Publicado en humanaesfera. Traducción: L. B. & A. F.

Tiempo de lectura: 55 minutos

PDF


1. Una forma incapaz de frenar la irrupción de contenidos sociales indomables (pero que puede contenerlos dentro de sus límites)

La primera aparición pública de Internet (en los años 90, con la World Wide Web1) generó una serie de circunstancias sociales sin precedentes que el capital, durante décadas, no pudo realmente subsumir en la forma mercancía y en la forma capital. Durante unos veinte años la piratería (de software, conocimiento y arte) fue incontenible y generalizada. Había literalmente miles de medios (foros de discusión, sitios de temáticas específicas…) en los que cualquiera, generalmente bajo seudónimos, podía apropiarse, desarrollar, crear y compartir gratuitamente todo tipo de conocimiento y arte directamente con cualquier ser humano sobre la faz de la tierra que los buscara en internet. Un aspecto de esto fue la poderosa comunidad del software libre que a menudo dictaba el curso de Internet y del software en contra de las empresas, de la mercantilización y del Estado.

La infraestructura física de los primeros tiempos de Internet era una forma material creada y fomentada por una inmensa afluencia de capital de todo el mundo, en una búsqueda frenética de oportunidades prometedoras de acumulación. Un efecto colateral fue la creación de unas condiciones técnicas salvajes, que sentaron las bases, al menos en el plano intelectual y artístico, para la proliferación de contenidos sociales libres, en cuya práctica prevaleció, sin charlatanerías, el principio “de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades”.

Frente a este contenido social, la propiedad privada (y por tanto la extracción de plusvalía) no sólo resultaba inadecuada, sino impracticable. Esto significa que había una subsunción formal al capital (la infraestructura física era propiedad privada y, por lo tanto, se debía pagar por el acceso) pero no había aún una subsunción real (el contenido social que surgía en esta estructura física estaba fuera del alcance del capital). A pesar de que las empresas hicieron continuos esfuerzos por subsumir realmente el contenido, siempre fracasaron. Un ejemplo clásico de esta época fue el proveedor de acceso AOL, con su “jardín amurallado”, el primer intento, completamente fallido, de encerrar a los internautas en “burbujas” que los aíslan del acceso directo a los contenidos disponibles universalmente en Internet. Incapaz de capturar a los internautas en esas burbujas (recintos o vallas digitales) a fin de extraer de ellos ganancias, esa enorme afluencia de capital de todo el mundo convirtió a la propia Internet en una enorme burbuja financiera que estallaría en la década de 2000 (la famosa “burbuja de Internet” o “burbuja punto com”).

Por supuesto, toda esa efervescencia “online” no bastaba en absoluto para superar y abolir la sociedad capitalista, porque eso dependía de la lucha del proletariado, que seguía padeciendo las consecuencias de la derrota de la oleada mundial de 1968. La propiedad privada en el plano “físico” de las condiciones sociales de vida (incluyendo la propia forma de Internet, los medios físicos de conexión, las telecomunicaciones…) seguía intacta, “offline”. A pesar de ello, surgieron relaciones sociales cautivantes que, aún siendo extremadamente marginales (ya que sólo una proporción muy pequeña de la población mundial tenía acceso a ellas), no pudieron ser subsumidas por el capital en su contenido.

Dejando por un momento de lado las ilusiones ideológicas propias de ese período (que no eran pocas), lo cierto es que empezó a ser obvia la idea de que era factible y deseable una sociedad global que funcionara con los mismos principios que la Word Wide Web: una en la que se hubiera abolido, no sólo intelectual y artísticamente, sino “físicamente” la propiedad privada, la mercancía, el capital, las fronteras y el Estado.2 Muchos asumieron que esto sucedería automáticamente, una vez que la separación entre los mundos “online” y “offline” llegara a su fin.3

2. Invocación de fuerzas creativas incontrolables

La efervescencia arrolladora que se desató en ese momento fue objeto de muchas críticas. Se decía que no era más que el fetichismo de la tecnología, o una mera ilusión de liberación “virtual” que nada tenían que ver con la lucha en la verdadera realidad “offline”. Según esos críticos, todo aquello no sería más que una huida de la realidad “cruda e indigesta”, una realidad cuya esencia sería el sacrificio, el dolor y la muerte, y en la que el “valor” se mediría por la abnegación y por el dolor soportado heroicamente con esperanza.

En realidad, la lucha de clases -el movimiento de asociación directa y universal de los proletarios del mundo que afirman sus deseos, desarrollan sus capacidades y luchan por la satisfacción de sus necesidades contra el capital, contra la propiedad privada y el Estado- históricamente nunca se da sobre un fondo vacío y mucho menos fúnebre, ni ocurre como una mera afirmación voluntarista de personas o colectividades esperanzadas frente a una supuesta “realidad brutal”.

Por el contrario, la lucha siempre es el resultado las fuerzas productivas de la especie humana, fuerzas que consisten precisamente en las necesidades y facultades de los seres humanos que se producen y desenvuelven como fines en sí mismos y no como medios para fines ajenos. Esto es lo que pone periódicamente en riesgo la producción y la reproducción del capital que, sin embargo, no puede expandirse sin invocar precisamente a estas fuerzas. Pero las invoca tan sólo para separarlas violentamente con la cuña policial-penal que es la propiedad privada: de un lado, para controlar y formatear estas necesidades (sometiéndolas a una continua escasez, única manera de vender mercancías persistentemente) y, por otro lado, para explotar y extraer plusvalía de dichas capacidades (la continua escasez requiere que constantemente haya que conseguir dinero para comprar, imponiéndole a todos la competencia por vender también continuamente las capacidades humanas -es decir, a uno mismo- al capital en el mercado de trabajo; entonces, se les somete a amenazas de castigo y recompensas, para que se trabaje al máximo, creando productos que serán vendidos para realizar la plusvalía y reproducir de forma ampliada el capital).

En resumen, desde la revolución industrial (siglo XVIII), la expansión del capital no puede llevarse a cabo sin invocar la irrupción de fuerzas productivas, es decir, de capacidades y necesidades humanas, que periódicamente escapan a su control y amenazan con desbordar sus límites, con abolirla y superarla. El capital lucha entonces contra esas mismas fuerzas, para contenerlas y convertirlas en fuerzas destructivas y mortales que anulen, emboten, disminuyan, vampiricen y empobrezcan las facultades y necesidades de la especie humana. Sin embargo, el capital no es otra cosa que esas mismas facultades y necesidades (las propias fuerzas productivas) que se han vuelto contra sí mismas (accidentalmente) para componer un mecanismo (el trabajo muerto, el capital) que se reproduce acumulativamente como si fuera una fuerza autónoma, automática y espontánea de facto, tan irresistible como un fenómeno natural. Este es el trasfondo de la lucha de clases.4

3. Las fuerzas productivas convertidas en fuerzas destructivas: la red reaccionaria

Todo indica que hoy en día Internet ha pasado finalmente de ser una fuerza productiva a una fuerza destructiva. En los últimos diez años, ha quedado claro que casi toda la creación de contenidos sociales que Internet hizo posible ha quedado subsumida en el capital.

La vieja Internet libre y universalista (piratería descarada, foros, sitios web, comunidades de software libre, etc.) ha sido brutalmente vaciada y abandonada, y sus antiguos participantes han sido absorbidos en masa por el molino de las propiedades privadas que, como las “redes sociales” (o “social media”), escarifican los contenidos producidos colectivamente procesándolos con algoritmos y restringiéndolos a espacios virtuales privados, familiaristas o incluso neofeudales (es decir, las llamadas “burbujas”).

