siglo XX, una vez que se desmoronó el sistema de Bretton Woods y fue abolido el patrón oro, y en los procesos de “liberalización financiera”, 200 años después de que tales cambios se produjeran en la industria, comenzó una intensa transformación interna de los sistemas financieros y del propio dinero.

Denominar financiarización a este proceso quizá no sea del todo preciso, ya que el capitalismo siempre ha tenido una importante y pronunciada dimensión financiera. A finales del siglo XX, las finanzas no se volvieron más importantes de lo que eran; por el contrario, empezaron a cambiar precisamente porque ya tenían una importancia crucial para el funcionamiento del capitalismo (las ganancias en forma de dinero nos dan la posibilidad de inversiones tecnológicas determinadas por la competencia, el dinero es un simple “medio” de cada ola de innovaciones tecnológicas), o más bien porque las formas clásicas de dinero y de negocios financieros se hicieron demasiado difíciles de manejar y demasiado lentas respecto de la presión competitiva por la velocidad, movilidad y fluidez del capital.

El proceso decisivo en la transformación interna de las finanzas fue la titulización, con la que el capital puede transferirse rápida y eficazmente de una rama individual a otra. Dado que la rentabilidad de las actividades capitalistas individuales es necesariamente impredecible, todo mecanismo que aumente la movilidad del capital (la posibilidad de retirar capital de una actividad o una rama que resulte no ser rentable o ser insuficientemente rentable para invertirlo en otro lugar) es extremadamente importante. Por ejemplo, la propiedad de capital en forma física es un medio extremadamente torpe y engorroso de gestión del capital. Si somos propietarios de un gimnasio y, de repente, todo el mundo se aficiona al yoga, nos costará mucho deshacernos de todas esas pesas, bancos y otros activos físicos (como los beneficios en esta actividad son bajos, nadie los comprará). Las acciones (papeles que representan la propiedad de la empresa), sin embargo, son mucho más fáciles de manejar porque vendemos esos documentos (que nos dan derecho a participar en las ganancias) y no los activos en sí. Las acciones son una forma mucho más rápida y flexible a la hora de transferir capital (es imposible vender el 20 % de un banco de trabajo, pero podemos vender el 20 % de las acciones de una empresa). Las acciones y la bolsa son desde hace tiempo una forma básica de titulización, es decir, de desarrollar instrumentos financieros mediante los cuales gestionar el riesgo de inversión y proporcionar movilidad al capital.

Aún más importante es la segunda forma de titulización, más avanzada, característica del periodo que se inicia en los años 80, la cual permite intercambiar flujos de rendimientos monetarios y de riesgo sin que haya una transferencia de activos propiamente tal. Si las acciones distinguen entre activos físicos y capital (no poseemos directamente medios de producción como tales, sino una fracción de una empresa como unidad abstracta e intercambiable para la producción de beneficios), las nuevas formas de titulización provocaron una “desmaterialización” adicional o una “abstraización” del capital, pues ya no se trata de comerciar con activos de cualquier tipo, sino de apostar por la rentabilidad y el riesgo de determinados flujos de dinero (que no son necesariamente los beneficios de la empresa en su conjunto, sino cualquier flujo de dinero, ya sea la tasa de éxito de un determinado departamento, o actividades dentro de tal o cual empresa, o cambios en el precio de tal o cual mercancía o divisa, etc.). Los nuevos instrumentos financieros generan beneficios si aumenta el flujo de dinero al que están vinculados. Además, pueden combinarse libremente, lo que confiere al capital en forma financiera una liquidez y una movilidad considerablemente mayores.

Las acciones suavizan las diferencias concretas entre empresas individuales. En el plano concreto, una empresa produce balones de baloncesto, mientras que otra produce guardabarros para bicicletas: difieren cualitativamente, pero desde el punto de vista de un agente de bolsa no son más que fuentes de beneficios cualitativamente idénticas (la única diferencia es cuantitativa, es decir, lo rentables que son). En esta perspectiva y en esta fase de desarrollo de las finanzas, las empresas actúan como fuentes de ganancias (cuantitativamente) diferentes, entre las que transferimos activos a través de la bolsa. Esto confiere al capital un cierto nivel de abstracción, pero en mucha menor medida que los actuales valores compuestos que permiten combinar, por ejemplo, apuestas sobre el crecimiento de la productividad en una fábrica de automóviles, sobre el riesgo de los préstamos inmobiliarios pendientes en EEUU, y sobre la evolución del precio de la plata en el mercado mundial. Una vez que el capital se desvincula de los activos y desarrolla la posibilidad de combinar diferentes flujos de rendimientos monetarios, se vuelve mucho más “realmente abstracto” de lo que era cuando los bancos y las bolsas eran las únicas instituciones financieras.[14]