Todo hace pensar que se ha producido una captura masiva en una trampa pavloviana5 que, a cambio de estímulos adictivos que colonizan la totalidad del tiempo, impone la exposición constante a la propaganda y la necesidad de pagar dinero si se quiere que algunos contenidos creados sean momentáneamente accesibles a dominios feudales un poco más extensos. Una hipótesis es que la captura en esta trampa pavloviana ha alcanzado una masa crítica en la que, a partir de cierto momento, cualquier persona que esté fuera de ella queda incomunicada, excluida de la vida social e incluso del mercado de trabajo, lo que obliga incluso a los más recalcitrantes a aceptar la captura.

Las “redes sociales” son literalmente redes de reacciones. Son profundamente reaccionarias en su estructura fundamental. A tal punto que cualquier contenido que caiga ahí queda inmediatamente desprovisto de cualquier aspecto universalista y racional, despojado de todo rastro de aportación a la humanidad, siendo obligatoriamente arrastrado y convertido en una más de las infinitas basuras personales desechables que compiten por un eterno “ahora” al que una masa infantilizada, o incluso animalizada, responde pavlovianamente con reacciones emocionales. En estas condiciones, la memoria, la razón y la historia son impracticables y ya no existen, quedando todo reducido a la última polarización emocional sobre tal o cual tema “urgente” de moda. En las redes sociales no queda nada de la riqueza de las expresiones humanas; la única expresión permitida es la propaganda ininterrumpida, ya sea que ésta se refiera a uno mismo, a los productos o a las empresas.

En el periodo inmediatamente previo a esta catástrofe, la lucha por los contenidos libres y abiertos en Internet parecía, sorprendentemente, incluso estar resultando victoriosa, pues casi todas las grandes innovaciones de Internet parecían ir en contra de las empresas.6 Como hemos visto, a diferencia de la propiedad privada, Internet planteó unas circunstancias tales que la libertad de cada uno no entraba en competencia con la libertad de los demás sino que, por el contrario, potenciaba la libertad y la autonomía (es decir, las capacidades y necesidades) de todos, en la medida de la especie humana. Así, por ejemplo, cada persona que aportaba conocimientos, información, etc., sobre un tema determinado, componía con los conocimientos de todos los demás interesados del mundo un saber mucho más rico y profundo, accesible universalmente, o al menos para cualquier persona del mundo con acceso a internet. Esa fue una característica de la misma desde su creación en la década de 1990.

Sin embargo, alrededor de 2006-2010 esta dinámica empezó a recibir el nombre de “economía compartida” o “economía colaborativa”. A partir de ese momento, extrañamente, esas denominaciones empezaron a aparecer en todas partes: empresas, gobiernos, anuncios de cualquier producto, libros de autoayuda. Los más críticos desconfiaban, pero muchos ingenuos se dejaron seducir por la idea de que el “modelo comunista anarquista” de Internet estaba resultando tan superior que las empresas y los gobiernos se adherían a él, lo que cambiaría el mundo en un sentido cooperativo, anticompetitivo o incluso postcapitalista.

De repente, muchos se dieron cuenta, demasiado tarde, de que las “economías colaborativas” que estaban de moda, y que se utilizaban masivamente, eran en realidad empresas, propiedades privadas (como Youtube, Google, Facebook, Twitter, etc.).

Lo que ha pasado es que numerosas empresas con auras visionarias y utópicas (prácticamente todas utilizando software libre y tecnologías de código abierto7 8), y que ocultaban el hecho de ser industrias capitalistas, consiguieron captar e inducir a más y más internautas a generar contenidos para aumentar sus patrimonios privados. Esos internautas no se dieron cuenta de que ya no contribuían a la comunidad de Internet libre, que ya había sido vaciada y sustituida por esas propiedades privadas, cuyo capital fijo son los algoritmos que ordenan las condiciones y relaciones en las que los usuarios se encuentran y acceden al resto de Internet.

A partir de entonces, atrapados en esta trampa pavloviana de la propiedad privada, toda contribución voluntaria ya no potencia la autonomía propia y ajena, sino que, por el contrario, sólo contribuye a acumular más propiedad privada, más dependencia, más escasez, más sometimiento a la clase propietaria.

Y así fue como el capital, después de décadas, encontró por fin la fórmula para convertir Internet en una fuerza destructiva. Destructiva porque niega, embota y empobrece las facultades y necesidades de la especie humana, vampirizadas por el trabajo muerto, por el capital.

A partir de ese momento, con la domesticación definitiva de Internet, la barrera antes firmemente mantenida entre lo “offline” y lo “online” se suspendió casi inmediatamente, provocando que lo “real” y lo “virtual” se hicieran cada vez más indistinguibles.

4. Captura en la forma mercancía y subsunción real de la producción de contenidos al capital

Una de las características más básicas de la informática es la copia exacta de la información a un coste prácticamente nulo.9 Incluso antes de Internet, desde la aparición de los ordenadores digitales, especialmente los PC (ordenadores personales), ya existían redes increíblemente extensas cuyo medio de comunicación consistía en la copia manual, en cintas magnéticas o disquetes, de datos (programas, archivos, libros, imágenes, códigos de programación piratas o gratuitos, etc.) entre usuarios de ordenadores de todo el mundo. Internet, la Word Wide Web, no es más que esta misma red de copia de datos que se hace automática y prácticamente instantánea, mediante estaciones repetidoras de telecomunicaciones -es decir, copiadoras automáticas de datos- que cubren todo el mundo con fibra óptica, cables y radio.

La copia y difusión de la información se convierte así en una comunidad universal en que la copia está disponible de cualquiera a todos y viceversa. Esto tiene lugar casi en tiempo real y puede incluir, por ejemplo, multitud de relatos de sucesos, o los más diversos conocimientos teóricos y prácticos (por ejemplo, cómo arreglar cosas, o incluso construirlas). La multiplicidad de relatos igualmente accesibles a todos quienes los busquen, la variedad de puntos de vista sobre un determinado acontecimiento y tema, permite a cada uno formarse una idea bastante objetiva de ellos y de los acontecimientos que afectan su vida.

De este modo, la transmisión digital de la información ignora el fundamento de la propiedad privada -la escasez- porque la propia transmisión digital en sí es copia, palabra que, no por casualidad, tiene su origen en el latín copia, “abundancia, profusión, plenitud” (formada por co-, “juntos, con, en común” + ops [genitivo: opis], “poder, riqueza, fuerza, recursos”).

Esto, sin embargo, es absolutamente intolerable en una sociedad que se basa en la compraventa constante y que, por tanto, necesita que todos se esfuercen incansablemente debido a la imposición continua de la escasez, de la propiedad privada, como condición absoluta para la supervivencia en la competencia generalizada.

Así que el capital necesitaba desesperadamente crear una interfaz o capa artificial en la red física universal de copias gratuitas que fuese capaz de hacer escasa toda la información, para dificultar su acceso. Había que inyectar artificialmente en el conjunto de Internet un ruido ensordecedor y constante, un muro de entropía contra el que la información apareciese como algo separado, raro, valorado, privado, vendible. Al fin y al cabo, sólo lo que se puede monopolizar tiene un precio, es propiedad privada, mercancía, lo que es igual que decir: tiene el poder de imponer el pago (y, en consecuencia, el trabajo) como condición para su acceso, bajo la protección y garantía de la policía, los tribunales, el Estado.

Por último, esta escasez generalizada de información es principalmente el efecto del vaciado de Internet resultante de la acción de las “redes sociales”, que describimos anteriormente. El internet vaciado es una tierra de nadie, un desierto ocupado por miles de sitios web falsos creados ininterrumpidamente a escala industrial (probablemente por algoritmos, robots) que sólo presentan anuncios y más anuncios, información fraudulenta o incompleta, enlaces engañosos, estafas, trampas para sacar dinero a los internautas, para usar sus procesadores con fines ocultos, para captar información vendible, instalar malware, virus, etc.

A partir de ese momento cada internauta, inmerso en las burbujas algorítmicamente creadas de las redes sociales (creyéndose hasta protegido por ellas), está perpetuamente sometido a una total escasez de información, arrojado artificialmente a un extenso pantano de entropía frenética, en una avalancha entorpecedora de informaciones de bajísima calidad, inútil, manipuladora y falsa. En las burbujas, cada internauta se convierte, él mismo, en un creador, repetidor y difusor robótico de ruido para los demás, independientemente de su voluntad. Este contexto es lo que finalmente hace posible imponer un pago por la información (conocimientos prácticos, teóricos, arte, programas, etc.), que vuelta escasa en medio de este diluvio diarreico de ruido artificial en el que cada internauta se halla inmerso.

La subsunción real de la sociedad al capital alcanza así profundidades antes inalcanzables. Las “redes sociales” han conseguido subsumir la propia subjetividad humana en la forma-capital, en el sentido de que la producción por la producción (trabajo abstracto), la producción como fin ciego en sí mismo, se ha convertido en un imperativo de la subjetividad (en la “dialéctica del reconocimiento” como tal, por hablar en términos hegelianos). Las “redes sociales” son condiciones sociales técnicamente diseñadas en cada detalle por las empresas, de modo que los participantes sólo “existen” para los demás (y, en consecuencia, para ellos mismos) si producen contenidos por producirlos, frenéticamente, en un presente perpetuo cada vez más acelerado. Se vuelven adictos a mirar la pantalla sin cesar esperando nuevas oportunidades para reaccionar y producir más contenido, más ruido. Esta producción, encuadrada de antemano en el marco de la propiedad privada (ya que los participantes, que en la fase anterior de Internet usaban por norma seudónimos, ahora han sido reducidos a personas “reales” identificadas, certificadas por la propiedad privada, es decir, por el Estado, por la policía, y clasificadas en perfiles bio-socio-psicométricos), se encuentra sujeta, al igual que la forma-mercancía, al imperativo propietario de ser vendida y lucrar con ella.

5. Personalización, temporalidad animalizada, vigilancia, frustración, miedo, odio, trolliferación en masa

Como hemos dicho, en los primeros tiempos de Internet, el uso de seudónimos era la norma. Esto tuvo la consecuencia de que la búsqueda, la discusión, la creación, desarrollo y disfrute de los temas no ocurriese principalmente desde el ámbito personal, familiarista y feudal, como sucede hoy. Los seudónimos se ponían en contacto, se comunicaban y se relacionaban entre sí por intereses, curiosidades y pasiones humanas y no por el vacío de una “identidad” que debe ser afirmada incesantemente en la competencia por el eterno presente de una “línea de tiempo”, de una avalancha entrópica abrumadora.

Esa condición al mismo universalista y singular (pero no personal) en la que se encontraba cada usuario de Internet y que constituía la Internet inicial, también conllevaba una percepción del tiempo y del espacio que era histórico-mundial: cuando un seudónimo contribuía publicando en Internet, se tenía la perspectiva de que esto sería accesible a toda la humanidad y que estaría disponible para siempre en el futuro, para las generaciones futuras. Por lo tanto, las pasiones a las que se referían los seudónimos se expresaban como una pasión por contribuir a la humanidad y al futuro de la especie, con elaboradas obras maestras que no debían ser erosionadas por el tiempo o las fronteras geográficas (hubo miles de sitios web así, admirables, pero hoy abandonados o en su mayoría desaparecidos).

Hoy es exactamente lo contrario: hoy todo el mundo está en una condición en la que ya sabe que lo que aporta sólo tiene una validez efímera, porque es para que la familia, los “amigos” y los “amigos de los amigos” reaccionen, o bien para que se “viralice” en la masa amorfa, para desaparecer de la visión de cualquier audiencia y ser rechazado como algo obsoleto en el momento siguiente. Esto significa que cada uno, a la hora de publicar algo, ya tiene de antemano la percepción de que es inútil, y es presa del cansancio de saber que no vale la pena tratar de elaborar y publicar algo que vaya más allá de ese “ahora”, de este espacio feudal de “amigos y familia” y de la búsqueda atontada de la “viralización”.

Por lo demás, la mayoría de las actividades libres en Internet (principalmente la piratería) eran perseguidas por el Estado en la vida “offline”, de ahí que el uso de seudónimos fuera una necesidad vital (los métodos de identificación en Internet por parte del Estado y las empresas eran todavía primitivos, por no decir poco utilizados). Por supuesto, había “trolls” (personas que descargaban sus frustraciones causando problemas en los foros), pero no eran una amenaza real, porque nadie estaba tan loco como para exponerse en Internet con su propio nombre, foto y dirección.

Hoy es todo lo contrario: prácticamente todo el mundo ha aceptado exponerse ante trolls, psicópatas, mafias, policías, jefes y empresas, y se ven obligados a exponerse si no quieren ser rechazados de la vida social. Como mínimo, viven en un estado de miedo constante a ver destruida su imagen (en la sociedad del espectáculo, eso es todo lo que tienes), lo que, en una situación personalista, acelerada y atemporal que sólo permite reacciones emocionales, obliga a todos, constantemente frustrados, a convertirse también en trolls.10

6. Subsunción de los engranajes que componen la mente: memoria, pensamiento, volición, apetito

No es sólo la relación social de los conocimientos, las capacidades y los afectos de cada persona con los demás, sino también la relación de cada persona con las ideas, los afectos, los conocimientos y las capacidades que hay en su interior lo que queda cada vez más realmente subsumido en el capital. Al exteriorizar en las redes sociales sus conocimientos, facultades y sentimientos, éstos se convierten, en unos instantes, en poco interesantes, obsoletos y desechables. No hay tiempo ni espacio para desarrollar en profundidad cualquier idea, conocimiento o capacidad para uno mismo, entre otras cosas porque no hay un tiempo ni un espacio en el que puedan expresarse para ser disfrutados y confirmados (o no) como potencia humana objetiva y social.

Sócrates criticaba la escritura porque exterioriza la memoria humana en objetos, lo que haría que la gente ya no se molestara en recordar, volviéndose cada vez más olvidadiza y menos autónoma. Tal vez exageró, pero es una descripción exacta de lo que estamos viendo hoy: la memoria de cada uno es cada vez más externalizada, abandonada, para que se la apropien las empresas, las que vuelven escaso, opaco y difícil el acceso a la forma original en que la memoria fue externalizada, de modo tal que ésta se convierte en una mercancía para ser devuelta ya facilitada, “masticada” por algoritmos, manipulada y formateada para crear dependencia respecto de las empresas. Se trata de un modus operandi diametralmente opuesto al de la comunidad libre de la Internet anterior, cuya riqueza consistía únicamente en el aumento de la autonomía, de las capacidades de sus participantes, quienes se hacían más poderosos con las historias y recuerdos que cada uno aportaba.

Esta operacionalización algorítmica de la mente para la propiedad privada puede verse en las interfaces hombre-máquina actuales, que se están bestializando cada vez más, desprovistas de toda la amplia posibilidad de configuración y modificación previas (hasta el software más sencillo de los años 90 se asemejaba a los complejos paneles de las naves espaciales). Las interfaces actuales (de sistemas operativos, aplicaciones, programas, máquinas e incluso industrias enteras, etc.) no son, en general, más que grandes botones de colores al estilo del jardín de infancia, con sus diferentes posibilidades bloqueadas, inaccesibles u ocultas.