En el moderno proceso de titulización, los instrumentos financieros derivados o simplemente “derivados”, tienen una importancia crucial. No sólo son innovaciones financieras, sino que también representan una nueva forma de conectar la industria con las finanzas. A medida que cada flujo monetario se convierte en un objeto potencial de apuestas financieras y en una fuente de ganancias bursátiles, aumenta la presión competitiva no sólo sobre las empresas individuales, sino también sobre cada actividad o flujo monetario dentro de ellas. Cada fragmento de una empresa, cada actividad individual se hace “visible” para la incesante e infinita (e)valuación competitiva financiera que indirectamente da una señal a todo el mercado financiero acerca de la productividad y la eficiencia de una actividad de la que procede un determinado flujo monetario dentro de una empresa, a través de las tendencias de los precios de los instrumentos financieros, derivados de ese mismo flujo monetario. En este sentido, los derivados funcionan como un instrumento de subsunción real de la industria (y de los servicios organizados capitalistamente). Las acciones (o más bien la evolución de sus precios) ya venían funcionando de esta misma manera, pero de una forma que hoy se consideraría lenta y engorrosa, a través de informes trimestrales a los accionistas y sólo a nivel de una empresa individual en su conjunto. Hoy en día, la valoración competitiva tiene lugar en tiempo real, incesantemente (no sólo en turnos trimestrales; la diferencia es similar a la que hay entre el ajedrez o el rummy por un lado y Starcraft por otro) y para cada flujo monetario, no sólo para una empresa en su conjunto. Los derivados (como instrumento financiero, derivados de cualquier flujo monetario) obligan a las empresas a la innovación tecnológica continua, al aumento de la productividad y, por tanto, de la competitividad. Por lo tanto, la fuerza coercitiva y la disciplina de la competencia se intensifican enormemente debido a la posibilidad de medir la eficiencia de todos y cada uno de los flujos monetarios del mundo en tiempo real.[15]

Los derivados por sí mismos no son mercancías ni propiedad (de bienes, activos o dinero), ni son flujos monetarios (como por ejemplo cuando los bancos son propietarios de un determinado préstamo y por tanto tienen derecho a intereses); son instrumentos financieros derivados de flujos monetarios que apuestan por determinadas situaciones (por ejemplo un aumento de los tipos de interés o un cambio en el valor de una determinada divisa). Desde la perspectiva de los capitalistas individuales, los derivados son útiles como forma de seguro contra el riesgo (por ejemplo, un contrato de futuros nos permite comprar bienes en el futuro a un precio que suponemos será favorable en ese momento y es un seguro contra una subida del precio de esos bienes) y, como tales, no son un añadido “irracional” y “malsano” a una industria o un servicio supuestamente racionales y sanos, sino que son completamente funcionales.

A un nivel más básico o sistémico, sin embargo, pueden entenderse como una forma capitalista especial y específica de dinero,[16] que ha ido sustituyendo poco a poco a las engorrosas e inflexibles formas pre-capitalistas de dinero, como el oro. Del mismo modo que en el pasado el capital subyugó y transformó internamente la producción industrial, hoy se está apropiando y transformando internamente la esfera de las finanzas. Tras la abolición del patrón oro y la imposición de tipos de cambio flotantes, impredecibles y caóticos en el mercado monetario mundial, los derivados (es decir, los derivados que brotan de las monedas individuales y su intercambio) se convierten en el nuevo “ancla” del sistema monetario mundial. [17]

Son la nueva forma de “metadinero”, como lo fue en su día el oro, pero no tan fijos/rígidos, sino más bien flexibles: no fijan los tipos de cambio en el mercado monetario, sino que permiten calcular complejas relaciones mutuas de tipos de cambio flotantes, haciéndolos conmensurables, algo que los metales preciosos o el dinero tradicional no pueden hacer. La flexibilidad de los derivados está sincronizada con la dinámica y complejidad de la economía capitalista global: los derivados no sólo son dinero pre-capitalista en manos del capitalismo, sino que constituyen:

Un nuevo tipo de dinero, directamente adecuado a las condiciones específicas de la acumulación de capital en el período actual. Con los derivados, el propio dinero se convierte en la encarnación de la competencia capitalista, porque los derivados encarnan, en su composición, el cómputo competitivo de los valores relativos, incluidas las conversiones entre las distintas formas de dinero existentes. Así, en lugar de ser un instrumento pasivo de los procesos competitivos constituidos fuera del dominio del dinero, los derivados como dinero internalizan el proceso competitivo. En este sentido, los derivados son claramente dinero capitalista, y no sólo dinero dentro del capitalismo.[18]

En pocas palabras, a diferencia del dinero tradicional, los derivados no son dinero que se formó fuera del capitalismo o antes de su llegada y que luego habría sido arrojado al uso capitalista, sino que son una forma de dinero que se ha desarrollado dentro de la economía capitalista y según sus reglas: son la encarnación de la competencia en el nivel de las finanzas, de la misma manera que el sistema de maquinaria industrial es la encarnación de la competencia en el nivel de la producción material. Uno de los obstáculos del dinero tradicional que también es superado por los derivados es que el dinero está determinado por naciones o estados. Los derivados no tienen patria ni amo, y sólo como tales pueden funcionar como encarnación monetaria del proceso competitivo global. Son la primera forma de dinero totalmente despolitizada o plenamente económica. Como tales, los derivados representan el siguiente paso en el proceso de fuga o autonomización del capital, el cual se inició con la aparición de un campo social económico separado y una relación de clase como forma puramente económica de dominación social (que no incluye necesariamente la coerción personal o las jerarquías políticas, sino que también puede establecerse entre personas políticamente libres e iguales), autonomización que denota simultáneamente auto-referencialidad.

Así como las ganancias de la industria se reinvierten en ella en un circuito auto-referencial, los derivados no funcionan como dinero para las compras cotidianas, o mejor dicho, no tienen ninguna finalidad fuera del propio proceso capitalista. Este sería el uso pre-capitalista, mercantilista y consumista del dinero que, efectivamente, sigue presente en el capitalismo, pero no es (ya) el más importante ni determinante. En el capitalismo actual, el papel del dinero como medio de comercio es relativamente poco importante y marginal, ya que el comercio sólo representa aproximadamente la mitad del volumen de negocios anual en los mercados financieros.[19] Lo que es mucho más importante y extenso es el papel de la valorización competitiva, así como permitir y regular el intercambio de divisas y los medios de inversión.

El enorme e infinitamente complejo sistema financiero mundial que tenemos hoy no es una excrecencia irracional de lo que por lo demás sería un capitalismo industrial amable, sano y productivo, sino la imagen de un capital autónomo que rompe cada vez más sus lazos con el consumo y el trabajo y sustituye los factores con los que inicialmente había tropezado por los suyos propios. Todos los análisis (incluso los críticos) del capitalismo como sociedad de consumo, mercantilización, etc. siguen basándose, en primer lugar, en viejos conceptos inadecuados para el capitalismo (concepción pre-capitalista del trabajo, el comercio, el dinero y el consumo) y, en segundo lugar, en la perspectiva antropocéntrica de “qué significa el capital para nosotros”, mientras que lo que hoy es esencial para entender el capital es que cada vez le importamos menos nosotros, nuestro trabajo, nuestro consumo y nuestra angustia existencial. Hoy en día, la mayoría de las actividades financieras son auto-referenciales/autónomas y no tienen ninguna relación con el consumo o el comercio. Al mismo tiempo, las finanzas son la fuerza motriz del sistema capitalista global que tenemos hoy en día, mientras que el consumo en el que utilizamos el dinero tradicional y anticuado es una curiosidad histórica cada vez más marginal.

En el ámbito de las finanzas, los derivados representan una forma líquida y flexible de dinero, cuyo valor no está fijado y determinado de antemano, sino que es sensible a los propios procesos financieros y a los cambios que se producen en relación con ellos. La relación de los derivados como “metadinero” con otras formas tradicionales de dinero (monedas nacionales individuales) es la misma que la que tienen los derivados con los flujos de dinero en la industria: permiten calcular conmensurablemente los valores de otros medios, tanto industriales como financieros. En otras palabras, desde la perspectiva de los derivados no importa si el flujo de dinero del que se derivan es industrial o financiero. En ambos casos operan de la misma manera, como un modo de transformar el capital en algo más abstracto y líquido. Tanto el oro como forma pre-capitalista de dinero como los activos clásicos (incluso en la forma más sofisticada de acciones) son, desde la perspectiva del capital, engorrosos porque están ligados a una especificidad concreta (para funcionar como dinero, el oro debe ser realmente oro, debe extraerse de las minas; los activos o, mejor dicho, la propiedad es siempre propiedad de algo concreto). Los derivados, en cambio, son un medio de igualación abstracta de cosas y actividades que funcionan como capital, lo cual es el papel específicamente capitalista del dinero más allá del comercio y el consumo.