Hoy las empresas venden una supuesta facilitación máxima que presumiblemente ahorra la mayor cantidad de tiempo posible (el cual “es dinero”, o sea tiempo abstracto del capital), esto gracias a los algoritmos de las empresas que invisiblemente vigilan las acciones y la vida de cada persona, analizando su perfil bio-socio-psicométrico para presentarle, en la interfaz hombre-máquina, los objetos de libre elección que supuestamente ya quería elegir.11 Como vimos en el capítulo 4, esta “facilitación” sólo fue posible gracias a la avalancha de ruido que se inyectó artificialmente en Internet (así, programas como torrent, desde los que se descargaban películas, programas y música de forma gratuita, fueron vaciados, mientras que empresas privadas especializadas en streaming cuyos algoritmos “lo facilitan todo” -siempre que se pague-, como Netflix y Spotfy, ocuparon su lugar de forma abrumadora).

7. Laborización de la existencia

Hay una interfaz hombre-máquina en particular que eleva el poder de las empresas sobre la existencia humana hasta un nivel casi absoluto. Con la popularización de los teléfonos inteligentes, ordenadores miniaturizados conectados a Internet, con teléfono y sensores diversos (cámaras, videocámaras, micrófonos, geolocalización, acelerómetro, giroscopio, proximidad, magnetómetro, luxómetro, termómetro…), omnipresentes y de uso obligatorio para todo aquel que no quiera ser excluido del contacto social, cada persona está ahora vigilada en prácticamente todos los aspectos de su vida las 24 horas del día por los algoritmos del entramado empresarial privado.

Con los datos recogidos las empresas se han vuelto capaces de implementar, a través de los mismos smartphones, una subsunción de la sociedad al capital que abarca hasta los más mínimos detalles de la vida cotidiana, el trabajo y el consumo, cada vez menos distinguibles entre sí, pues todo, de un modo u otro, se convierte en alguna forma de trabajo capaz de “agregar valor”. Esto ocurre también de forma inconsciente, mediante el desarrollo y aplicación de técnicas de gamificación, es decir, mediante el diseño de unas condiciones en que toda actividad termina pareciendo un juego a través del cual el usuario es manipulado pavlovianamente para que lleve a cabo tareas de forma gratuita bajo el mando de la clase capitalista, propietaria de dichas condiciones.

Provistas con una ideología milenaria y utópica, las empresas de la “economía colaborativa”, como Uber, dicen ofrecer el toque de midas capaz de transformar en capital los objetos de consumo de los proletarios (casa, coche, herramientas, muebles, electrodomésticos, juguetes, etc., los cuales se vuelven así meros costos, ya que se consumen a sí mismos, es decir, se desgastan a diario, con cada uso), así como sus cuerpos y sus mentes, anunciando de esta manera la transubstanciación de los proletarios en capitalistas, hechos por fin libres del trabajo asalariado y dueños de su propio tiempo.12

En realidad, con toda esta retórica postindustrial futurista, el capital se limitó a resucitar, con muy alta tecnología, la forma más arcaica de subsunción del trabajo al capital industrial: el “putting-out system”, que incluye la figura tétrica del “intermediario”. La diferencia es que ahora, el intermediario (la clase propietaria), gracias a sus algoritmos “sin fricción” que a través de Internet analizan y comparan el rendimiento de todos con todos y de cada uno con todos los demás, a escala del planeta entero, logra imponer cada vez más a los proletarios una competencia global continuamente optimizada en la que éstos deben ofrecer la máxima cantidad de trabajo a cambio del mínimo salario. Lo único que impide que esta máxima explotación se vuelva absoluta es el tiempo para dormir y comer (a menudo interrumpido por los jefes, gracias a esos smartphones). Comer y dormir siguen siendo necesidades ineludibles de los proletarios de todo el mundo. Son la última frontera de la explotación, inaceptable, intolerable, inconcebible para el sistema de propiedad privada.13

Por otro lado, la producción, el transporte y la distribución de todas las mercancías se han hecho inseparables de Internet. En las cadenas de suministro, también llamadas cadenas de abastecimiento o redes logísticas, el aumento o la disminución de la demanda de mercancías ordena directamente (sin humanos, mediante algoritmos), transmitiendo la información a través de Internet, la activación automática de las distintas etapas de producción, ensamblaje, inventario y flujo (marítimo, por carretera, ferroviario, aéreo) de mercancías en todo el mundo. A menudo, las señales transmitidas activan directamente las máquinas, los robots, los transportadores, el movimiento de los contenedores hacia y desde los barcos, y la contratación y movilización de trabajadores dispersos y fragmentados por todo el planeta, todos ellos conectados por estas cadenas logísticas que son propiedad privada de gigantescos “intermediarios” invisibles.14

Los proletarios de todo el mundo nunca habían estado tan cerca unos de otros, pero cada vez más están en una situación en la que no pueden percibir directamente que están trabajando para el capital, para la patronal, para la clase propietaria. Todo les hace parecer que trabajan inmediatamente para sí mismos y contra los demás proletarios competidores (el actual renacimiento del provincianismo, del racismo, de la xenofobia, del nacionalismo, del identitarismo de izquierdas y de derechas, del separatismo, del militarismo, del fascismo… que para muchos es un misterio insondable, no es más que una expresión banal de la intensidad extrema de la competencia por la supervivencia entre los trabajadores, la competencia por el “mérito” de la sumisión exclusiva a “sus” clases propietarias). Piensan que sólo ganan dinero a cambio de satisfacer las demandas automáticas del mercado mundial señaladas en las interfaces hombre-máquina que les rodean.15 16

8. Transfusión de las fuerzas destructivas en los poros del mundo físico / incrustación de la propiedad privada en la “naturaleza de las cosas”: la utopía suprema del capital (aún irrealizable, afortunadamente)

La dominación del capital, ante todo y siempre, es la incrustación artificial de la escasez en la naturaleza objetiva. Es la naturaleza transformada por el trabajo alienado de los seres humanos en un poder separado de ellos, la propiedad privada. La población se ve privada de sus condiciones materiales de existencia y, en consecuencia, todos, democráticamente, se ven obligados a comprar y, por ello, a vender mercancías voluntariamente si quieren sobrevivir.

En las sociedades precapitalistas, en la servidumbre y la esclavitud, la dominación era personal, directamente de los hombres sobre otros hombres, la voluntad personal de unos se imponía directamente sobre la de otros, negándola. En cambio, el aspecto más básico de la sociedad capitalista es que transforma la dominación y la explotación del hombre por el hombre en algo voluntario, una manifestación del libre albedrío de cada uno. Esto es así porque tiene lugar en una condición coercitiva objetiva, la privación de la propiedad, que impone objetivamente, es decir, de forma “neutral” (“democrática”, “impersonal”, “razonable”, “justa”, “natural”), la necesidad de competir por la sumisión a la propiedad privada, a la clase capitalista, para ganar un salario y sobrevivir.

Como todo proletario, al estar privado de los medios de producción, no tiene nada que vender, si quiere sobrevivir (social y físicamente), no tiene otra opción que vender voluntariamente sus capacidades vitales en el mercado de trabajo a los propietarios de los medios de producción (la clase capitalista). Dado que “puede” elegir morir de hambre o convertirse en mendigo en lugar de venderse, tiene libre albedrío. Al ser comprada por los capitalistas, esta mercancía es activamente consumida por ellos: al trabajar y transformar la naturaleza, el proletario aumenta el poder objetivo de la propiedad privada, que se le enfrenta como una fuerza hostil. Cuanto más trabaja, más se priva de la propiedad, más poderosa se vuelve la propiedad privada, y más transfiere a ella las capacidades humanas (capital fijo: máquinas, automatización, conocimientos y know-how convertidos en propiedad privada intelectual), creando activamente lo que le hace a él mismo cada vez más desechable, más privado de la propiedad, más proletario.