El dinero tradicional, es decir, el que llevamos en el bolsillo, desempeña esta función para las mercancías individuales en el mercado: iguala abstractamente pañuelos, pasajes de avión y pizzas, reduce sus diferencias concretas a diferencias cuantitativas de valor, expresadas en términos de dinero (desde la perspectiva del mercado, pierden sus cualidades concretas y actúan como diferentes sumas de dinero), haciéndolas así conmensurables y universalmente comparables e intercambiables. Los derivados hacen exactamente lo mismo, pero para diferentes formas de capital: industrial, monetario, financiero, etc. Desde la perspectiva de los derivados, las diferentes formas de capital no son más que diversos flujos monetarios que los derivados hacen conmensurables. A diferencia del dinero tradicional, los derivados no son el dinero del comercio, sino el dinero del capital.

…Los derivados financieros son ahora un aspecto fundamental de la competencia entre capitales. La centralidad del capital monetario en todo el proceso de acumulación hace que los derivados disciplinen los términos en los que el resultado de la producción se transforma de nuevo en capital monetario. La disciplina competitiva en la esfera del capital monetario ejerce una presión directa sobre el capital implicado en la producción porque todo el capital, en todas partes, debe ser (y está siendo) comparado activamente para su constante rentabilidad. Esta conmensuración competitiva es lo que hace que los derivados del dinero sean claramente capitalistas.[20]

En otras palabras, los derivados verifican y/o garantizan que un flujo monetario (cualquier flujo monetario) funcione como capital (rinda cantidades crecientes de ganancias y, por tanto, contribuya a la auto-expansión tecnológica) de manera automatizada, fuera de toda supervisión humana. Este papel no puede ser desempeñado por el dinero tradicional o el oro: el dinero tradicional se limita a un contexto nacional y al comercio/consumo y difícilmente, y de manera insuficiente, podría funcionar como dinero del capital, aunque era completamente adecuado y suficiente para su uso pre-capitalista en la banca y el comercio.

El capitalismo temprano se apropió de la moneda tradicional y la utilizó en el proceso de transformación capitalista de los mercados y el comercio (la ya mencionada igualación abstracta de las mercancías, y la posibilidad de desarrollar un valor puramente económico en lugar del sistema anterior en el que los precios se determinaban políticamente mediante negociaciones entre gremios y a través de privilegios de empresas comerciales individuales). Sin embargo, para transformar capitalistamente el propio sistema financiero y sus relaciones con una industria que ya experimentó una subsunción real, el dinero tradicional no basta. Una vez más: no se trata de que hubiese un capitalismo industrial manejable y regulable, y luego sobreviniera un capitalismo financiero desenfrenado e incontrolable cuando la conspiración política neoliberal y los resultados electorales inconvenientes aplastaron el compromiso de clase keynesiano (la interpretación de izquierdas estándar de la historia reciente del capitalismo). Los procesos de subsunción real de la industria y de subsunción real del dinero son inseparables, ya que el dinero del capital también se adapta mejor a la industria del capital. Del mismo modo que la industria capitalista supera la artesanía y las formas manuales de producción y se vuelve autónoma y automática (con lo que trasciende los grilletes que atan la producción al trabajo humano), también los derivados trascienden los límites de las formas tradicionales de dinero y su vínculo con el comercio y el consumo.

Subsunción real de la fuerza de trabajo e inteligencia artificial

Hasta aquí sólo hemos hablado de la subsunción real de la producción y las finanzas, proceso en que las prácticas artesanales se transforman en industria capitalista, mientras que el uso pre-capitalista del dinero es sustituido por los derivados en tanto dinero capitalista. Existe, sin embargo, otro importante campo de subsunción real: la subsunción real del tercer factor de producción junto a los medios de producción y el dinero, es decir, la propia fuerza de trabajo. Antes de continuar, hagamos sólo una observación crítica sobre el concepto de subsunción real. Esta última, al menos semánticamente, supone la apropiación y transformación capitalista de las actividades humanas existentes (subsunción como subordinación). Sin embargo, como muestra claramente la historia tanto de la industria como de las finanzas, esto sólo es cierto en parte. Al principio, el capital se apropia y subyuga métodos de trabajo, comercio y negocios financieros históricamente ya existentes, pero más tarde los sustituye por otros nuevos que no tienen su origen en los antiguos; no representan su continuación o desarrollo, sino un punto de inflexión histórico. Las máquinas industriales no tienen nada en común con las herramientas, ni los derivados con el oro. Al cabo de cierto tiempo, o más bien tan pronto como se dispone de nuevas prácticas, más adecuadas para el capitalismo, el capital descarta el resto de las antiguas.

Esto no es válido exclusivamente para los campos de la tecnología o las finanzas, sino también para la fuerza de trabajo. Por ejemplo, un “puesto de trabajo” o un contrato laboral indefinido es una institución pre-capitalista y absolutista de una época en la que la aristocracia hereditaria empezó a ser sustituida por una casta administrativa, “meritocrática”, especialmente educada y formada por burócratas que no eran (necesariamente) de origen noble.[21]

También en el ámbito de las relaciones laborales, el capital aprovecha inicialmente las prácticas e instituciones existentes (aristocráticas, administrativas o gremiales) y luego comienza a sustituirlas por otras nuevas que son irreductibles a las antiguas: las nuevas formas de empresariado individual independiente, por ejemplo, no sólo son versiones más inseguras, temporales y frágiles del empleo clásico, sino que es la propia naturaleza jurídica de la relación laboral la que se ve alterada.[22]

Sin embargo, en el siglo XXI la relación entre el capital y la fuerza de trabajo no se reduce a la precariedad y a la aparición de nuevas formas de relaciones laborales; el cambio es mucho más radical: la humanidad es cada vez más redundante desde la perspectiva del capital, lo que se hace evidente en los millones de personas que viven en la pobreza absoluta y cuya existencia depende del acceso al dinero, mientras que el capital no tiene ningún interés en ellos. El empleo e incluso el trabajo asalariado han perdido su condición de forma básica y más común de la relación entre la humanidad y el capital, y siguen existiendo sólo en yacimientos relativamente raros protegidos por el Estado. Hoy en día lo fundamental para la mayoría de la humanidad ya no es buscar “trabajo” o empleo, sino buscar dinero de cualquier forma posible: comercio al por menor, servidumbre personal, actividades delictivas, micro-alquileres, trabajo por proyectos, solidaridad familiar y trabajo temporal. Cuanto más abstractos y autónomos, es decir, indiferentes a la humanidad, se vuelven los flujos monetarios del capital, más abstractas e indiferentes a la forma concreta de adquirir dinero (y a las instituciones tradicionales, como el “trabajo”) se vuelven las formas de acceder a ellos.

La humanidad se está volviendo redundante para el capital porque no hay nada en los seres humanos que el capital requiera necesariamente. Las teorías antroponarcisistas clásicas del capital, incluso las marxistas, hacían hincapié en la conexión necesaria entre el valor económico capitalista y el trabajo humano, y al mismo tiempo subestimaban la novedad radical del capitalismo, o más bien presuponían que el capital era exclusivamente una reorganización de la producción humana y no una forma de producción radicalmente nueva y ajena. Esta última sigue siendo una forma de producción, pero no necesariamente tal que necesite o se base en la fuerza de trabajo humana. Lo que el capital necesita es una fuerza de trabajo “des-objetivada” e inteligente, no necesariamente una fuerza de trabajo humana en cuanto tal. Des-objetivada significa flexible, no limitada a tal o cual actividad concreta y capaz de hacer cualquier cosa. En los inicios del capitalismo los humanos fueron indudablemente más útiles que los animales (considerando las posibilidades ya existentes de una fuerza de trabajo con la que el capital tropezó y no creó por sí mismo). Mientras que los animales realizan actividades específicas (los gatos, por ejemplo, pueden cazar ratones y arañar muebles, pero no pueden hacerlo todo), los humanos están universalmente des-especializados debido a su peculiar evolución. La postura erguida libera nuestras manos, que no están especializadas para hacer nada en particular -a diferencia de las pinzas de los cangrejos, especializadas en agarrar y pellizcar, o las pezuñas de los caballos, especializadas en caminar y correr con eficacia- , y que en cambio pueden sujetar, fabricar o utilizar herramientas para hacer cualquier cosa (los simios tienen manos similares, pero las usan para trepar, lo que significa que sus manos no están libres para hacer cualquier cosa, mientras que las manos humanas están libres como resultado de la postura erguida). Debido a esta flexibilidad totalmente biológica y evolutiva, los humanos son la primera opción lógica (tanto en comparación con los animales como en sentido cronológico) como fuerza de trabajo del capital, ya que la producción capitalista es extremadamente dinámica y cambia muy rápidamente, por lo que necesita una fuerza de trabajo adecuadamente flexible y adaptable.