En resumen, en la sociedad capitalista, la dominación se presenta como un imperativo de la realidad objetiva, una “fuerza de la naturaleza” (“segunda naturaleza”) creada por el propio trabajo humano. La escasez, la privación de la propiedad, la propiedad privada, se reproducen como una fuerza independiente que manda sobre todos los seres (humanos y no humanos) -incluida la persona del capitalista (y los estados)- los que, si fracasan en la competencia por acumular capital, quiebran, y son automáticamente sustituidos por otros más “eficientes” en ello (por eso usamos la palabra “capital”, porque es, de hecho, el capitalista quien comanda la sociedad de la mercancía según una lógica autónoma, automática, pero opaca, mientras que los capitalistas son sólo agentes, personificaciones del poder del capital, obligados a aplicar los dictados de la acumulación de capital sobre los seres humanos bajo pena de caer en el infierno de convertirse ellos también en proletarios).

Con todo, hasta hoy la sociedad capitalista ha sido imposible sin un poder central que, mediante la policía y las cárceles, imponga por la violencia el respeto a la propiedad privada, valide centralmente la equivalencia de los medios de cambio y de pago (dinero, crédito), proteja y garantice los contratos entre propietarios y reprima la lucha de los proletarios contra la privación de sus condiciones de vida (lucha que, por definición, no respeta la propiedad privada por estas condiciones). Así, la sociedad capitalista tiene un talón de Aquiles bastante concentrado y visible que, si se ataca, desbarata instantáneamente todos los engranajes del sistema de propiedad privada. Evidentemente, la existencia de este punto vulnerable, el Estado, causa gran preocupación a la clase propietaria.

Hasta hoy, la única forma que tiene la clase propietaria de justificar y legitimar el Estado -que no es más que una empresa territorial, que, como todo el capital, es una dictadura para imponer el trabajo asalariado, sujeta a los mismos imperativos de la acumulación de capital que cualquier otra empresa- ha sido presentarlo imaginativamente como neutral, por encima de las clases y del capital. Es decir, como un “estado de derecho”, representación de sujetos (el ciudadano) cuya “autonomía” coincide con su sujeción voluntaria al mismo, donde el ciudadano elige a su propio jefe (que compite para ser elegido en las urnas), representación de la “voluntad general del pueblo”. En otras palabras: la ideología democrática (o “socialista”, como en los países de capital nacionalizado, tales como la URSS y Cuba).

Pero esta legitimación puramente imaginaria nunca es del todo convincente, y muchos capitalistas prefieren predicar que el Estado está totalmente separado y es ajeno a la propiedad privada, cuando en realidad, como hemos visto, siempre ha sido la institución suprema e indispensable que garantiza su existencia. Es simplemente imposible que la propiedad privada exista sin policía, tribunales, fuerzas armadas y prisiones. Hasta hoy.

Hoy la tecnología Blockchain (el llamado contrato inteligente) está siendo ampliamente financiada con el objetivo explícito de, en el futuro, hacer de la propiedad privada algo que ya no dependerá de absolutamente ningún “poder central”, quedando incrustada en el comportamiento automático y descentralizado de las cosas y, por tanto, en las relaciones entre los humanos mediadas por esas cosas.

El objetivo es que cada cosa verifique, homologue y valide espontáneamente la condición presupuesta de la privación de la propiedad. Esto significa autentificar instantáneamente la escasez artificial de todo mediante la equivalencia cuantitativa impuesta por la propiedad privada: desde la homologación de la limitación de uso a través del pago, la limitación de la copia mediante licencias de copia, la autentificación del mando mediante la ejecución del trabajo, la aplicación instantánea del respeto a las patentes y a la propiedad intelectual en todas las cosas, e incluso de las leyes mediante los casos en que ésta se aplica, etc.

Con ello, cada objeto tenderá a dejar de ser un “producto” -que se compra una vez, y cuyo uso, después de comprado, es independiente de la empresa y el mercado- para convertirse en un “servicio” -en el que se paga una suscripción o una licencia de forma continua por su uso, como un alquiler-. Esto hace que su uso a corto plazo sea aparentemente mucho más barato y accesible para los proletarios, pero conllevará que la clase propietaria tenga el poder de imponer directamente a cualquier uso el dictado de la escasez continua, “monetizando” hasta los gestos más triviales (especialmente con la popularización de la tecnología usable o vestible, por ejemplo, la “ropa inteligente”, la realidad aumentada, las prótesis “transhumanas”, los sensores biomédicos, etc.), tales como vestirse, caminar, ir al baño, tirar de la cadena, bostezar, ver, oír, hablar, respirar, incluso el peristaltismo, la circulación sanguínea, la sinapsis cerebral… A partir de entonces, todos los gestos e incluso el funcionamiento del organismo humano encarnarán la coacción del trabajo. Será necesario, de forma aún más intensa que hoy, trabajar desesperadamente para conseguir dinero para pagar por lo existente.

Es un escenario en que el “internet de las cosas” asumirá automáticamente por sí mismo el papel de cuña policial-penal que separa las capacidades de las necesidades humanas, imponiendo la sumisión a la reproducción de la propiedad privada de los medios de vida y producción en absolutamente todos los aspectos de la existencia humana.

La utopía de la propiedad privada, como hemos visto, ha consistido siempre en transformar la totalidad de las circunstancias en las que se encuentra el ser humano en imperativos “naturales”, “objetivos”, “automáticos” y “voluntarios” de sometimiento a los dictados de la acumulación de capital, al máximo trabajo. La diferencia ahora es que, con estas dos tecnologías, blockchain e internet de las cosas, la policía será automática, estará en la “naturaleza de las cosas”. La cárcel puede ser el sofá de su casa o la propia “casa inteligente”, que de repente recluye al “colaborador”; o pueden ser todas las cosas (todos los “servicios” de la casa y la ciudad inteligente) que, de un momento a otro, dejan de funcionar para él, aislándolo de la sociedad que sólo existe conectada a través de ellas. Y el juicio del “delito”, un algoritmo descentralizado que devuelve al “delincuente” -que ya no necesita enterarse de que ha sido acusado, juzgado y condenado (como ya ocurre hoy con los “baneos” en redes sociales y en empresas de “economía colaborativa”- la ejecución automática de la sentencia. La “ley” y el “hecho” se vuelven indistinguibles. En tales circunstancias a ideología del “estado de derecho” se vuelve completamente innecesaria para legitimar la cuña policial-penal, que se convierte en la propia objetividad “neutral” de las condiciones en las que cada individuo atomizado se ve obligado a “elegir libremente” de forma voluntaria.17

Afortunadamente, todo esto sigue siendo sólo el sueño del capital. Y no hay duda de que el menor intento de realizarlo, en una sociedad que opera a ciegas en que los capitalistas y sus tecnócratas son intrínsecamente los menos entendidos (porque su praxis -y por tanto su pensamiento- está totalmente enturbiado por el fetichismo de la mercancía), provocará efectos incontrolables que amenazarán con desordenar y colapsar por completo el propio funcionamiento global del capital. (Por ejemplo, véase lo sucedido recientemente con el minúsculo experimento de la criptomoneda Bitcoin -de la cual surgió la propia idea de blockchain-, creada sobre la base de una fe fetichista inquebrantable en la mano invisible que actúa a través de la tecnología autopropulsada, a través del trabajo muerto).

Es mucho más probable que, al final, la tecnología blockchain sea usada principalmente por los estados, para mantener sus registros actualizados al instante y hacer que los esquemas de vigilancia, juicio, castigo y policía sean automáticamente unificados e inmediatos. O bien, lo que es lo mismo, por empresas que en la división del trabajo jugarán el papel unificador (la “interoperabilidad”) necesario para el progreso de la sociedad capitalista (que, sin eso, se derrumba desgarrada por la competencia, por la guerra de todos contra todos que la impulsa), cobrando cuotas por el acceso a la blockchain que es su propiedad privada -por ejemplo, implementaciones de blockchain como Ethereum son así-, propiedad privada que al mismo tiempo será la infraestructura unificadora indispensable para todas las transacciones y cosas producidas en la sociedad capitalista. En la práctica, esa tasa será lo mismo que un impuesto, al igual que estas empresas serán lo mismo que un Estado, que sólo dejaría de adornarse con la fachada ideológica democrática (“república”, “monarquía constitucional”, “socialismo”) para convertirse directamente en una monarquía absolutista corporativa (por cierto, como siempre ha sido de hecho, de una forma u otra: dictadura de la clase empresarial).

En cuanto a la inteligencia artificial, y las ilusiones sobre ella, sobre el desempleo y sobre la renta básica universal, no vamos a hablar aquí, porque ya lo hemos tratado anteriormente en el texto Inteligencia artificial, desempleo y renta básica universal: otra panacea de la clase propietaria.

9. Conclusión: olvidar la esperanza

Como vimos anteriormente, la autoconstitución del proletariado como clase autónoma frente al capital, la lucha de clases, nunca se produce sobre un telón de fondo vacío o fúnebre contra el que se enfrentarían el libre albedrío o la libre agencia de los explotados esperanzados, que saldrían del aislamiento a través de una comunidad de sufrimiento, dolor y culpa.

En la realidad concreta, es exactamente lo contrario: las capacidades y necesidades humanas, las fuerzas productivas, son simultáneamente fines en sí mismas y medios de la lucha del proletariado contra el capital, y sólo de ellas depende la ruptura del aislamiento y la atomización, la confraternización, su irrupción como clase histórico-mundial, así como su victoria o derrota. Mientras el otro sea visto en la práctica como fuente de impotencia, negación de deseos y necesidades, obstáculo para la supervivencia en la competencia de cada uno contra todos a través de la sumisión a la propiedad privada de los medios de vida, no hay la menor posibilidad de romper la atomización y el aislamiento. Y los intentos de romperlos mediante la “fuerza de voluntad”, las “ideas correctas” o el activismo sólo reproducen la misma circunstancia, creando a lo sumo una competencia moralista aún más insoportable, introduciendo a un nivel aún más extremo en la subjetividad humana el “hacer por hacer”, la “producción por la producción”, la subsunción real al capital.

A la libertad, que consiste en la afirmación práctica de las fuerzas productivas de la especie humana, el capital contrapone la libertad ficticia del libre albedrío, de la libre elección, de la libre voluntad. Esta libertad imaginaria es la forma en que somete y adapta la subjetividad humana a la separación entre capacidades y necesidades, violentamente disociadas por la privación de sus medios materiales (propiedad privada). Esta pseudo-libertad sirve para volver esas fuerzas productivas contra sí mismas, convirtiéndolas en fuerzas destructivas, acumulación de trabajo muerto, sirvientes activos del mandato de elegir entre las innumerables opciones de sumisión y la explotación que el capital presenta para reproducirse indefinidamente.

Las facultades y necesidades humanas se crean, se producen y se desarrollan en las condiciones de existencia material que están transformando, es decir, en la praxis. En esto, se producen a sí mismas, haciendo surgir, en esta transformación, facultades, potencialidades, deseos y necesidades inéditas, el descubrimiento de potenciales que eran inimaginables e imposibles en condiciones previas. No existe la libre elección. Elegir, por definición, es elegir entre cosas ya conocidas, ya existentes: elementos componentes del propio statu quo. En la verdadera libertad, por el contrario, no se elige nada, no se selecciona ningún posible, sino que, transformando las condiciones en su totalidad, irrumpe lo que siempre se ha considerado estrictamente imposible.

Esto implica que no tiene el menor sentido que la teoría comunista se ponga a competir con otras para ser elegida por los explotados, para ser popularizada, “viralizada”. Dado que, como hemos visto, no es de la libre elección de los proletarios de donde surge y se desarrolla su lucha, su libertad, su autonomía, sino del incremento material de sus capacidades de acción (afirmar en la práctica sus deseos, satisfacer sus necesidades, desarrollarlas, etc. asociándose como clase sin fronteras contra la dictadura del capital), que son indistinguibles del aumento de su capacidad de pensar autónomamente. Sólo como expresión de esto la teoría comunista puede ser apropiada en sus propios términos, en lugar de ser relegada a una propaganda más en la sociedad del espectáculo. En otras palabras: es de la praxis comunista de donde surge la necesidad de apropiarse de las teorías presentes y pasadas que se han ocupado precisamente de esta praxis. Al mismo tiempo, las critican, despojándolas de los aspectos erróneos del pasado, para desarrollar la teoría de su praxis concreta, el conocimiento de lo que es objetivamente necesario hacer para destruir la sociedad capitalista y despejar el camino para que el proceso de irrupción de lo imposible llegue hasta el final.

Esto implica también que, en los largos periodos de incapacidad práctica como el actual (derrota profunda del proletariado), la ínfima minoría que (gracias a los accidentes existenciales) toma partido por el comunismo desarrolla teorías cuya única importancia es componer un análisis radical de la sociedad capitalista, de las mutaciones de la dominación y la explotación y, principalmente, de la situación de las necesidades y facultades humanas. Son estas últimas las que, una y otra vez, tarde o temprano, irrumpen como fuerzas productivas salvajes, entre otras cosas porque el capital está destinado a invocarlas periódicamente para ampliar las condiciones materiales de la acumulación intensificada, desbloqueando inadvertidamente estas fuerzas. Pero como toda transformación de las condiciones de existencia crea la irrupción de lo imposible, de lo inesperado e imprevisible, el capital se ve obligado a luchar violentamente para domesticar esas fuerzas, para volverlas contra sí mismas, ya que amenazan con desbordar dichas condiciones, con abolirlas, con superarlas.

A partir de los análisis de las contradicciones y potencialidades que se desarrollan en la sociedad capitalista, la teoría actualiza el programa comunista, que no es más que un proyecto de síntesis (siempre incompleto mientras no sean abolidos el capital y el Estado) de las necesidades prácticas objetivamente indispensables para superar la sociedad de clases actual (todas ellas estrictamente imposibles, como vimos antes).

Por ejemplo, en vista de que las huelgas, las protestas y las ocupaciones han sido domesticadas y canalizadas por las diversas facciones de la clase dominante que compiten entre sí por la dirección del trabajo asalariado, el capital y el Estado (desde los burócratas de izquierda y derecha hasta las diversas facciones legales e ilegales del capital nacional e internacional, los capitalistas financieros, comerciales e industriales), ahora es evidentemente una ilusión suponer que estas tácticas impulsan reformas capitalistas graduales a favor de los trabajadores (por ejemplo, hacia un “estado de bienestar”). Contra esta ilusión, los comunistas se posicionan afirmando la necesidad objetiva de superar estas viejas tácticas sustituyendo la huelga por la táctica de la libre producción que abole inmediatamente la empresa y el empleo extendiéndose exponencialmente de forma incontenible por todo el mundo con rapidez. Esta rapidez en la difusión exponencial es necesaria para abolir la división del trabajo -es decir, las condiciones de existencia de la mercancía, el Estado y el capital- antes de que el capital tenga tiempo de estudiar y poner en práctica la reacción, y antes de que se agoten las existencias obligando a los proletarios a intercambiar -comprar/vender- por productos fabricados en la otra parte del mundo de los que aún están privados, lo que les obligaría a competir en pos de un intercambio ventajoso, reproduciendo necesariamente la explotación y la sociedad de clases en su seno. Se trata de suprimir la propiedad privada de las condiciones de existencia universalmente interconectadas (las cadenas de suministro y los medios de producción y distribución mundiales), con el objetivo de abolir todo sistema de recompensas y castigos, liberando las fuerzas productivas como expresión de los deseos, necesidades y capacidades humanas en tanto fines en sí mismos, la comunidad humana mundial.

humanaesfera, julio de 2018

Notas

1 Una breve historia de cómo se creó Internet y de cómo, casi por accidente, sus protocolos de comunicación fundamentales fueron desarrollados por hackers que contribuyeron voluntariamente al IETF (Internet Engineering Task Force) con un sesgo universalista, en el que todos los recursos debían ser libres e igualmente accesibles para cualquier persona en la red, puede encontrarse en este texto: http://www.metamute.org/editorial/articles/immaterial-aristocracy-internet

2 Sobre algunas potencialidades evidentes de Internet para que el proletariado suprima la propiedad privada y el Estado, creando un comunismo generalizado, véase el texto: Contra a metafísica da escassez, copiosidade prática.