Y eso es todo: el capital nunca ha necesitado a los humanos en la plenitud de su humanidad, sólo ha requerido de su flexibilidad (es decir, su abstracción práctica, el no estar limitados a tal o cual actividad concreta, su potencial para realizar cualquier actividad) y su inteligencia (su capacidad de cognición abstracta, memoria, aprendizaje y comunicación simbólica). Éstas cualidades no son exclusivamente humanas, o más bien: unas criaturas no humanas o bastante flexibles e inteligentes podrían sustituir a los humanos como fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, los humanos no son una fuerza de trabajo ideal para el capital (sólo son lo mejor que encontró inicialmente), de nuevo por razones completamente biológicas: desde la perspectiva del capital, lo problemático no es sólo el envejecimiento, la resistencia limitada y un largo proceso de aprendizaje y formación, sino también la incapacidad humana para cambiar y adaptarse a nivel biológico. Incluso si una determinada actividad fuera más productiva y eficiente si se realizara con ocho manos, un humano (¡Shiva no es un humano!) puede realizarla con sólo dos.

Aunque la mano humana es muy flexible y nos da la posibilidad de hacer cualquier cosa, la mayor limitación de la fuerza de trabajo humana desde la perspectiva del capital es la incapacidad de acelerar y guiar su propia evolución biológica. Esta última es insoportablemente lenta en comparación con la evolución tecnológica. “[Cada vez es] más evidente lo inadecuado que es el ser humano: el ser humano de carne y hueso, un fósil viviente, inmutable en la escala histórica, perfectamente adaptado a las condiciones externas en el momento en que la especie humana triunfaba sobre el mamut, pero ya superado por ellas cuando se le exigió utilizar los músculos para manejar el trirreme”.[24]

La evolución tecnológica es más rápida que la biológica y rápidamente deja de imitarla. Las herramientas primitivas seguían siendo una prolongación del cuerpo humano y una imitación de diversas funciones biológicas, pero ni siquiera los primeros barcos son una mera imitación de las aletas ni los molinos una imitación de los dientes. Esta “autonomización” de la evolución tecnológica es más rápida e inicialmente más evidente en el campo de las funciones motrices (levantar, mover, fabricar cosas), donde el punto de inflexión histórico clave es la revolución industrial y la introducción de la maquinaria industrial (máquinas que ya no son herramientas).

La inteligencia tecnológica comienza a desarrollarse más tarde que la motricidad tecnológica, pero incluso en este campo el nacimiento de los ordenadores supone una ruptura importante. Del mismo modo que las máquinas industriales ya no son una externalización de las funciones motrices del brazo humano en forma de herramienta, los ordenadores interrumpen el desarrollo de las tecnologías intelectuales como externalización de la inteligencia humana y de las funciones cognitivas. Mientras que la tecnología de la escritura, por ejemplo, todavía puede considerarse como una externalización de la memoria humana, los ordenadores realizan muchas operaciones cognitivas diferentes de las de una mente humana. Desde el punto de vista de la revolución industrial en el plano motor, y de la revolución microelectrónica en el plano intelectual, el desarrollo tecnológico ulterior no está limitado ni por el organismo humano ni por la evolución biológica humana.

Al mismo tiempo, la motricidad tecnológica y el intelecto, que antes estaban separados, empiezan a fusionarse en el campo de la robótica. Las máquinas aprenden, se programan y realizan actividades autónomas. Su única gran limitación actual es que no son capaces de reproducirse. Cuando aprendan a hacerlo, “al ser humano no le quedaría más remedio que retirarse al crepúsculo paleontológico”.[25]

Mientras que las máquinas están perfectamente adaptadas al aumento infinito de la productividad y a la auto-superación, la propia estructura biológica de los humanos en relación con la civilización tecnológica del capital es cada vez más pesada. El ser humano tolera mal el calor, el ruido y las toxinas que acompañan a la tecnología, la percibe como una amenaza y como contaminación; por eso desea limitar y frenar el desarrollo de la tecnología y la industria.