3 En la década de 2000, llegó incluso a surgir una corriente tecnocrática que predecía que el desarrollo de las impresoras 3D haría que el “comunismo” de Internet se desbordara hacia el mundo “offline”, provocando una revolución técnica que aboliría el capitalismo (estas ideas fueron defendidas, por ejemplo, por Adrian Bowyer, Jeremy Rifkin, Paul Mason y Alex Williams). En resumen, la idea era la siguiente: el uso generalizado de las impresoras 3D permitiría a cualquiera producir lo que quisiera, utilizando diseños y modelos digitales creados por sus usuarios y disponibles libremente en Internet. Las propias impresoras 3D se reproducirían exponencialmente de la misma manera, a partir de otras impresoras 3D, de modo que cualquiera que quisiera una podría tenerla gratis. Esto llevaría al fin de la necesidad de intercambiar bienes, por lo tanto al fin del dinero, de la propiedad privada de los medios de vida, y por lo tanto del capital. El ideal perfecto sería desarrollar una impresora 3D molecular, que formara cualquier materia prima y construyera cualquier cosa a partir de átomos de hidrógeno, que es lo más abundante en el universo. El malentendido de toda esta visión, como de toda visión tecnocrática, es que atribuye a la técnica un poder imaginario, que en realidad presupone el propio fetichismo de la mercancía, en el que la técnica, las cosas y los medios de producción son vistos como algo que tiene una virtud propia, autónoma, separada y determinante de las relaciones sociales. En realidad, el concepto mismo de “tecnología”, es decir, de una lógica autónoma que rige las técnicas independientemente de las relaciones sociales, de las necesidades y capacidades humanas y de la lucha de clases, es nada menos que sinónimo de capital, de movimiento propio del trabajo muerto.

4 Véase Absolute Property de G. Kay y J. Mott, El Antiedipo: capitalismo y esquizofrenia de Deleuze y Guattari. También el concepto de composición de clase, desarrollado por la autonomía obrera italiana en los años 60-70. El libro Signos, máquinas y subjetividades, de Maurizio Lazzarato, los Grundrisse, de Marx, así como, también de Marx, el Borrador sobre un libro de Frederic List: “La industria puede considerarse como un gran taller en el que el hombre se apodera primero de sus propias fuerzas y de las fuerzas de la naturaleza, se objetiva y crea para sí mismo las condiciones de una existencia humana. Cuando se considera la industria de este modo, nos abstraemos de las circunstancias en las que opera hoy, y en las que existe como industria; nuestro punto de vista no está dentro de la época industrial, sino sobre ella; la industria se considera no por lo que es para el hombre de hoy, sino por lo que el hombre de hoy es para la historia de la humanidad, lo que es históricamente; no se reconoce su existencia real (no la industria como tal), sino el poder que la industria tiene sin saberlo ni quererlo y que la destruye y crea la base de una existencia humana […] Esta valoración de la industria es al mismo tiempo el reconocimiento de que ha llegado el momento de su fin, o de la abolición de las condiciones materiales y sociales en las que el hombre tuvo que desarrollar sus habilidades como esclavo. Porque como la industria ya no se considera como un interés mercantil, sino como el desarrollo del hombre, es el hombre, en lugar del interés mercantil, el que se convierte en el principio, y lo que en la industria sólo puede desarrollarse en contradicción con la propia industria cuenta con la base que está en armonía con lo que debe desarrollarse. […] La escuela de Saint-Simon nos ha dado un ejemplo instructivo de lo que ocurre cuando la fuerza productiva que la industria crea inconscientemente y en contra de su voluntad se pone frente a frente con la industria real y se confunden las dos cosas: la industria y las fuerzas que la industria trae a la existencia inconscientemente y sin su voluntad, pero que sólo se convertirán en fuerzas humanas, la potencia del hombre, cuando la industria sea abolida. […] Las fuerzas de la naturaleza y las fuerzas sociales que la industria trae a la existencia (que invoca) tienen la misma relación con ella que el proletariado. Hoy siguen siendo los esclavos del burgués, que no ve en ellos más que los instrumentos (los soportes) de su sucia (egoísta) codicia de ganancias; mañana romperán sus cadenas y se revelarán como los portadores del desarrollo humano que los hará volar junto con su industria, que asume esta sucia cáscara exterior -que considera su esencia- sólo hasta que el núcleo humano adquiera la fuerza suficiente para romper esta cáscara y aparecer en su forma adecuada. Mañana reventarán las cadenas con las que el burgués las separa del hombre y así las distorsiona (transforma) de un verdadero vínculo social a los grilletes de la sociedad.” Extractos del borrador de un artículo sobre el libro de Friedrich List: Das Nationale System der Politischen Oekonomie, de Karl Marx (marzo de 1845).

5 Esta manipulación conductista debe mucho a un campo de estudio académico de la llamada psicología cognitiva que existe desde los años 80, llamado “gestión de la atención” o “economía de la atención”, cuyo objetivo es manipular la percepción y la cognición de la población poniéndola al servicio de la acumulación de capital. Las redes sociales han sido diseñadas por las empresas utilizando esta “ciencia” para que los usuarios se vuelvan adictos a dirigir su atención a ellas, dejando todo lo demás fuera de atención.

6 Como Linux, Apache, PHP, MySQL, Python, wiki, etc.

7 Este texto, escrito en ese momento, describe lo que estaba sucediendo. Y también: Fetishism of digital commodities and hidden exploitation: the cases of Amazon and Apple.

8 La comunidad del software libre y del software de código abierto, que fue hecha voluntariamente por los hackers en contra de la propiedad privada del software, en contra de la dominación de las empresas y de los Estados (por cierto, fue por los hackers con este propósito que se crearon los protocolos de comunicación que son la base de la World Wide Web, de internet), fue vaciada y la función antes llenada por ellos fue reemplazada abrumadoramente por empresas “startup”. En ellos, una enorme masa de jóvenes (“geeks”) es financiada directamente por el capital mundial para crear “innovaciones”, desarrollando cada vez más formas de lucrarse y “monetizar” todo lo que hasta entonces no había sido objeto de propiedad privada.

9 En las antiguas redes de telecomunicaciones analógicas la señal transmitida se degradaba en cada retransmisión, en cada copia, añadiendo a la señal recibida el ruido acumulado a lo largo de todo el recorrido desde el punto inicial hasta el final. Por el contrario, la señal transmitida en las redes digitales se regenera en su forma original exacta con cada copia y retransmisión, ya que la transmisión ya no es de una señal continuamente variable (es decir, analógica), sino de una señal binaria (es decir, digital: “ceros y unos”). Por lo tanto, para regenerar y copiar la señal recibida sólo hace falta detectar estos dos niveles discretos, lo que permite descartar el ruido entre los dos niveles (o medirlo, corregirlo mediante cálculo o, si la relación señal/ruido es demasiado baja, descartar la señal y solicitar un reenvío, todo ello de forma automática), mientras que en la era analógica era necesario detectar la forma de onda completa de los niveles continuamente variables, lo cual hacía imposible distinguir la señal original del ruido añadido por el medio de transmisión (en consecuencia, en la era analógica, la señal original sin ruido era necesariamente propiedad privada de quien transmitía frente a los receptores, mientras que en la era digital, este fundamento físico de la propiedad privada de la información ha sido intrínsecamente superado, ya que todo el mundo puede tener la copia exacta del original). Además, a diferencia de la antigua transmisión analógica, una vez establecida una red de transmisión digital el consumo de energía necesario para regenerar (recuperar la señal, corregir errores, etc.) y retransmitir la señal digital en todos los enlaces físicos (cables submarinos, fibras ópticas, satélites, cables de alimentación, radios de microondas) es constante, independientemente de que los usuarios de la red se transmitan información entre sí o no. Esto es así porque los enlaces siempre tienen su ancho de banda ocupado por símbolos “ceros y unos”, debido a los protocolos de control de las capas 1 y 2 (capas física y de enlace) del modelo OSI (una excepción son algunos sistemas de radiocomunicación por microondas, que utilizan un esquema de ancho de banda base dinámico, pero tampoco en función de la mayor o menor transmisión de información por parte de los usuarios, sino en función de la relación señal/ruido en el medio de propagación de la señal, la atmósfera terrestre, que varía continuamente). La variación del consumo de energía sólo se produce en el procesamiento de la información, que se concentra predominantemente en el propio ordenador del usuario (capas 4, 5 y 6 del modelo OSI) y en los equipos de enrutamiento (capa 3 del modelo OSI), pero incluso entonces la variación es insignificante.

10 El libro de Grégoire Chamayou Drone Theory, explora las implicaciones de los sistemas de vigilancia total, su relación con la represión y la guerra.

11 Texto interesante sobre esto: Style Is an Algorithm.

12 Sobre ello, Uberização do trabalho: subsunção real da viração; Um debate sobre a economia dos bicos no Brasil . También este importante dossier del sitio web de Passapalavra: Dossiê: Luta nos aplicativos. Así como el libro Radical Technologies: The Design of Everyday Life, de Adam Greenfield, que detalla las implicaciones para la vida cotidiana de una serie de tecnologías, como el smartphone, el internet de las cosas, la realidad aumentada, la fabricación digital, la criptomoneda, el blockchain, la automatización, el aprendizaje automático y la inteligencia artificial.

13 Para comprender cómo todas estas “novedades” no hacen más que reiterar e intensificar las tendencias de la sociedad capitalista que han aparecido desde la derrota de las luchas proletarias de 1968 y la crisis mundial de rentabilidad que dura desde los años 70 hasta hoy, véase este texto de 1988, que sigue siendo increíblemente actual: Fragmentos de capital, de Eric Alliez y Michel Feher. Sobre el sueño, véase el libro Late Capitalism and the Ends of Sleep, de Jonathan Crary.

14 Véase Logística y fábrica sin muros, de Brian Ashton.

15 Esta sumisión a la clase propietaria, que parece convertir a los trabajadores en pequeños capitalistas, empresarios, capitales humanos, pequeños burgueses, conduce también a una lucha ilusoria por parte de los trabajadores, una especie de proudhonismo. Esta ilusión supone que, para que se logren sus intereses, bastaría con acabar con los monopolios de las grandes empresas y establecer una sociedad de pequeños productores (autogestión) que, con aplicaciones, intercambien las mercancías “equitativamente” entre ellos, estableciendo el “justo valor” que remunere a cada uno. Sin embargo, esto es ilusorio porque el intercambio de bienes es una relación social que, independientemente de la voluntad y las buenas intenciones, implica competencia (para que te compren tus bienes en lugar de los de otros, para comprar barato y vender caro, etc.). Por definición, la competencia es siempre una competencia por el monopolio, por la posesión mutuamente exclusiva: la propiedad privada. La competencia y el monopolio son meros adjetivos de la propiedad privada, que presupone la privación de la propiedad, es decir, la proletarización, y por tanto el trabajo asalariado, la acumulación de capital, la clase capitalista, el Estado… En cuanto al valor, también es una relación social independiente de la voluntad o de las buenas intenciones: el valor es el dominio que una propiedad privada, a través de la competencia, obtiene sobre el trabajo de los demás, haciendo que los compradores tengan que trabajar al máximo para comprarle (es decir, que su mercancía se convierta en equivalente al máximo trabajo abstracto de la sociedad a cambio del mínimo trabajo en ella), además de imponer que los propios trabajadores trabajen al máximo por el mínimo para intentar ganar la competencia. Por lo tanto, esta ilusión debe ser siempre combatida abiertamente en las luchas obreras.

16 En el libro Platform Capitalism (de Nick Srnicek) esta nueva configuración de la sociedad capitalista se denomina “capitalismo de plataforma”. Según él, las plataformas se caracterizan por la extracción de datos de la sociedad como materia prima para obtener beneficios. Clasifica cinco tipos diferentes de plataformas: “El elemento importante es el hecho de que la clase capitalista es dueña de la plataforma, no que necesariamente produzca un bien físico. El primer tipo es el de las plataformas publicitarias (por ejemplo, Google, Facebook), que extraen información de los usuarios, hacen un trabajo de análisis y luego utilizan los resultados de este proceso para vender espacios publicitarios. El segundo tipo son las plataformas en la nube (por ejemplo, AWS, Salesforce), que poseen el hardware y el software que utilizan las empresas dependientes de la economía digital, que lo alquilan a medida que lo necesitan. El tercer tipo son las plataformas industriales (por ejemplo, GE, Siemens), que fabrican el hardware y el software necesarios para transformar la fabricación tradicional en procesos conectados a Internet que reducen el coste de producción y convierten los productos en servicios. El cuarto tipo son las plataformas de productos (por ejemplo, Rolls Royce, Spotify), que generan ingresos utilizando otras plataformas para transformar los productos tradicionales en servicios, recibiendo de ellos pagos por alquiler o suscripción. Por último, el quinto tipo es el de las plataformas “lean” (por ejemplo, Uber o Airbnb), que intentan reducir al máximo su propiedad y obtener beneficios reduciendo al máximo los costes. Estas divisiones analíticas suelen trabajar juntas dentro de cada empresa. Amazon, por ejemplo, suele considerarse una empresa de comercio electrónico, aunque se ha expandido rápidamente como empresa de logística. Hoy en día se está expandiendo en el mercado de la demanda con un programa de servicios a domicilio en asociación con TaskRabbit, mientras que la infame empresa Mechanical Turk (AMT) fue en muchos sentidos pionera de la economía de los trabajos por encargo y, quizás lo más importante, está desarrollando Amazon Web Services como servicio basado en la nube. Por lo tanto, Amazon cubre casi todas las categorías descritas anteriormente.”

17 Félix Guattari, Eric Alliez y Maurizio Lazzarato utilizan los conceptos de sujeción social (también traducido como sometimiento social) y servidumbre maquínica (también traducido como esclavitud maquínica) para describir esta modificación de la dominación. Según esta hipótesis, la tendencia de las últimas décadas es que la sociedad capitalista deja de legitimarse presentándose como una afirmación de la libertad del sujeto que atraviesa voluntariamente diversos compartimentos de la sociedad capitalista para someterse a ellos (sujeción social). Esta libertad de la subjetividad para cruzar la compartimentación (como el tiempo de trabajo y el tiempo de descanso, la prisión y la libertad, el tiempo escolar y el tiempo extraescolar) culminó en la autonomía como sujeción voluntaria, ciudadana, al estado de derecho y, a partir de ahí, la legitimación de la sociedad capitalista por los derechos y libertades democráticas, por el estado de bienestar, etc., visto como libre y externo a la dominación maquínica del capital. A partir de los años 80, la sociedad capitalista tiende a transmutarse, derribando todas estas compartimentaciones frente a las cuales la subjetividad que las atravesaba se presentaba como libre de dominación, para presentarse ahora inmediatamente como servidumbre maquínica, que es exactamente lo que describimos en este capítulo sobre la utopía máxima del capital.