Mientras la evolución tecnológica se limitó a la motricidad, fue posible adoptar un cierto esnobismo intelectual antroponarcisista en nuestra relación con las máquinas: el estúpido trabajo muscular lo realizan las máquinas para que los humanos puedan dedicarse mientras tanto a actividades más elevadas y espirituales. En la época de la revolución industrial, muchas máquinas tenían nombres o apodos denigrantes (en Inglaterra, las máquinas de vapor se llamaban a menudo mulas), de forma similar a como se denominaba a los esclavos negros y a los animales domésticos. Esta forma de antroponarcisismo pierde algo de terreno con la invención de los ordenadores, y hoy, en la época del aprendizaje automático y la auto-programación autónoma de los ordenadores, atraviesa una profunda crisis.

Negarse a ver que las máquinas pronto superarán al cerebro humano en las operaciones relacionadas con la memoria y el juicio racional es ser como … el bardo homérico que habría descartado la escritura como un truco mnemotécnico sin futuro. Debemos acostumbrarnos a ser menos inteligentes que el cerebro artificial que hemos producido, del mismo modo que nuestros dientes son menos fuertes que una piedra de molino y nuestra capacidad para volar insignificante comparada con la de un avión a reacción.[26]

La evolución tecnológica rompió las barreras biológicas del cerebro humano, es decir, también del intelecto humano. En este punto, la humanidad se está volviendo redundante no sólo en el sentido social, sino también por la posibilidad de sustituir la fuerza de trabajo humana en el proceso capitalista de producción por máquinas pensantes. Las máquinas de la revolución industrial eran efectivamente flexibles, pero no eran (autónomamente) inteligentes; era posible adaptarlas rápidamente, modificarlas, “hackearlas” o sustituirlas por otras nuevas más eficientes, pero no eran capaces de planificar, realizar y adaptar sus propias actividades. Superaban las limitaciones biológicas humanas en el campo de la motricidad, pero no en el del intelecto. En cambio, las máquinas modernas son cada vez más capaces de realizar también funciones intelectuales autónomas, lo que significa que podrían representar el embrión de una fuerza de trabajo flexible e inteligente que, con el tiempo, sustituirá a la humanidad.

Esto puede parecer excesivamente futurista, pero tomemos un ejemplo sencillo y cotidiano que es completamente común en la economía capitalista actual, es decir, las aplicaciones en los teléfonos móviles. La intervención humana es mínima: un programador contratado escribe el código de una aplicación que ofrece consejos de yoga, pongamos por caso. Unas cuantas personas más se encargan del marketing y la promoción de la aplicación, pero la app hace la mayor parte del trabajo por sí sola: responde a las preguntas de los consumidores, se adapta a las situaciones, recuerda consultas anteriores, etc. Y al final, la empresa obtiene beneficios, por lo que la actividad debe haber sido productiva y aportado plusvalía, lo que significa que nos encontramos ante una situación en que al interior de la actividad económica capitalista en realidad es la aplicación (flexible e inteligente) la que está siendo explotada.

Un factor crucial para entender cómo funciona el capital en nuestro tiempo es su “autonomía real”. Este es un punto en el que incluso los mejores intentos, por ejemplo el de Marx, son ambivalentes, por ejemplo el concepto de subsunción real como una apropiación y subyugación de algo humano (y no un desarrollo autónomo de algo no humano, ajeno que inicialmente aprovecha prácticas e instituciones humanas y material humano) o el concepto de Intelecto General, [27] que es particularmente importante para explorar el intelecto del capital. Marx y los autores post-operaístas, que utilizaron el concepto de Intelecto General en mayor medida, en su mayoría actúan como si lo que se materializa en la tecnología industrial moderna como Intelecto General fuera sólo una especie de intelecto humano materializado y no algo alienígena. El esquema “intelecto humano → materialización en el sistema de maquinaria” sigue siendo sólo una teoría humanista de la alienación que tiene lugar en la relación “predicado del sujeto → materialización en el objeto”. Sin embargo, la subsunción real no es un proceso de apropiación de algo humano a través del capital; es una autonomía real competitivamente determinada del funcionamiento del capital.

El problema del capitalismo no es que se expanda por todas partes y lo “mercantilice todo”, dejando a la gente sin nada porque esta monstruosidad comercial la desposeería de todo. Hoy es cada vez más evidente que el capital rechaza muchas cosas, por ejemplo los “empleos”, las técnicas artesanales de producción y el dinero tradicional. Esto no significa que “quite” algo a la humanidad o que se lo apropie, al contrario: la gente sigue teniendo trabajo (pero en el sector público), sigue utilizando herramientas sencillas (pero como pasatiempo) y sigue comprando con dinero tradicional. Al mismo tiempo, el capital ha ido desarrollando nuevas formas de producción, finanzas y fuerza de trabajo (e intelecto -si las máquinas eran los brazos del capital, actualmente está desarrollando una mente autónoma) de forma cada vez más autovalente, independiente e indiferente respecto de la humanidad y lo humano. Las máquinas de la revolución industrial no eran simplemente herramientas más grandes o compuestas (como extensiones del brazo humano o una apropiación alienante de la destreza manual humana) y lo mismo ocurre hoy con la inteligencia artificial: la IA no es algo que se haya arrebatado al intelecto humano, sino que ha ido evolucionando de forma diferente e independiente de sus reglas y límites.

Lo que el desarrollo de la inteligencia artificial también significa es que el capital puede potencialmente empezar a eliminar no sólo la fuerza de trabajo humana, sino también los mercados; o más bien, es posible que los mercados pronto demuestren ser una institución primitiva e insuficiente que el capital descartará. Podría ser que los mercados fueran sólo una solución temporal al problema de la comunicación rápida y eficiente entre unidades individuales de producción a través de señales cuantitativas de precios que pueden ser sustituidas por sistemas informáticos más eficientes que conecten entidades artificialmente inteligentes. En tal caso, el capital cortaría su conexión final con la humanidad (a través del mercado y el consumo); también podría ser que las preferencias y caprichos de los consumidores no fueran tanto el centro del sistema capitalista, sino simplemente otro obstáculo que el capital superará. Y podría ser que el capitalismo, si tomamos en consideración el proceso de liberación del trabajo, los mercados y el dinero, no se tratara (ya) de economía -no porque “todo es político”-, o más bien que los procesos económicos fueran sólo el entorno en el que nació el capitalismo, un entorno que éste superará para convertirse en plenamente tecnonómico.

Notas

[1] Véase Mike Davis, Planeta de Ciudades Miseria (Akal, 2014).

[2] Michael Heinrich, An Introduction to the Three Volumes of Marx’s Capital (Nueva York: Monthly Review Press, 2012).

[3] Id.

[4] Karl Marx, El Capital: Crítica de la economía política, volumen 1 (Siglo XXI, 1975)

[5] Id.

[6] Jacques Rancière, El concepto de crítica y la crítica de la economía política de los “Manuscritos” de 1844 a El capital. (Noé, 1973)

[7] Id.

[8] Id.

[9] Id.

[10] Karl Marx, Resultados del proceso inmediato de producción. (Siglo XXI, 1971)

[11] Heide Gerstenberger, Impersonal Power: History and Theory of the Bourgeois State, (Leiden: Brill, 2007).

[12] Id.

[13] Jacques Camatte, Capital and Community, (Nueva York: Prism Key Press, 2011).

[14] Dick Bryan y Michael Rafferty, Capitalism with Derivatives: A Political Economy of Financial Derivatives, Capital, and Class (Basingstoke: Palgrave Macmillan, 2006).

[15] Id.

[16] Id.

[17] Id.

[18] Id.

[19] Id.

[20] Id.

[21] Gerstenberger, Impersonal power.

[22] Sergio Bologna, “Nove oblike dela in srednji razredi v postfordistični družbi”, en: Gal Kirn (ed.), Postfordizem, (Liubliana : Mirovni inštitut, 2010).

[23] Véase Frank Fischbach, Brez predmeta ( Liubliana: Krtina, 2012).

[24] Andre Leroi-Gourhan, El gesto y la palabra (Biblioteca De La Universidad Central De Venezuela, 1971).

[25] Id.

[26] Id.

[27] Tony Smith, “The ‘General Intellect’, en The Grundrisse and beyond”, en: Historical materialism, l. 21, no. 4, 2013.